“El precio de cualquier cosa es la cantidad de vida que ofreces a cambio”
Henry David Thoreau
Lástima que la burocracia enturbiara el momento de gloria y no supiera —o no quisiera— la Corona estar a la altura. Después del compromiso, la entrega de estos hombres, la actitud de la Corona fue dar largas.
Para cuando Elcano embarca en la segunda expedición al Malu- co en 1525, ya le debían más de mil quinientos ducados (más una merced suplementaria de otros mil ducados como prima por asu- mir el mando en la armada de Loaysa que nunca llegará a los he- rederos).
Elcano fallece el 4 de agosto (otras fuentes hablan del 6) de 1526 a bordo de la nave Espíritu Santo en el mar —como no podía ser de otra manera— y su cuerpo fue arrojado a las aguas del Pacífico, ese océano que tanto le dio y tanto le quitó. Al menos, la vida le concedió morir como gran capitán de la flota, aunque fuera de ma- nera tristemente efímera, ya que apenas disfrutó del cargo seis días. Hernando de la Torre, el último capitán de la expedición, va a encargarse de portar hasta Sevilla el testamento de Elcano, que entregará sellado a los señores del Consejo de Indias. Elcano con- fía el control de sus bienes y el cuidado de sus hijos a su madre, que va a luchar contra Goliat para que su hijo perciba el dinero que la Corona prometió. Sabemos que Catalina se convirtió en heredera universal de todos sus bienes.
Catalina fue una mujer longeva que no se cansó de reclamar la herencia. En 1535 pedía 150.000 maravedíes por el salario y los qui- nientos ducados de oro como pensión vitalicia anual concedidos tre- ce años atrás. Parece que Catalina solo percibió una mínima parte de lo adeudado a su vástago. El 23 de marzo de 1535 la reina ordenaba que se le pagaran veinte mil maravedíes. Los siguientes registros del Archivo de Indias ya son “juros” (no pagos, sino promesas: “juro que el lunes —ya si eso— te pago”), artimaña muy recurrente de la Corona cuando no tenía liquidez o voluntad de abonar dichos pagos. Hay registrados tres “juros” de 78.186 maravedíes cada uno.
Muchos años después, en 1553 y 1554, constan sendos documen- tos en los que nombraba heredero a su nieto Rodrigo de Gainza y le otorgaba poderes para seguir reclamando en su nombre. El Consejo de Indias terminó dándoles la razón. Tarde y mal, pero se hacía jus- ticia.
Resulta curioso que Elcano dejara constancia en su testamento de la deuda que la Corona había contraído con él, según sus cuentas, aún le debían 1.484 ducados. Sin duda, el tema de los impagos era una herida que aún le escocía. Recordemos que unos años atrás, ha- bía caído en desgracia por enajenar su nave al enemigo —en tiempos de guerra— (la carraca Nuestra Señora de la Aurora) para saldar un préstamo que se vio obligado a pedir. Con el dinero cubrió los suel- dos de la tripulación contratada para servir al Gran Capitán, pero este nunca llegó a abonar lo debido y Elcano perdió su embarcación y su honor. Fue declarado prófugo de la justicia, lo que le llevó a en- rolarse en una armada que iba a salir rumbo a lo desconocido y que capitaneaba un tal Magallanes…
Con Gómez de Espinosa se repite la morosidad de la Corona. La palmadita en la espalda al fiel capitán fue inmediata, pero la recom- pensa material tardó dos años más en llegar. Tras la consiguiente demanda previa, se le abona un único pago de doscientos ducados (cincuenta en metálico y resto en armazón, es decir, mercancía para negociar), acuerdo que finalmente acepta, dando por perdida la pro- metida paga vitalicia de trescientos ducados de oro.
Quien sí tuvo la suerte de frente (y los enchufes…) fue nuestro amigo el cronista. Antonio Pigafetta va a ser el primero en cobrar,recibió un adelanto de 89.250 maravedíes en Valladolid cuando fue a ver a Carlos I solo dos meses después de completar la vuelta al mundo.
Pigafetta se presentó frente al emperador y le entregó una copia de su relación. No había podido estar en la audiencia real con Elcano pero él tenía sus medios. La Corona hizo con él una excepción con el adelanto. Abandonó España —con aires de zarzuela— diciendo (o maldiciendo) “fuíme de allí lo mejor que pude”. Tras lo que “salió de gira” para promocionar su libro y a sí mismo. No se presentó a cobrar el resto.
Estuvo hábil para salir en la foto, típico de los robamedallas y de gente que tiende a gustarse en exceso.
*Capítulo 63 del libro Un empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’ escrito por Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers.
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