Decía uno de los empresarios que mejor encarnó el sueño americano, Sam Walton, que los líderes destacados hacen lo imposible por elevar la autoestima de su personal. “Si la gente cree en sí misma, es increíble lo que pueden lograr”, afirmaba y, sin duda, esta figura no se entiende sin un equipo detrás.
Un buen o mal liderazgo tendrá su reflejo directo en el rendimiento de una compañía y, por supuesto, una forma de dirigir a los empleados será positiva cuanto más se amolde a los ideales y filosofía del grupo, traduciéndose en una mayor motivación, competitividad y productividad. Por el contrario, un líder negativo, desconfiará de forma permanente de sus equipos, pondrá trabas a los objetivos marcados por la empresa, creando un mal ambiente de trabajo, deteriorando la imagen externa y haciendo que toda la estrategia diseñada se vaya al traste.
Tipos de liderazgo hay muchos y para elegir el más adecuado, debemos estudiar los valores de la compañía y las cualidades de los empleados, ajustándonos además al contexto económico en el que vivimos como factor determinante. Asimismo, dentro de la jerarquía pueden convivir distintos tipos de liderazgo que permitan buscar fórmulas adecuadas a cada momento.
Permítanme que les hable ahora de Física. Cuando analizamos las diferencias entre un material sólido y uno líquido, observaremos un comportamiento distinto en la resistencia a la separación de los átomos y mientras el sólido ofrece una gran oposición a esa separación, el líquido experimenta grandes cambios si es sometido a tensión. Así es nuestro entorno laboral, con evolución y cambios a velocidad de vértigo, que debemos afrontar desde el liderazgo. En este contexto, las compañías necesitan maximizar su capacidad de adaptación al nuevo contexto de la Transformación Digital, y debemos trasladar el concepto y las cualidades del estado “líquido” al entorno empresarial y social.
Aplicado a los diferentes modelos de liderazgo, en Nortempo tenemos clara nuestra apuesta por el liderazgo líquido en el contexto actual, flexible y adaptable y, sobre todo, que no está asociado a un líder unipersonal, sino a todo un equipo y al conjunto de competencias de la propia organización.
En una época sin precedentes en la que conviven todo tipo de generaciones en el mercado laboral –de los seniors a los millennials– los liderazgos compartidos, el trabajo en equipo y modelos similares que llevan asociada la percepción difuminada del poder en su definición clásica, son modelos que responden de manera solvente y eficaz a las exigencias de un entorno volátil y cambiante.
Debemos, por lo tanto, implantar una serie de estrategias para conseguir el deseado engagement de los profesionales de nuestras compañías, situándolos en el centro de nuestras decisiones y optando por una estructura abierta, con el diálogo y la confianza como base y articulado alrededor de un sistema de Responsabilidad 360º.
Y ahí es donde deben entrar en juego las habilidades directivas, que podemos definir como el conjunto de técnicas aprendidas y asumidas para conseguir el máximo rendimiento en el seno de un equipo, rompiendo de alguna manera con la figura paternalista del jefe que no daba opción a aportar. El líder debe motivar, pero también debe resolver situaciones ásperas y proponer soluciones para garantizar la productividad.
Evidentemente, la gestión de equipos debe ser una de las cualidades preferentes del perfil de un líder, y debe estimular la sensación de equipo, integrando a todos sus elementos porque de ello depende la consecución de los objetivos finales.
Debe trabajar en la creación de ambientes de trabajo positivos, amigables, de respeto y confianza, a la vez que exigentes.
Aprender a delegar, establecer diferentes roles y motivar deben ser las claves de una gestión eficaz.
Asimismo, un buen líder debe ser capaz de asumir uno de los retos clave para las organizaciones hoy en día, la gestión del talento. Tras años de reclutar, capacitar y desarrollar al personal necesario para formar grupos de trabajo competitivos, las organizaciones han comenzado a considerar al talento humano como su elemento de diferenciación y bien más preciado. Saber cómo es, cuáles son sus competencias y en que facetas destaca cada componente del equipo resulta fundamental para el avance de la empresa, y, sin duda, optimizar sus recursos humanos puede marcar la diferencia con la competencia.
Es preciso, además, que dentro del paquete de habilidades directivas el líder sea capaz de mostrar comprensión y sea sensible a los problemas de sus colaboradores, poniendo en valor las claves de la inteligencia emocional para lograr la máxima implicación y cooperación. Hoy en día no basta con dar órdenes y poner a trabajar al equipo: debemos conseguir que las personas que lo configuran tengan la suficiente confianza y autoestima como para abandonar una postura individualista y aportar, sumando entre todos.
En este sentido, es fundamental conseguir feedback, gracias a una estrategia de comunicación interna eficaz y la ya señalada Responsabilidad 360º, en la que construiremos entre todos ‘circuitos de productividad’ para crear valor en personas y organizaciones, implicando a todos partiendo de uno mismo: empresa, clientes, candidatos y por extensión, sociedad.
De este modo, el equipo estará implicado, motivado y al tanto de los avances y logros de la compañía y todo, gracias a la gestión eficaz de un buen líder, un piloto y un socio de su equipo en la empresa del siglo XXI.
«El liderazgo no se trata de estar al mando, se trata de dar ejemplo, de cuidar, respetar y motivar de las personas a tu cargo»
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