Recientemente, hemos conocido a través del INE los últimos datos sobre envejecimiento en nuestro país que, una vez más, reflejan una tendencia que parece imparable: España es cada vez un país más envejecido, donde el índice de longevidad no para de crecer. En 2016 ha alcanzado un nuevo máximo histórico, del 116% o, lo que es lo mismo, ya se contabilizan 116 mayores de 64 años por cada 100 menores de 16.
El siguiente gráfico refleja la evolución del envejecimiento de la población en España, que, como se observa, no ha cesado en su crecimiento. Contrastan las cifras actuales con las de finales de siglo XX, cuando nuestro país era aún joven: en 1985 se contabilizaban 46,7 mayores de 64 años por cada 100 menores de 16, con lo que estábamos ante una sociedad en plena expansión y con potencial para crecer económica y laboralmente.
Por Comunidades Autónomas, lidera el envejecimiento Asturias, con un índice del 207,2% (207 mayores por cada 100 menores de 16), seguida de Galicia (190,5%) y Castilla León (187,5%). En el otro lado, Ceuta y Melilla, Murcia, Andalucía y Baleares son las únicas regiones con una mayor proporción de jóvenes.
¿Qué riesgos tiene el envejecimiento de la población?
Desde el año 2000, España es un país envejecido, lo que significa que cuenta con más personas senior que jóvenes. El aumento de la esperanza de vida y la disminución de la tasa de natalidad son los principales causantes de esta realidad.
Se calcula que en 2030 los mayores de 65 supondrán el 30% de la población, frente al 18% actual. En este momento, cuando empiecen a jubilarse en masa los babyboomers (nacidos entre 1958 y 1977), unas cohortes sensiblemente más reducidas deberán soportar el coste de la atención de las pensiones y sus cuidados sociosanitarios.
Según Francisco Mesonero, director general de la Fundación Adecco: “la relación cotizante-pensionista es actualmente de 2,2, considerándose una ecuación sostenible a partir de 2,5 contribuyentes por cada jubilado. Si continúa esta tendencia, para 2052 se estima que, por cada persona inactiva, habrá poco más de una persona trabajando, lo que sin duda pone en peligro la sostenibilidad de nuestro sistema”.
Ante esta realidad, Mesonero destaca que: “urge tomar medidas que frenen los efectos de este envejecimiento imparable: alcanzar acuerdos de Estado y dedicar un mayor porcentaje del PIB a la familia, impulsar políticas activas contra la discriminación por la razón de edad, sensibilizar al tejido empresarial para que apueste por la fuerza laboral senior, y empoderar a los demandantes de empleo de más edad para que adquieran herramientas clave que les permitan competir en el mercado del siglo XXI”.
La necesidad de apostar por la fuerza laboral senior y otras personas en riesgo de exclusión
A la luz de las cifras expuestas en los apartados anteriores, queda patente la necesidad de apostar por la fuerza laboral que, hasta el momento, ha sufrido más discriminación en su acceso al empleo, principalmente los mayores de 45 años que experimentan exclusión de edad como consecuencia de su edad.
Según Mesonero: “Aunque actualmente los mayores de 45 años están ocupando buena parte del empleo creado, esta situación obedece más a una cuestión estadística (representan aproximadamente el 40% de desempleados), unida a otros factores como la posibilidad que tienen las empresas de contratar a estos profesionales por condiciones más económicas o la necesidad de compensar la marcha del talento joven a otros países, en busca de mejores condiciones”.
Sin embargo, “el gran reto es convencer a las empresas de que recuperar el talento senior es una ventaja competitiva. Hemos de dar por clausurada la etapa de discriminación al trabajador mayor de 45 años, hay que tener en cuenta que están en el ecuador de su vida profesional y que además cuentan con valores que les hacen altamente competitivos como la experiencia, la madurez o el control emocional- recalca Mesonero.
Pero además de los mayores, existen otros sectores de la población, tradicionalmente más inactivos, que van a resultar clave para que nuestra economía sea sostenible. Nos referimos a personas con discapacidad o mujeres con responsabilidades familiares no compartidas. Las primeras registran una tasa de actividad de apenas el 36%, lo que significa que un 64% de las que tienen edad laboral no tiene empleo ni lo busca. Las mujeres, por su parte, continúan con una participación en el mercado inferior a la de los hombres, con una tasa de actividad del 53% frente al 65% masculino.
Según Mesonero: “es necesario estimular su incorporación al mercado laboral y derribar los prejuicios y estereotipos que siguen lastrando su participación en igualdad de condiciones. No sólo por una cuestión de ética o justicia social, sino porque nuestra economía necesita de su talento para ser sostenible en el tiempo”.
Medidas para frenar los efectos del envejecimiento de la población
En línea con la coherencia demográfica, la edad laboral tenderá a incrementarse, para compensar la falta de relevo generacional. Sin embargo, las empresas, los poderes públicos y la sociedad en general, deberán asumir otros importantes retos para adaptarse a la fuerza laboral emergente:
- Sensibilizar a la sociedad y al tejido empresarial, acercando los valores de los trabajadores mayores de 45 años (madurez, experiencia, templanza) y renovando la visión, a menudo desfavorable, que se tiene de la fuerza laboral más senior.
- Estimular la incorporación al mercado de los sectores de la población tradicionalmente más inactivos: personas con discapacidad, mujeres, etc, para contrarrestar la pérdida de los activos más jóvenes.
- Promover medidas de conciliación: horarios flexibles, prestaciones de maternidad y otros subsidios que garanticen que las familias pueden compatibilizar el empleo con el cuidado de los suyos.
- Promover políticas que incidan en un estilo de vida saludable, mejorando la calidad de vida y ayudando a prevenir enfermedades en las personas de más edad.
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