La crisis, que ya nos parece eterna (tan acostumbrados estamos a vivir en ella sin confiar mucho en las pistas que hablan de su solución, hartos de escuchar buenos augurios que nunca se cumplen…) se ha llevado por delante algo más que empleos, hogares y niveles de vida sostenibles. La precariedad llegó a muchos hogares, pero también el aumento de conductas quizás no tan saludables pero que ayudan a sobrellevar situaciones a veces extremas. Si mencionamos OG Kush muchos nos sabremos de qué nos hablan (es una variedad de marihuana) pero todos conocemos el nombre de algún tranquilizante o ansiolítico. La crisis aumentó el consumo de cannabis o tranquilizantes según el Instituto hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) y la Universidad Pompeu Fabra (UPF) durante los primeros años de la crisis, entre el 2009 y el 2011. Lo más llamativo de este estudio son los diferentes patrones de consumo de personas ocupadas y desempleadas. Por ejemplo, aumentó el uso de tranquilizantes entre hombres empleados entre los 15 y los 64 años, de lo que podríamos deducir que la inseguridad y el miedo a la pérdida de empleo empobrecen realmente la calidad de
vida de los trabajadores sometidos a ese estrés diario. También aumentó el consumo esporádico de cannabis entre hombres y mujeres parados de entre 35 y 64 años.
En cambio, un dato curioso es que descendió el consumo excesivo de alcohol en todas las franjas de edad excepto en las mujeres de 15 a 34 años, en la que se mantuvo. Esto podría deberse a un menor poder adquisitivo, unido como está el consumo a cierto componente lúdico. Lo que está claro es que de este estudio se pueden extraer muchas lecciones sobre las consecuencias de vivir en crisis, y como esta situación repercute tanto a nivel personal como social (en la medida en que el abuso de sustancias estupefacientes es un asunto de salud pública).
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