23 de noviembre de 2024
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El título ya no es una exigencia a la hora de contratar

El título ya no es una exigencia a la hora de contratar

Afirmar que se avecinan cambios en el mundo laboral se ha convertido en una obviedad. Los robots, la automatización y la pérdida de empleos sustituidos por las máquinas forman parte de un futuro que se percibe como inevitable. Pero a menudo, y es el caso del trabajo, fijarnos en el largo plazo impide darnos cuenta de los cambios que están produciéndose en el presente.

La cadena CNBC afirma que 15 grandes compañías, entre las que se encuentran Google, Apple, IBM, Bank of America o EY, no están exigiendo título universitario a los optantes en los procesos de contratación. Hace cinco años, el entonces vicepresidente de Recursos Humanos de Google, Laszlo Bock, había avisado al respecto cuando aseguró que «el expediente académico no sirve para nada», ya que existía una gran desconexión entre lo que se enseñaba en la universidad y el trabajo que se realizaba en la compañía. “Después de dos o tres años”, asegura Bock, “tu habilidad para desempeñar tareas en Google no tiene ninguna relación con lo bueno que eras en la escuela, porque las habilidades que se piden en la universidad son muy diferentes”.

El alto nivel de innovación

Los argumentos son suenan bien: si se precisa un programador, lo necesario es que sepa hacer bien su trabajo y se adapte al equipo, y el hecho de que cuente con varios títulos en su expediente académico no permite conocer a ciencia cierta que cumple tales requisitos. Hasta la fecha, la titulación universitaria era una marca que señalaba la capacitación: nadie contrataba como ingeniero o como médico a una persona que careciese del título, y no solo porque las leyes obligasen a ello, sino por una simple cuestión de garantía. Eso ha comenzado a cambiar con la llegada de las nuevas empresas tecnológicas, que precisaban habilidades para un tipo de puestos diferentes, y que requerían una mentalidad y una cualificación distintas, máxime cuando algunas de las tareas que necesitaban desarrollar no se enseñaban en ninguna universidad, dado el alto nivel de innovación.

El caso de Google es representativo, porque la idea de fondo es que las habilidades que se enseñan en los centros educativos, y no solo las sustantivas, carecen de relevancia para la vida real: tienen mucho de pérdida de tiempo. No se trata sólo de los conocimientos, sino de la perspectiva, de la forma de pensar, de las cualidades requeridas, de la manera de enfocar los problemas. Google está buscando personas con un tipo de mentalidad específica, y la universidad, mucho más que producir esa clase de mano de obra, tiende a arruinarla. La gente que tiene éxito en la universidad está entrenada para tener éxito en ese ambiente. “Una de mis frustraciones cuando estaba en la universidad es que sabía que el profesor estaba buscando una respuesta específica”, afirmaba Bock, y en su empresa lo que se busca son opciones, no una contestación predeterminada.

Las universidades en apuros

El problema de fondo para los centros de formación tradicionales, como subraya este movimiento liderado por empresas globales, con peso político e influencia social, puedem ser notables. Las universidades, en especial en algunas titulaciones, pueden resentirse mucho si estos criterios se imponen, y es más que probable que así termine ocurriendo.

Estos dilemas son típicos de nuestra época, en la que bajo el paraguas de la innovación, el contexto de cambio continuo y las necesidades de las nuevas empresas, se está promoviendo la demolición de las estructuras heredadas, y la formación no está quedando al margen.

Lo que no se ajusta

Cuando estos temas se someten a discusión, aparecen dos tipos de problemas. El primero tiene que ver con la veracidad de las tesis de las nuevas empresas. ¿La universidad, a pesar de todas las reestructuraciones, sigue produciendo mano de obra que no se ajusta a las necesidades de las firmas? Y, en ese caso, ¿debería ser sustituida por otro tipo de instituciones formativas? ¿Ha comenzado la hora del declive universitario? ¿Deberían ser las propias empresas, ya que saben qué tipo de trabajadores necesitan, las que formasen a sus futuros empleados en lugar de la universidad?

