“Navigare necesse est, vivere non est necesse”
Pompeyo
Después de tres años padeciendo mil penalidades, hambre y muerte, lo más normal es pensar que los supervivientes juraran no volver jamás al mar. Pero los cantos de sirena son más fuertes que la seguridad de quedarse varados en tierra disfrutando del dinero y la gloria.
Aquella legendaria tripulación de héroes había obtenido unos pingües beneficios con su sacrificio, especialmente Elcano, pero nuestro Juan sin miedo vuelve a embarcarse y arrastra con él a parte de los otros. Hernando de Bustamante, el Maestre Hans, Gonzalo de Vigo, Juan de Arratia y Roldán de Argote (que, al igual que Elcano, falleció de camino)… no dudan en seguir a su capitán en una nueva expedición. Quizás porque no sabían hacer otra cosa…, pero la pasión por la aventura y el amor por su trabajo no les falta.
Son inmortales, han ganado una extraordinaria fortaleza mental: saben que pueden sobrevivir. Disciplina, resiliencia, trabajo bajo presión y compromiso harán el resto. Como tampoco falta la confianza y respeto en su líder, un intangible empresarial indispensable para cualquier empresa.
El extremeño Hernando de Bustamante (natural de Alcántara) era el barbero de la nao Victoria, es decir, el médico en términos actuales. Fue uno de los dieciocho supervivientes que llegaron moribundos con su capitán. La sólida amistad que forjó en las jornadas más duras de navegación con Juan Sebastián Elcano fue inquebrantable, prueba de ello es que se embarcó con él nuevamente hacia el Maluco, en esta segunda (e igualmente maldita) expedición.
Recordemos que Hernando de Bustamante, a petición de Elcano, fue una de las personas que acompañó al capitán en la audiencia real. La tradición extremeña sostiene que fue él quien avistó el estrecho de Magallanes por vez primera.
Murió en 1533, con treinta y nueve años, envenenado camino de Malaca. ¿Por qué? ¿Quién? Se ignora. Es otro de esos personajes tragados por la historia.
El maestre Hans, del que ya hemos hablado (aquel lombardero de Aquisgrán), también es otro de los hermanos del alma de Elcano y uno de los dieciocho supervivientes que consiguieron volver a Sevilla bajo su mando. Tampoco duda en alistarse nuevamente con él en la Expedición de Loaysa.
Acabó olvidado por la corona junto a Hernando de Bustamante y otros pobres diablos en las Molucas. No fue una batalla sino una escaramuza entre cuarenta hombres abandonados a su suerte y el ejército luso. Terminó claudicando ante los portugueses. Cuando regresó a casa, años después, tuvo el honor de ser la primera persona en dar dos vueltas al mundo.
Y otro lombardero, esta vez de Brujas, Roldán de Argote. Había sido uno de los trece rehenes que quedaron apresados en Cabo Ver- de por los portugueses. Cuando regresó a España, gracias a la intermediación de Elcano, se le abonan aquellos cinco meses y veintidós días que estuvo retenido. Se volvió a alistar con Elcano. Sabemos por Urdaneta que recibió un disparo en la cara luchando contra los portugueses, que le dejó malherido. Probablemente falleció al poco, porque de él nunca más se supo.
Juan de Arratia fue uno de los niños que se saltó la adolescencia y volvió convertido en un hombre. Aquel grumete bilbaíno también fue uno de los míticos dieciocho, de hecho, algunos dicen que en la nave Victoria solo hubo dos supervivientes… porque fue, junto a Juan de Zubileta, el único que dio la vuelta al mundo sin cambiar de embarcación.
En la expedición de Loaysa estuvo a bordo de la nao San Gabriel, que volvió desde el estrecho de Magallanes. Luego, silencio.
Y otro grumete, Gonzalo (o Gregorio) de Vigo. También se sumó a la flota de Loaysa, pero de una manera más pintoresca. Ya hemos hablado de él, había embarcado con Espinosa en la Trinidad de vuelta por el Pacífico, pero ante la opción de regresar al punto de partida —y sentenciar una muerte casi segura a manos del enemigo portugués—, optó por jugársela y desertó en la isla de Mao (Maug). Cuatro años después tuvo lugar el feliz encuentro entre aquel chico, hombre ya, y la Expedición de Loaysa en la isla de Guam. Elcano y Loaysa ya no estaban a bordo, habían emprendido su viaje final en el Pacifico, pero Gonzalo se unió a la armada. Será una pieza clave en la lucha contra los portugueses en las Molucas, aunque se le pierde pronto la pista.
Para que una empresa pueda ganar valor y tamaño necesita abor- dar retos más complejos y ambiciosos. Innovar de distintas maneras, por ejemplo, se desarrollan y prestan nuevos servicios o se venden bienes con los que tenemos menos experiencia, se añaden características complementarias, se inventan nuevos productos, se trabaja en entornos geográficos distintos o para segmentos diferentes o, incluso, se traspasan las fronteras del país de origen. ¡No se descubrió la “redondeza” del mundo para quedarse anclados en un mercado local!
Es habitual, por tanto, que nos enfrentemos a situaciones imprevisi- bles tanto con clientes como con proveedores. Desde esa perspectiva, la confianza anima a contratar y a superar juntos las dificulta- des que puedan surgir. Se apuesta por alinear esfuerzos y recursos en una misma dirección. De este modo, no solo se busca obtener beneficios mutuos, sino también potenciar la confianza hasta un punto en el que sea factible una asociación más intensa y fructífera. En definitiva, se crea un círculo virtuoso.
*Capítulo 69 del libro Un empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’ escrito por Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers.
Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers (apasionados de la historia, la navegación, el management y el desarrollo personal), reinterpretan la epopeya de la primera vuelta al mundo desde la perspectiva del management actual. En este libro podremos aprender de los aciertos —y de los errores— de aquellos hombres de hace 500 años, a través de la lección de liderazgo histórico que nos brindan. Embárcate junto a ellos en esta apasionante aventura.
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