“El que gana un combate es fuerte, el que vence antes de combatir es poderoso. La verdadera sabiduría consiste en vencer sin combatir”
Sun Tzu
Hay una pieza que se nos escapa del puzle: cuanto más cerca se hallaban de completar su misión, más perdían de vista el motivo de su viaje. Hacía muchas millas náuticas que la expedición había dejado de ser lógica, después de cruzar el Ecuador se llegó a desviar hasta mil quinientos kilómetros al norte de las Molucas. ¿A dónde pretendía llegar realmente Magallanes? La expedición se muestra errática y desorientada, han perdido el sentido de su misión, Ma- gallanes parece ansiar convertirse en misionero. ¡Cuidado con todo aquello que te aleja del objetivo y hace que abandones!
Magallanes sabía que las Molucas se ubicaban en el Ecuador, así se constata en el memorial que dejó al Rey: “Las islas de Maluco son cinco, conviene a saber, las tres que están más allegadas a la segunda línea de la demarcación, que están todas Norte Sur a dos grados y medio de longitud, y la isla de en medio está debajo del equinoccial. Las otras dos islas están de la manera de las dos primeras, que es Norte Sur, y a 4 grados al oriente de la segunda línea, conviene a saber, dos al Norte del equinoccial, y dos al Sur del equinoccial, asentadas por los pilotos portugueses que las descubrieron”.
Magallanes había cambiado de perspectiva. Recordemos las capitulaciones que había firmado donde Carlos I le había nombrado gobernador de todas aquellas tierras que descubriese, lo cual —sin duda— justificaba su interés en explorar la zona. Mientras va recorriendo territorios, se va ampliando también su mapa mental.
Magallanes tenía muchos defectos, pero la ingenuidad no era uno de ellos. Quizás era consciente de que regresar a casa significaba la cárcel o la muerte. La San Antonio va a contar su versión de los hechos y, probablemente, sea secundada por la mayoría de “sus” hombres.
Las Molucas no eran más de cinco, pero ahora estaba descubriendo muchas islas que resultaban ser ricas en oro. Posiblemente, supiera —por referencias de los lugareños— de otras tierras no descubiertas hacia el este. Aquí tenemos el fragmento clave de Pigafetta hablando de esas capitulaciones firmadas por el rey: “Magallanes tenía concedido por Carlos I, el quedarse con dos de las islas descubiertas si descubría más de 6”. Obviamente, no lo sabía, pero estaba ante 7.107 islas… Tenía para elegir. Está claro que la primera de ellas iba a ser Cebú.
Elcano es implacable: “Magallanes y Caravallo nunca quisieron dar aquella derrota [para ir a las Molucas], aunque fueron requeridos para ello, porque este testigo siendo piloto en su nao lo vio”. Declaraciones de Juan Sebastián del Cano tras el viaje, al alcalde Sancho Díaz de Leguizamo.
La entrada en Cebú fue un tanto desafortunada y excesiva por parte de Magallanes. Había descargado su artillería a modo de saludo, ordenando a sus hombres que dispararan una salva de arcabuces. ¡Los pobres isleños estaban aterrorizados! Magallanes trataba de sacar pecho para impresionar, pero, sin duda, no estuvo acertado. En las empresas, a la hora de internacionalizarse o penetrar en nuevos mercados, conviene informarse previamente de las costumbres y gustos locales o se pueden cometer errores muy caros de subsanar. Allí conocen al fiel Humabon, un rajá pletórico con esos amigos que le habían traído las mareas. Magallanes se gana la confianza del rey local, que se muestra encantado con esos semidioses que se pueden convertir en protectores y aliados. Es posible que se viera, si no como un semidiós, sí como uno de sus emisarios: Dios le había guiado hasta Filipinas para cristianizar a los paganos, salvar sus almas pecadoras y reconducir sus depravadas costumbres. Su actitud era cada vez más fanática y radical en asuntos religiosos. A diferencia de Cristóbal Colón y tantos otros, Magallanes no tuvo el menor interés en esclavizar a los indígenas que encontró en su camino, su deseo era el de cristianizarlos y establecer vínculos de comercio con ellos, y se esforzó por llegar a entendimientos cordiales.
