En Corrientes (Argentina), varios fueron los proyectos que trataron de erradicar el problema de raíz, pero casi todos fracasaron. Un claro ejemplo de ello fue la negativa de familias cartoneras a que sus hijos queden en un albergue mientras trabajaban
Con el deseo de contar con nuevos proyectos para erradicar uno de los flagelos más graves en la provincia, el trabajo infantil, una delegación de la Subsecretaría de Trabajo viajó para participar del sexto encuentro nacional de las comisiones provinciales destinadas a la prevención del problema. Las intenciones y la necesidad de poner manos a la obra quedan a la vista. Sin embargo, varias fueron las propuestas que se quisieron poner en práctica en la provincia y que fracasaron apenas se pusieron en práctica. Los bajos niveles económicos y culturales hacen de obstáculos difíciles de sobrepasar en la pelea por salvaguardar la integridad y los derechos de los menores.
Es que la realidad de los niños y niñas que salen a las calles a buscar dinero para el hogar no siempre coinciden con las propuestas que nacen detrás de los escritorios, ya que se trata de una cuestión que tiene su raíz en el seno de la familia y que se transmite de padres a hijos… y de hijos a nietos. Una historia sin fin…
La cuestión no es difícil de explicar, pero su destierro lejos está de la realidad de los pequeños correntinos.
Sucede que, para evitar que los niños salgan a las calles o bien realicen trabajos de manera ilegal, se necesita inexcusablemente de la voluntad de los padres, quienes, en la mayoría de los casos, actúan como precursores mismos de la actividad laboral de sus hijos.
Un claro ejemplo de ello se reflejó el año pasado, cuando un proyecto de la Dirección de Minoridad y Familia intentó sacar de las calles a los niños cartoneros.
La propuesta pretendía hacer una especie de guardería nocturna, donde se cuidaría a los hijos de aquellas familias que vivían de la recolección de papeles por las calles, a la vez que se les daría apoyo escolar, actividades recreativas y cena.
Para ello, se realizó un censo de todas las familias abocadas a la actividad. Pero, a pesar de las entrevistas que mantuvieron con los mayores en reiteradas ocasiones, el proyecto ni siquiera pudo pasar unos centímetros desde el punto de partida. Es que la respuesta de los padres fue rotunda: para ellos es más productivo que los niños junten cartón en la calle. Valió más unos centavos por día que la seguridad de los niños. Una triste realidad.
La incógnita ahora es saber cómo transformar ese pensamiento que pone en primera instancia el lucro.
Cambiar toda una generación criada bajo los estándares de una cultura que dejó de lado la educación, el juego y la infancia como etapa exclusiva para la recreación, el aprendizaje y seguridad es una meta difícil pero no imposible. Un poco de conciencia social y de responsabilidad paterna pueden ser los pilares para revertir una situación que debería preocupar a todos.
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