17 de noviembre de 2024
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Una empresa redonda | La nao Victoria, una buena inversión

“Cualquiera puede sostener el timón cuando el mar está en calma”

Publilius Syrus

Cuando coronó la circunnavegación, había recorrido quince ve- ces la distancia que en su día realizó Cristóbal Colón. La Victoria era un caballo ganador desde el principio: con ese nombre estaba predestinada a hacer historia. Fue la primera nave que se asomó a mar abierto en el Pacífico y la única que regresó.

Nació en los astilleros vascos de Zarauz, un pueblecito de postal dedicado a la caza de ballenas cerca de Guetaria, localidad natal de Elcano. Aprendió a nadar en unos mares desconocidos hasta enton- ces, donde libró mil batallas a muerte en un rito de paso que forjó su carácter ganador. Fue bautizada con el nombre de Santa María, pero se le añadió el apellido “de la Victoria” al encomendarse Magallanes a la protección de Santa María de la Victoria, titular mariana de la iglesia del mismo nombre que se ubicaba en el barrio de Triana. Posiblemente no habrá colectivo más supersticioso que el marinero, y cambiar el nombre de una embarcación estaba —y está— conside- rado como presagio de mala fortuna.

Esta pequeña iglesia trianera estaba ubicada en un enclave perifé- rico, cercano al muelle, por lo que acogía habitualmente las ceremo- nias de bendición de las banderas de las embarcaciones que partían hacia América. La imagen de la Virgen despertaba un gran fervor en Magallanes, tanto es así, que dispuso en su testamento ser enterrado allí, en caso de fallecer en Sevilla. No fue posible.

Actualmente la imagen de la Virgen puede ser visitada en la igle- sia de Santa Ana de Sevilla, donde se trasladó tras la desaparición de la iglesia de Santa María de la Victoria en 1846. Casualmente, el 8 de septiembre de 1522, la embarcación volvía triunfal a Sevilla tras ser remolcada desde Sanlúcar. El día 8 de septiembre es la onomás- tica de la Virgen de la Victoria, ¿casualidad?

Era un barco prototipo de la época, una nao muy marinera de veintisiete metros de eslora, construida de una manera artesana con maderas de pino y roble. Su primer dueño fue un vecino de Ondá- rroa, el vasco Domingo de Apallúa. El 23 de septiembre de 1518 se firman los papeles de compra por parte de la Casa de Contratación. Sabemos que costó un 30 % más que el resto de las embarcaciones. En total trescientos mil maravedíes de inversión en un activo que iba a resultar clave para la empresa.

Estuvo capitaneada por el malogrado Luis de Mendoza, que mu- rió apuñalado por Gómez de Espinosa en el motín de San Julián. Después fue comandada por el contramaestre Miguel de Rodas (re- cordemos que el maestre, Antonio Salamón o Salomon, había sido condenado a muerte en las costas de Brasil por sodomítico). Tras los dramáticos acontecimientos de Mactán, Cebú y Tidore, Juan Sebas- tián Elcano —en un inicio maestre de la Concepción— se erigía ca- pitán mayor de la Armada y, por ende, capitán de la Victoria, única nave superviviente.

Según los documentos de la expedición conservados en la Casa de Contratación de Sevilla, la Victoria debió contar con unos cuarenta y cuatro hombres (ganándose la vida o perdiéndola) a bordo: un ca- pitán, un maestre, un contramaestre, un piloto, un escribano, un des- pensero, un carpintero, un calafate, tres lombarderos, diez marineros, once grumetes y un paje, además de once profesionales embarcados como sobresalientes y otros: herreros, toneleros o criados del capitán. Sabemos por la documentación que la Victoria llegó herida de muerte, tuvieron que reemplazarse con urgencia dos fragmentos de la escota mayor, un pasamuro (conducto para pasar los cabos) con un servidor dañado y una boneta mayor (vela supletoria). También habían roto el palo del trinquete…, pero su navegabilidad y carácter habían quedado patentes.

Una vez reparada, Cristóbal de Haro (el financiador privado) la saca a subasta en una operación dirigida por la razón y los intereses económicos. Sabemos que la adquiere Esteban Centurión, genovés, al precio de 285 ducados (es decir, 106.875 maravedíes con lo que la depreciación fue de un tercio de su valor original). La operación se cerró notarialmente a finales de febrero de 1523. Sabemos también que la “pacifican”, quitándole las armas.

Me hubiera encantado decir que “la Victoria” permaneció como un objeto de culto venerado por generaciones que admiraban su ges- ta, casi como fragmentos de la Vera Cruz…, nada más lejos de la rea- lidad. Se ha especulado mucho sobre el destino de la nao Victoria, pero la que cobra más peso frente a todas las hipótesis es la ofrecida por el historiador del s. xVI, Gonzalo Fernández de Oviedo, contem- poráneo de muchos de los acontecimientos de los viajes oceánicos, que afirma en su obra “Historia General de las Indias”, impresa en 1547, lo siguiente:

“Salió aquella nao (la Victoria) del rio de Sevilla y dió una vuelta al pomo ó redondez del mundo é anduvo todo lo que el sol anda, en especial por aquel paralelo que la nave he dicho bojó el mundo, yendo por poniente y tornando por levante; é volvió á la misma Sevilla, y aun después hizo aquella nao un viaje desde España á esta ciudad de Sancto Domingo de la isla Española, y tornó á Sevilla y desde Sevilla volvió á esta isla, y á la vuelta que volvió á España se perdió, que nunca jamás se supo della ni de personas de los que en ella iba”.

De nuevo el mar se cobra su tributo.

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