No deja de sorprender la actitud de Magallanes con respecto a Humabon: de repente, son los mejores amigos, en tagalo, su “casi- casi”, es decir, su hermano de sangre. Incluso se presta a sellar aquel pacto de hermandad con una ceremonia pagana, teatral y macabra, según nos cuenta De Mafra: “sangrándose del pecho, ambos echada en un vaso, la sangre junta, revuelta con vino, bebe cada uno la mitad”. Obviamente en los planes de Magallanes pesaba más la con- quista del territorio aliado y consolidar la expansión que fomentar las relaciones sociales.
El Domingo de Resurrección de 1521 se celebra la primera misa en suelo filipino. Durante la ceremonia, los locales están fascinados con la liturgia y se unen a ella imitando a los expedicionarios. El rajá Humabon —poseído de una espiritualidad fulminante— se convierte y se bautiza en tiempo récord. Ordenó erigir una gran cruz que, según la tradición, se conserva dentro de otra expuesta al público en una capilla al lado de la Basílica del Santo Niño. Aquel fue el escenario de un bautizo multitudinario llevado a cabo por el clérigo Pedro de Valderrama ante un emocionado Magallanes, que creía estar dándoles lo mejor que podía ofrecer: su salvación. Está ensimismado en su frenética misión de plantar cruces y bautizar indios. Quizás es un buen momento para indicar que, según las leyes católicas, los cristianos no podían yacer con indígenas sin bautizar.
Magallanes regala a la mujer de Humabon, bautizada como Doña Juana, una talla del Niño Jesús. En la actualidad, Filipinas es uno de los países más católicos del mundo y la veneración por el Santo Niño de Cebú es aún hoy increíble: cada año millones de fieles enfervorecidos peregrinan para ver aquella talla que dejó Magallanes.
Mientras la tripulación va recuperando fuerzas (y se van “integrando” con las locales), se reparan también los desperfectos de las maltrechas naves. Magallanes, por su parte, se inmiscuye absurdamente en los conflictos locales: Humabon le había pedido ayuda contra su obstinado enemigo, un reyezuelo de la vecina isla de Mac- tán, regida por Lapulapu (o Silapulapu). Magallanes decide que Hu- mabon debe ostentar un poder superior al resto y pide que todos reconozcan la soberanía del rey de Cebú y el dominio protector de la Corona española.
Pigafetta lo analiza en su crónica: “A mí, cuando me lo contó mi señor, lo que me pareció es que ese rajá quería aprovecharse de la fuerza de los españoles para someter a todas esas islas”. No iba desencaminado. Lo que dotaba de ese poderío a los nuestros era la innovación de sus armas y corazas. La ventaja competitiva que toda empresa debería buscar.
Mientras, nuestro amigo, el cronista, se dedica a labores de antropología sexual: está igualmente fascinado y horrorizado por el “palang” —una especie de piercing genital que usan habitualmente los locales— y nos regala uno de los episodios más marcianos de toda su crónica. En su afán por entender más en profundidad como aquel artilugio podía proporcionar placer sexual a ambos, llega a ejercer de voyeur de una pareja… todo en aras de la ciencia.
Al igual que hizo con aquel gigante patagón, también con los filipinos elabora un diccionario básico del lenguaje tagalo. Pronto tendría que poner en práctica todo lo aprendido. ¡No con el “palang”… sino con el lenguaje!
El cacique tribal de Mactán no acepta la evangelización, ni el sometimiento a Humabon, ni a la Corona española, y desafía a los expedicionarios retándolos a un combate. Magallanes, autoproclamado adalid de la cristiandad, acude personalmente (“un pastor no abandona nunca a sus ovejas”, declara) acompañado de unos pocos hombres, lo que resulta ser un gran exceso de confianza y su último error.
Magallanes era un hombre pleno y orgulloso que había logrado todos sus objetivos: tras encontrar el paso hacia el mar del Sur (Pacífico), había llegado navegando hasta el otro extremo de aquel infinito océano, había anexionado para la Corona de Castilla prometedores territorios y ganado para la Iglesia innumerables almas de infieles… Todo esto sin haber derramado casi ni una sola gota de sangre. Sorteó peligros como las tormentas, el escorbuto, el hambre y los motines. Al final, la única amenaza a la que no pudo sobrevivir fue a sí mismo. Su arrogancia era una amenaza muy real: el sueño acabó allí, en Filipinas, el 27 de abril de 1521, en un combate sucio, innecesario y de escaso lucimiento.
