Ingeniero en Ecuador, albañil en Cáceres. Increíble pero cierto. Los inmigrantes que llegan a Cáceres tienen serias dificultades para encontrar un puesto de trabajo adaptado a su cualificación. Unas veces porque no tienen los papeles en regla y no pueden homologar el título académico y otras porque el mercado laboral les reclama para ocupar empleos que requieren menor capacitación.
Campo, construcción y hostelería son los sectores que más mano de obra extranjera absorben en la provincia. El año pasado se hicieron 11.575 contratos a ciudadanos de otros países afincados en Cáceres, según el dato registrado en el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. La cifra, claro está, no incluye a esos otros inmigrantes que durante 2006 encontraron un puesto de trabajo, pero que no fueron dados de alta en la Seguridad Social. Una de las parcelas laborales donde más mano de obra sumergida hay es el grupo de las empleadas domésticas (el año pasado se firmaron 346 contratos).
Rachid El Quaroui se siente un privilegiado. Es licenciado en Historia y Antropología y trabaja como mediador intercultural en el Instituto Municipal de Asuntos Sociales de Cáceres (IMAS). 'Mi caso es excepcional. Es una suerte trabajar de lo mío', apunta este hombre de 47 años originario de Marruecos. Pero no siempre fue así. Llegó a Cáceres en 1998 con una beca para hacer el doctorado en Historia en la Universidad de Extremadura. Cuando se le acabó la ayuda económica, buscó empleo. Y cogió lo que le salió porque, reconoce, 'necesitaba comer'. Rachid El Quaroui se marchó a Lérida para trabajar en la campaña de la fruta. También pasó un tiempo como obrero en la central nuclear de Almaraz. Y después llegó su primer contrato relacionado con el mundo al que quería dedicarse: la ayuda al inmigrante, como él.
Su carrera profesional hasta alcanzar el IMAS se ha fraguado en Cáritas, donde comenzó como voluntario, en el Observatorio Permanente de Inmigración de la Junta de Extremadura en Talayuela y Navalmoral de la Mata, en el ayuntamiento moralo y en Cruz Roja. En su actual despacho Rachid El Quaroui recibe la visita de extranjeros con las mismas preocupaciones y los mismos sueños que él tuvo hace tiempo.
Una pareja de abogados
Dabeiba, de 33 años, y Freddy, de 35, comparten vida y titulación. Antes de emprender su particular aventura en Cáceres, estos abogados bolivianos trabajaron como 'pasantes' -becarios- para el Poder Judicial de su país y colaboraron como auxiliares en varios bufetes. Pero decidieron imprimir un giro de 180 grados a su vida. 'La economía en nuestro país se vino un poco abajo. Vimos que había muchos abogados y que teníamos un futuro incierto. Esto fue lo que nos impulsó a emigrar', detalla Freddy. Vinieron a España con visado de turistas, que permite estar, como máximo, tres meses en el lugar de destino.
De aquella decisión han transcurrido dos años y el matrimonio ha iniciado ya la tramitación de los papeles para regularizar su situación en Cáceres. Él se dedica a pintar paredes y ella, a limpiar casas. De momento y hasta que legalicen del todo su situación, los títulos universitarios son papel mojado porque necesitan el NIF para que sean reconocidos sus conocimientos en Derecho. Entonces, esperan, que las cosas comiencen a cambiar.
Tienen una hija, Camila, de tres años. Viven en un piso modesto, que comparten con colombianos y españoles. De momento, es lo que se pueden permitir. 'Lo ideal sería que pudiéramos trabajar de lo nuestro, pero a veces no es posible. Aspiramos a tener un trabajito mejor pagado. Ahora no tenemos otra alternativa', reflexiona Dabeiba bajo la atenta mirada de la niña.
Los inmigrantes en situación irregular tienen dos vías para legalizar su situación en España: acreditar su arraigo laboral o demostrar su arraigo social. La mayoría, explica Rachid El Quaroui, opta por la segunda opción, como Dabeiba y Freddy. Para conseguir poner sus papeles en orden necesitan un informe social favorable, presentar un contrato laboral por un año y demostrar que llevan tres años empadronados en la ciudad.
Permanecer en Cáceres forma parte de los planes del matrimonio boliviano. Al menos, de los más inmediatos. 'No ponemos una fecha para irnos. Lo único que esperamos es cumplir con la normativa española. De momento, continuaremos aquí. Hay más seguridad ciudadana que en nuestro país, donde hay mucha delincuencia', concluye Freddy.
Un ingeniero en la obra
B. C. T. también se acogerá al arraigo social para legalizar su situación. Hasta entonces, prefiere ocultar su identidad tras las iniciales y su rostro. Tiene 35 años, es de Ecuador y es Ingeniero Comercial, título universitario equivalente a nuestra licenciatura en Administración y Dirección de Empresas. Trabaja de albañil. Sin contrato. Lamenta, por ejemplo, no poder comprarse un coche a su nombre ni poder abrir una cuenta bancaria. No tiene papeles.
'Cuando vinimos a Cáceres tuvimos cama, dama y chocolate', resume el ingeniero. Llegó con su esposa y sus dos hijas con las necesidades básicas cubiertas. Unos familiares afincados en la ciudad se encargaron de buscarles alojamiento y trabajo.
Este ecuatoriano estudió en una universidad privada. 'Mis padres se esmeraron en darnos una educación y querían para nosotros un mejor futuro', recuerda. Antes de emigrar, administró un local comercial familiar. Pero las cosas se torcieron. 'La situación económica en mi país se puso mal y los sueldos eran muy bajos'. B. C. T. inició su viaje con la idea de volver. Transcurrido un tiempo, ha cambiado de opinión. 'Llegué con la idea de ahorrar y regresar, pero ahora no lo tengo tan claro. Vivimos bien y tenemos todas las comodidades', sentencia.
Los comentarios están cerrados.