“A veces lo bueno es enemigo de lo mejor”
Stephen Covey
Almansur quería equiparar Tidore a su vecina Ternate que co- merciaba con Portugal, por eso se mostró muy predispuesto a cola- borar con nuestra armada. Dinero y poder, ahí estaban sus razones. Cinco siglos después, nada nuevo bajo el sol.
Construir una óptima relación laboral entre proveedor y cliente solo ofrece ventajas y beneficios. Llegaron a un acuerdo para que reconociera la soberanía española sobre la isla (a pesar de estar violando con ello el Tratado de Tordesillas, aunque, en su descargo, diremos que aún creían que las Molucas estaban en sus dominios). Tras las formalidades burocráticas, quisieron establecer el comercio con las especias tan rápido como fuera posible, antes de que las luchas intestinas pusieran el trato en peligro.
El rey de Tidore dispone del puesto comercial de los portugueses para acomodar a los españoles y el martes 12 de noviembre —tan solo cuatro días después de fondear en el puerto de Tidore— la flota de las Molucas comenzaba las transacciones comerciales. El clavo era la especia más cotizada porque solo se producía allí (debido a las condiciones del suelo volcánico, drenado y margoso), crecían frondosos bosques de claveros con su delicada y pequeña flor rojiza en el momento de recolectarla.
Fue la principal mercancía que cargaron, negociando directamente con los productores en un mercado casi monopolizado por Europa, complejo y abusivo. El cambio en las condiciones de compra fue brutal. Pigafetta recoge en su crónica que “la prisa que teníamos por regresar a España nos hizo cambiar nuestras mercancías por mucho menos de lo que hubiéramos podido obtener”. Regalando titulares, como siempre, explica todo lo que va aprendiendo del clavo y de la nuez moscada, y también las costumbres de los moluqueños: “(los hombres) tienen tantos celos de sus mujeres (a las que acaba de llamar feas) que no querían que bajáramos a tierra con las braguetas abiertas”. La frase se comenta sola.
La presencia de los españoles en Tidore es un secreto a voces. Hasta allí se acercaron el hijo del rey de la vecina Ternate, con él venían la viuda y los hijos de Francisco Serrano, el amigo de Maga- llanes que le incitó a ir gracias a sus cartas y que, lamentablemente, había fallecido poco antes parece ser que envenenado —casi al tiempo que moría su amigo y compartiendo destino— también por inmiscuirse en conflictos locales.
Los acompañaba Pedro Alfonso de Lorosa (o Lourosa), que busca unirse a la armada castellana y, efectivamente, embarcó en la Trinidad. Por él saben que Portugal lleva la friolera de diez años comer- ciando allí, aunque lo mantienen en secreto y sin llegar a conquistar el territorio. Esta noticia explicaba por qué el rey Manuel había rechazado la expedición de Magallanes. También confirma que las autoridades portuguesas, inasequibles al desaliento, los habían estado buscando sin descanso para interceptarles y abortar su misión, además de ordenar al capitán de las Indias, Diego Lopes Sequeira, que enviara seis navíos al Maluco (afortunadamente esta armada tuvo que desviarse a Aden para sofocar el ataque del turco) y dos flotas más que se frustraron por diversos motivos. El mensaje estaba claro: debían cargar las bodegas y salir de Timore antes de que apareciera en el horizonte la armada portuguesa con Antonio de Brito al frente y a su encuentro para apresarlos. Era evidente que tenían que espabilar con las especias, y el 12 de noviembre empezaron las negociaciones por el clavo, a cambio de, básicamente, los productos robados a los juncos que los españoles habían ido atacando durante aquellos meses de navegación por las Filipinas, Borneo y el mar de Célebes.
Almanzor intentó convencerles para que se quedaran más tiempo, pero no logró retenerlos. Le interesaba mantener la alianza con ellos para intimidar a los reyezuelos de las islas vecinas, en particular a su enemigo Abu Hayat, rey de Ternate, con el que negociaban los portugueses. Pero la flota solo quería salir de allí y emprender el camino de vuelta a casa: algo habían aprendido de su escala en Cebú. Lo más destacable de los acuerdos de buena voluntad que se firmaron, es que dio lugar al “Libro de las Pazes e Amistades que se an (sic) hecho con los reyes e señores de las islas e tierras donde hemos llegado” del escribano de la Victoria, Martín Méndez. Otra importantísima fuente de información.
Es hora de regresar a casa. Además, no tenían muchos alicientes para permanecer allí… Parece que se abstuvieron de sucumbir a los encantos de las mujeres locales, pues creían que estaban infectadas por la sífilis, “el mal de Job” o el “mal portugués”. Lo cierto es que esta enfermedad se manifestó antes en China que en Europa.
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*Capítulo 47 del libro Un empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’ escrito por Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers.
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