Rechaza la ayuda del rey de Cebú contra Lapu Lapu. Ginés de Mafra, nos cuenta lo siguiente: “Perdió mucha autoridad [se refiere a Magallanes], porque un hombre que llevaba sobre sí un negocio de tanta importancia no tenía necesidad de probar sus fuerzas hasta el tiempo andando, porque de la victoria se sacaba poco fruto para el hecho que entre las manos tenía”. De nuevo, una decisión unilateral pone en peligro la misión de la flota.
Era 27 de abril —el día de la Virgen de Montserrat, a la que el capitán tenía una ferviente devoción—, cuando cuarenta hombres en dos bateles según Mafra y sesenta en tres según Pigafetta desembarcaron en Mactán. Los arrecifes coralinos y los bancos de arena poco profun- dos impiden una maniobra de fondeo cerca de la orilla. Las pesadas armaduras les dificultan el acercamiento, anclándoles al fondo y los convierten en un blanco fácil. No todos bajan, pero las armas a bordo resultan inútiles por la distancia y la superioridad numérica del ene- migo: arcabuces pesados, pólvora mojada, ballestas ineficaces al igual que los cañones, culebrinas y falconetes de la nave fondeada a más de un kilómetro frente a mil quinientos hombres jugando en casa.
Algunas fuentes, aliñando el combate, hablan de la supuesta arenga de Magallanes: “No os espante, hermanos míos, la multitud destos indios nuestros enemigos, que Dios será en nuestra ayuda, y acordaos que pocos días ha vimos y oímos que el capitán Hernán Cortés venció por veces en las partes del Yucatán con doscientos españoles á doscientos y á trescientos mil indios”.
Difícilmente pudo saber Magallanes nada sobre la conquista de México de Hernán Cortés… Se recoge en la crónica —poética y licenciosa— de Maximiliano Transilvano llamada “De Moluccis Insulis”. Se trata de una carta redactada en latín por el secretario del rey Carlos I y cuyo destinatario es Mateo Lang de Wellenburg, cardenal arzobispo de Salzburgo y obispo de Cartagena. Supuso la primera narración —junto a la de Pigafetta— que se conoció de la hazaña interoceánica, firmada (el 5 de octubre de 1522) a los pocos días del retorno de los supervivientes, recopila testimonios de los protagonistas.
Cuando se acabó la pólvora —que causaba más ruido que daños— los indios se envalentonan. Resulta paradójico que, incluso al cabo de varias horas de intensa lucha, seguían sin enviar refuerzos en sus botes, uno tiene la sensación de que no hicieron lo suficiente para cubrir a su líder.
En la crónica de Rodrigo Aganduru Moriz (“Historia general de las islas occidentales a la Asia adyacentes, llamadas Philipinas”, s. xVII) se apunta por primera vez la idea de que luchara junto a su bastardo Cristóbal Rabelo. Primero caería el hijo, este se vuelve para protegerlo y cubrir al resto de sus hombres. Era una locura, un suicidio; los expedicionarios deben retroceder. Los indígenas aprovechan que Magallanes se queda rezagado y se ceban con él, especialmente apuntan a las piernas, sin protección de la cota. Es alcanzado por varias lanzas emponzoñadas que le desestabilizan y cae, es rodeado y le rematan sin piedad. Murió cubriendo a sus hombres, apenas tenía cuarenta y uno. Aquella absurda batalla se saldó con ocho muertes. Fue el precio de tomar malas decisiones.
Pigafetta rinde un homenaje a su líder con estas sentidas palabras, sin duda, la entrada más emotiva de su diario: “Se volvió muchas veces para ver si nos habíamos salvado. […] Sin él, no habríamos llegado a salvo hasta los barcos, pues mientras él luchaba, los otros nos retiramos a los botes. […] Espero que […] la fama de tan noble capitán no se limite a nuestros tiempos. Entre otras virtudes que poseía, era más constante que cualquier otro frente a la más dura ad- versidad. Soportó el hambre mejor que todos los demás, y entendía mejor que cualquier otro hombre del mundo las cartas marítimas y la navegación. Y que esto era cierto era fácil de ver, pues ningún otro tuvo ni el talento ni el atrevimiento de aprender cómo circunnave- gar el mundo, como él casi hizo”. Casi…, tal vez sea esta la palabra más triste y que mejor define la vida de Magallanes.
