Durante la pandemia más de la mitad de la población reconoce tener problemas de sueño. Ahora que la vacunación masiva ha demostrado ser efectiva, se relajan las restricciones de movilidad y aumentan las relaciones sociales, sería de esperar que mejorará la salud mental y los problemas de sueño de la población. Sin embargo, existen evidencias para pensar que algunas personas seguirán sufriendo procesos de ansiedad y trastornos de sueño a causa de las secuelas psicológicas de la pandemia.
Según varios estudios publicados en 2020, hasta un 65% de la población habría desarrollado ansiedad o cuadros depresivos durante el confinamiento. Además, un análisis publicado en la revista Journal of Affective Disorder evidencia la existencia de un aumento progresivo de los trastornos de estrés postraumático (TEPT). Según el reciente estudio, presentan síntomas de TEPT tres de cada diez personas que han pasado la Covid-19, dos de cada diez trabajadores sanitarios, y un 10% de la población general. Asimismo, según datos facilitados por el organismo de Salud Mental España, los trastornos mentales serán la principal causa de discapacidad en el mundo en el año 2030.
Las preocupaciones, como el miedo al contagio o la incertidumbre económica y social, se han instalado en nuestra mente como elaboraciones mentales negativas y amenazantes, que, a su vez, producen una respuesta fisiológica al estrés que perdura en el tiempo y es desadaptativa.
¿Cómo afecta la privación de sueño a la salud mental?
La salud mental y el sueño se vinculan de forma intima. Los estados de ansiedad y depresión pueden provocar insomnio, y al revés, la privación de sueño afecta directamente a nuestro estado emocional. La tasa de insomnio entre las personas con depresión está entre el 67 y el 84%. Además, la depresión con insomnio presenta síntomas más graves y peor respuesta a intervenciones terapéuticas.
El estado de hiperalerta como respuesta a situaciones amenazantes presentes o proyectadas en el futuro, mantiene activo el sistema de alerta (necesario durante la vigilia) impidiendo la relajación necesaria para la conciliación del sueño y/o provocando despertares nocturnos. Por ese motivo, en los trastornos de ansiedad es frecuente tener sueños agitados o pesadillas que también empeoran la calidad del sueño.
“La restricción de sueño actúa como un estresor neurobiológico que afecta a los procesos que regulan el estado de ánimo por múltiples vías” afirma el Dr. Robert Cilveti, pediatra y psicólogo clínico especializado de AdSalutem Instituto del Sueño.
Por un lado, la alteración del patrón de sueño modifica el reloj biológico afectando a los ritmos circadianos—patrones regulares diarios de variables biológicas como la ingesta o la actividad física— con consecuencias para nuestra salud y calidad de vida. Por otro lado, se alteran los niveles de sustancias implicadas en la regulación hormonal del sueño, como la melatonina y el cortisol. Cuando el sueño es de mala calidad, el nivel de cortisol se eleva dando lugar a una respuesta al estrés amplificada que puede dificultar aún más la modulación emocional, allanando el camino a un potencial estado de depresión.
¿Como plantar cara al insomnio durante los periodos de ansiedad?
Nadie está exento de sufrir cuadros de insomnio a lo largo de su vida. Sin embargo, existen algunos tratamientos, recomendados por el equipo de expertos de AdSalutem Instituto del Sueño, que nos pueden ayudar a prevenir ese trastorno y nos ayudarán también a mantener la mente sana.
La terapia cognitiva conductual para el insomnio (TCC-I) es un programa que ayuda a identificar y reemplazar los pensamientos, creencias y las conductas que provocan o empeoran las alteraciones de sueño por hábitos que lo induzcan y lo mejoren. Las terapias TCC-I consisten en una combinación de técnicas, que nos ayudarán a entender y reconducir los pensamientos que generan el insomnio y planificar hábitos de conducta que favorezcan el inicio y mantenimiento del sueño, entre otros aspectos.
Ante sospecha de otros trastornos de sueño, podría ser útil y necesario realizar pruebas diagnósticas objetivas, como la polisomnografía o la actigrafía, que ayuden a esclarecer el tipo de patología que produce la alteración de sueño.
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