Solemos pensar que la felicidad es un objetivo que debemos alcanzar y que forma parte del propósito de nuestra vida. Así, nos ponemos manos a la obra para intentar encontrarla a toda costa, ya sea cambiando de trabajo, apostando por una nueva pasión, empezando una nueva relación de pareja o en cosas más superficiales, como comprando artículos que no necesitamos. Sin embargo, estos no son más que intermediarios porque la auténtica felicidad, o al menos aquella a la que podemos aspirar, no es una meta, sino una forma de vida.
Como tal, el sufrimiento es una parte inevitable de nuestra existencia, forma parte del ciclo de la vida y, a menudo, es el precursor de nuestro crecimiento. Son las etapas difíciles y turbulentas las que nos muestran nuestro verdadero valor y la importancia de centrarnos en aquellas cosas que nos hacen felices. Solo después de atravesar la tormenta, somos capaces de identificar y apreciar esos momentos de felicidad que hacen que todo cobre sentido.
Es por esto que no debemos reducir esta emoción al éxito que consigamos en nuestra vida o las cosas que tengamos, sino más bien a nuestra manera de vivir y a los pequeños detalles que marcan la diferencia en nuestro día a día. Así, al contrario de lo que estamos acostumbrados a escuchar, la importancia de establecer una buena rutina resulta esencial para saber apreciar la felicidad.
Una rutina es mucho más que la mera repetición de un mismo comportamiento. Se trata de una serie de hábitos que incorporamos a nuestra vida para facilitarnos el día a día, y no tiene que ser necesariamente negativa, sino que nos permite ser más productivos y darle un orden a nuestra jornada.
El problema se produce cuando nos apegamos demasiado a esos hábitos y nos resistimos a introducir cambios y a experimentar cosas nuevas; entonces la rutina puede terminar cobrándose un alto precio emocional. En estos casos, llevar una vida basada en repetir las mismas acciones, de forma constante, nos conduciría a la apatía, el desánimo, y aniquilaría nuestra creatividad. Y, si mantenemos esta rutina invariable en el tiempo, nuestros principales motores impulsores perderían todo sentido e, incluso, podríamos perder la ilusión de vivir.
Elegir “buenos” hábitos, dedicarnos a actividades que realmente nos gustan o destinar tiempo a disfrutar de nuestros pasatiempos favoritos son algunas de las claves para ser no solo más eficientes, sino también más felices. Desde TherapyChat, proponen, además, tres consejos para no caer en un círculo vicioso de insatisfacción e iniciar el camino de la búsqueda de la felicidad en la rutina diaria:
- Sé más flexible en tu día a día. Aunque siempre hayamos hecho las cosas de cierta manera no significa que sea el único modo de hacerlo. De hecho, es probable que existan maneras mucho mejores que la nuestra, pero si no nos atrevemos a introducir pequeñas variaciones en nuestra rutina que puedan ayudarnos a ser más eficientes o disfrutar más de nuestras actividades, nunca lo descubriremos.
- Abraza el cambio. El mundo está en constante cambio, somos nosotros quienes nos aferramos a nuestras rutinas y planificaciones como si en ello nos fuera la vida. Sin embargo, si queremos ser más felices, tendremos que aprender a fluir con los acontecimientos y dejarnos llevar a veces por lo que ocurre a nuestro alrededor. Cuando dejamos de aferrarnos a nuestras formas de pensar y hacer, pueden ocurrir cosas maravillosas en nuestra vida.
- Escucha más a tu corazón. Solemos pensar que las emociones son irracionales y que nunca nos deberíamos dejar llevar por lo que sentimos. Sin embargo, a veces las emociones pueden convertirse en la brújula de nuestras vidas y guiarnos hacia lo que realmente queremos. Por eso, siempre que sea posible, en vez de seguir de manera estricta nuestra rutina, empecemos a adaptar la jornada a nuestros estados emocionales. Así las tareas nos costarán mejor y seremos capaces de disfrutar más de nuestro día a día.
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