Dirigir siempre ha sido una labor exigente. Liderar consiste en tener la capacidad de influir en otras personas para que elijan hacer lo correcto. Liderar también es crear las mejores condiciones para que los colaboradores puedan hacer su trabajo. Según explica Gonzalo Martínez de Miguel, experto en liderazgo y director de INFOVA, aunque muchos piensen que el liderazgo es cualidad innata de las personas, con la capacidad de dirigir no se nace. “Hay que entrenarla y formarse para conseguirla” comenta. Además añade que es una capacidad que cuesta alcanzar y que debe cuidarse día a día, ya que puede perderse con facilidad.
Si bien “la esencia del liderazgo radica en una autoestima sólida, la educación del carácter, la intención de ser ejemplo y en la vocación de servicio, hay acciones que impulsan el liderazgo, y otras que son capaces de enterrarlo en muy poco tiempo” advierte el experto. “Más cuando hoy en día, miramos los comportamientos de quienes nos dirigen, tanto a nivel político como empresarial, con lupa, y que existen plataformas, como las redes sociales, que pueden hacer que una acción inadecuada, corra como la pólvora” añade.
Gonzalo Martínez de Miguel, explica que algunas de las acciones que más vemos en la empresa y que hacen que un líder pierda su prestigio, y nunca fallan, serían las siguientes:
- Esperar obediencia por jerarquía. No pretender influir desde el ejemplo o la razón. Pensar que el poder se tiene porque “así te ha sido concedido” y basar su autoridad en el cargo.
- Perder los nervios. La categoría de un líder es visible en los momentos de tensión e incertidumbre. Con el viento a favor todos navegamos bien. Los líderes que pierden los nervios ante la dificultad pierden también la autoridad para dirigir.
- Falta de agradecimiento y reconocimiento. Muchos líderes trasladan desprecio sobre sus colaboradores. Falta de aprecio a su trabajo o a su contribución al éxito colectivo. Este tipo de jefes dejan que se note el esfuerzo que hacen por disimular su opinión sobre el trabajo de sus colaboradores.
- Hacer alarde de maldad. No entender que el liderazgo consiste en tratar de hacer un mundo mejor, y entenderlo dirigir básicamente para obtener el máximo beneficio para uno mismo a precio que sea. Salvo los sociópatas, nadie quiere ser dirigido por un ser malvado.
- Rodearse de aduladores y palmeros. Escuchar solamente a aquellos que vengan a decir lo uno quiere oír. La autoestima es una cosa muy frágil y muchos líderes necesitan inconscientemente una cohorte de palmeros que le refuercen lo bien que dirige. Alejar a los críticos es un craso error.
- La rigidez. Una cosa es ser firme y otra es ser inflexible. En un mundo cambiante como el que vivimos considerar que ceder es una debilidad es un error de bulto. La rigidez hace grandes a los tiranos, aún así hay quien entiende que un líder nunca debe ceder su posición.
- La insaciabilidad. Más, más, siempre más. Una cosa es la ambición de alcanzar los objetivos y hacer el mejor trabajo posible y otra es la eterna insatisfacción con los resultados obtenidos independientemente de lo buenos que estos sean. Un líder valora y celebra lo conseguido sin dejar de buscar el objetivo. El agradecimiento y el conformismo son cosas distintas.
- Apropiarse de los éxitos y socializar las culpas. Echar balones fuera cuando las cosas no salen bien. La falta de responsabilidad antes sus propios actos. Negar los hechos y buscar excusas o culpables.
- Matar la diversidad. Considerar desleal el pensamiento divergente. La búsqueda del pensamiento único mata la creatividad, empobrece la reflexión y descalifica a quien dirige.
- Ser excluyente. No repartir juego. Dirigir colaboradores al dictado. No dar oportunidades de crecer y de aprender. Lo líderes excluyentes se quejan de que su equipo no les acompañan, pero no crean las condiciones para estos le puedan acompañar.
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