“Una brújula no dispensa de remar”
Maurice Nédoncelle
11. Isla de Timor – Islas de Cabo Verde
Salida el 7 de febrero de 1522 – Llegada el 10 de julio de 1522 Travesía de ciento cincuenta y tres días
Durante los cinco meses que navegan en el océano Índico, más allá de la soledad y la debilidad, su miedo es encontrarse con los portugueses, que los buscan sin tregua por todos los mares. Derrotan hacia el suroeste alejándose de la costa (y de la ruta portuguesa). Tanto bajan que estarán a punto de descubrir Australia, que no fue descubierta —oficialmente— hasta el 1770, doscientos cuarenta y ocho años más tarde.
El mar se va volviendo cada vez más hostil. Al cabo de mes y medio de travesía divisan a lo lejos una isla, pero no encuentran fondo en ella y tienen que continuar viaje sin detenerse: es la isla de Ám- sterdam, inhóspita y que aún permanece deshabitada. Los vientos y las corrientes no van a ser favorables casi en ningún momento en el Índico.
Aunque habían conseguido abastecerse, las provisiones empiezan a estropearse. Al no encontrar sal en Timor, la carne no está muy bien conservada y, bajo el implacable sol del Índico, se pudre. Se ven obligados a arrojar al agua gran parte de los alimentos frescos.
Se plantean el hacer escala en Mozambique, pero según Pigafetta, prefieren “su honor a su vida”. Después de tres años de penalidades, estaban decididos a volver a casa vivos o muertos. “Hallándose la mayor parte de la tripulación inclinada más al honor que a la vida misma, determinamos hacer cuantos esfuerzos nos fuera posible para regresar a España”. Pese a que la mayoría de ellos están ya enfermos, su idea de alejarse de la costa es firme, y enseguida deciden continuar sin haber tomado tierra: “Tomamos la vuelta de la mar por estar en nuestra libertad”, dice Albo.
Los vendavales les hicieron perder días y ganar desconfianzas, se llegan a plantear incluso el arrojar por la borda la carga de clavo, pero deciden no hacerlo. Buscan la gloria, y no quieren regresar sin su preciado cargamento. El 10 de enero de 1522 una gran tromba de agua amenaza con escribir el final de su historia. Se encuentran impotentes, debilitados, incapaces de luchar con la furia de la naturaleza: no queda más remedio que rezar. De nuevo, una “señal divina”: el fuego de San Telmo se manifiesta en los mástiles. Allí, sellaron la promesa de ir en procesión a la ermita de Santa María de la Victoria si llegaban a Sevilla. Y la tormenta pasó.
Se adentran en una de las zonas del océano más peligrosas del mundo: el cabo de Buena Esperanza conocido también como el cabo del Miedo o de las Tormentas. Vientos que se encañonan y el encuentro furioso de las dos grandes masas de agua —Atlántico e Índico—, con sus peligrosas corrientes imposibles para la navegación.
Doblar el cabo de Buena Esperanza fue realmente duro y una demostración, una vez más, de su valentía, pundonor y coraje. Descienden al temperamental paralelo 40, donde les esperan grandes vientos y corrientes contrarias que les devuelven hacia el este. Es la temible franja de los Rugientes Cuarenta, (usada posteriormente por los ingleses para hacer el viaje a Australia en dirección este, es decir, en sentido contrario y favorable). Llegaron a pasar ocho días amai- nados en dos episodios diferentes de fuertes borrascas, con gran frío y muy mala mar. Elcano decidió abandonar este paralelo y subir al 36. Muchos días, el viento les obligaba a ceñir contra él, navegando en Una aventura y desventura constantes.
Las corrientes contrarias desvirtúan las mediciones de velocidad que van tomando. El 4 de mayo piensan que han sobrepasado ya el cabo de Buena Esperanza y ponen rumbo noroeste creyendo estar en el Atlántico. Dan con la costa tres días después, la decepción es inmensa. Intuyen que pueden estar a la altura del río Infante —el Gran Río Fish en la actualidad, en la costa de Sudáfrica— (los españoles jamás habían surcado aquellas latitudes, lo que pone de manifiesto que portan cartas portuguesas).
La nave estaba maltrecha, la violencia del mar les hizo partir el mástil y la verga del trinquete, cuesta mucho maniobrar y seguir avanzando, además se veían obligados a achicar agua durante cinco horas al día y seguían sin lograr superar el cabo de Buena Esperanza. Por fin, el 19 de mayo de 1522 —tras una durísima navegación bajo la furia inclemente del sol abrasador y las tormentas— con- siguen doblar el cabo de Buena Esperanza. Pasaron a ocho leguas (cuarenta y cuatro kilómetros) de él. Ya están en el Atlántico. Nueve semanas hicieron falta para poder salvarlo con olas de veinte metros y vientos de hasta cien kilómetros por hora. La hazaña es increíble, pero aún están a medio mundo de Sevilla.
Como dato, el cabo se salvó por primera vez en 1488 por Bartolomé Díaz y nueve años después fue Vasco da Gama quién logró superarlo. Los grandes marineros se forjan en las grandes tormentas.
Sin duda, saber que algo -por increíble que parezca- se ha hecho ya antes, es una motivación. Algo dentro de ti dice que tú también puedes. Lamentablemente, cuando pensamos que un reto es inalcanzable dejamos de intentarlo.
Exígete, supérate y ponte objetivos desafiantes, ve siempre un poco más allá hasta rozar lo imposible.
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*Capítulo 55 del libro Un empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’ escrito por Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers.
Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers (apasionados de la historia, la navegación, el management y el desarrollo personal), reinterpretan la epopeya de la primera vuelta al mundo desde la perspectiva del management actual. En este libro podremos aprender de los aciertos —y de los errores— de aquellos hombres de hace 500 años, a través de la lección de liderazgo histórico que nos brindan. Embárcate junto a ellos en esta apasionante aventura.
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