En segunda instancia están quienes piensan que el mundo académico no debe preparar únicamente a los estudiantes para ajustarse a las necesidades del mercado laboral y que su tarea formativa no acaba en los conocimientos y habilidades que las empresas necesitan. Señalan que ha de aportar algo más y que su papel queda muy limitado si se restringe la utilidad del aprendizaje a solo una de sus posibilidades. Además, señalan que las universidades ya han dado un giro grande para especializarse en preparar para el mercado laboral y que ni aún así logran que su aportación sea valorada por las firmas, con lo que no tiene sentido seguir cediendo.

Mirar más lejos

Estos dos los dos grandes marcos de discusión que salen a relucir cuando se analiza el papel de lso centros académicos respecto del mercado laboral. Sirven para repetir una de las ideas esenciales de nuestra época, la tensión entre lo viejo y lo nuevo: la necesidad de cambios, los anclajes en los antiguos modelos, la prioridad de la innovación y la creación de un contexto que la favorezca, la gente que se resiste a las transformaciones, etc. Y como ocurre siempre que esto sale relucir, conviene no quedarse en el encuadre propuesto, y mirar un poco más lejos. Por ejemplo, preguntándonos no sólo si son necesarios los cambios, sino hacia dónde se dirigen aquellos que se están impulsado; hacia dónde nos llevan las nuevas propuestas y a quiénes aprovechan.

Nos movemos entre demasiados lugares comunes. Cuando se señala que las empresas precisan otras habilidades entre sus trabajadores, lo que viene a nuestra mente es un montón de cerebritos especialistas en matemáticas y en ‘big data’ que desempeñan una tarea realmente compleja, de modo que no tenemos más remedio que asentir: para esta clase de genios la universidad suele ser limitante y el desarrollo de su potencialidad requiere de un ambiente adecuado. Pero pensamos menos en realidades más frecuentes. Las habilidades que Amazon requiere de sus empleados de almacén son más parecidas a las de un robot que a las de un ser humano. Y dadas las condiciones de trabajo en esos hangares y el malestar que generan entre sus asalariados, que se ha traducido en diversas huelgas, también está requiriendo de otras habilidades para quienes gestionan esos centros: está contratando personas con experiencia militar para que ayude a su mano de obra a “alcanzar altas cuotas de productividad”. Desde luego, para estas tareas la titulación universitaria puede ser más un problema que una solución.

¿Abaratar los salarios?

Tampoco solemos tener en cuenta, cuando se nos habla de innovación y de talento, que este tiene sus costes, y que las empresas tecnológicas estarían encantadas de abaratarlos. Contratar gente sin titulación universitaria, simplemente por su carácter y por su capacidad de adaptación, podría ayudar a que sus salarios bajasen. Si se contrata mano de obra joven, con potencialidad pero poco formada, y se le facilitan los cursos adecuados, siempre saldrá más barata que si se acude a un mercado donde las titulaciones cuestan años y, a menudo, una inversión elevada.

Se puede argumentar que este no es el objetivo de las empresas tecnológicas, que su propósito es contar con personas de gran talento, con independencia de lo que sus retribuciones supongan. Quizá sí, pero lo mismo es buena idea poner esa idea entre paréntesis. Apple, Google, Intel y Adobe hubieron de desembolsar 415 millones de dólares para poner fin a una demanda civil colectiva que acusaba a dichas de compañías de establecer un acuerdo ilegal y anticompetencia por el cual se comprometían a no contratar a los empleados que estuvieran trabajando en tales empresas. La manera usual de lograr un aumento de salario en la empresa contemporánea es recibir una oferta de otra firma del sector. Si esa posibilidad desaparece por un acuerdo entre los contratadores, el trabajador queda cautivo de un sistema perverso. Sí, el monopsonio, y no solo el monopolio, es una de las nuevas tendencias en el mercado laboral. Además, si los trabajadores carecen de los requerimientos formales habituales, como el hecho de contar con una titulación universitaria, sus posibilidades de salir de la compañía se verán aún más reducidas, aunque emigren a otros sectores.

De modo que antes de comenzar a señalar que las universidades no valen para nada, que las titulaciones son inútiles y que deberían desaparecer, deberíamos pensar en qué va a ser lo que las sustituya. Que el modelo actual presente deficiencias, a veces graves, no implica que lo nuevo vaya a ser mejor. Habrá, por tanto, que pensar cómo solucionar los problemas actuales en lugar de echarnos en brazos de unas exigencias innovadoras que a menudo aprovechan solo a una parte.

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