Las palabras de Elcano son más parcas: “Ansí el dicho Magallanes fue e mataron a él e a otros siete, e vinieron heridos veinte y seis”. En sus declaraciones al volver A.G.I., Patronato,34,R.19, folio 2r.
Información recibida por el alcalde de Casa y Corte, Santiago Díaz De Leguizamo, en que declaran el capitán de la nao Victoria, Juan Sebastián de Elcano, Francisco Albo y Fernando de Bustamante, sobre distintos pormenores del viaje de la primera vuelta al mundo. Infravaloró al enemigo, recuerda un poco a los americanos en Vietnam. Lo que iba a ser una incursión de escarmiento —y propagandística de la divinidad de los españoles— se convirtió en un lamentable (y evitable) episodio. Murió defendiéndose con uñas y acero, dando la vida para cubrir a sus hombres. De cualquier mane- ra, y como hemos comentado, si Magallanes no hubiese muerto en Filipinas, probablemente habría terminado sus días en un calabozo en Sevilla por su ensañamiento desmesurado durante la rebelión a bordo de su flota.
El día a día de una pyme o de una startup con pocos recursos es menos épico. Pero la gran guerra por la supervivencia no es menos dura: mantener una visión estratégica, elegir bien las batallas que se van a luchar —y desestimar aquellas que solo van a absorber recur- sos— y contar con un equipo comprometido, que se sienta motivado, es fundamental.
Lamentablemente, los rebeldes se negaron a entregar su trofeo y ni el cuerpo de Magallanes ni el de los otros siete caídos, se pudieron recuperar. Aún hoy se mantiene viva la memoria de aquel capítulo cada aniversario con representaciones de la batalla en la playa. El lugar se conoce como Punta Engaño, donde actualmente hay una escultura conmemorativa de Magallanes y, desde hace pocos años, otra enfrentada de Lapu Lapu, el orgullo local. “Aquí, el 27 de abril de 1521, el gran navegante portugués Hernando (sic) de Magallanes, al servicio del rey de España, fue asesinado por nativos filipinos”. La otra cara describe el conflicto desde el prisma filipino: “Aquí, en este punto, el gran jefe Lapu Lapu repelió un ataque de Fernando”. Así todos contentos.
Pese a todo, la armada intentó recomponerse. Han de elegir a un nuevo capitán y decidir si continúan con la búsqueda de la Especie- ría o ponen proa rumbo a casa.
La elección de la nueva directiva es sorprendente, determinada por la bicefalia y optando por conservar un equilibrio de poder entre los portugueses y los españoles presentes en la flota: Duarte Barbosa, el cuñado de Magallanes, como capitán de la Victoria y Juan Serrano al mando de la nao Concepción. Tampoco quedaban muchos más hombres capaces y cualificados. Elcano sigue con perfil bajo.
Sobre la segunda cuestión la decisión es unánime: su obligación sigue siendo cumplir la misión encomendada por el emperador Carlos I. Ni siquiera en esos momentos se planteó la posibilidad de abor- tar la misión y dar media vuelta: habían llegado muy lejos y sufrido demasiado para abandonar.
Qué importante es en una empresa estar embarcado en una dinámica positiva y comprometido con el objetivo para seguir yendo a por él, y cómo, en determinadas circunstancias, nos damos cuenta de que nadie es imprescindible. Desde luego el compromiso con la empresa ha de estar conciliado con la vida familiar y la salud.
*Capítulo 39 del libro Un empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’ escrito por Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers.
Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers (apasionados de la historia, la navegación, el management y el desarrollo personal), reinterpretan la epopeya de la primera vuelta al mundo desde la perspectiva del management actual. En este libro podremos aprender de los aciertos —y de los errores— de aquellos hombres de hace 500 años, a través de la lección de liderazgo histórico que nos brindan. Embárcate junto a ellos en esta apasionante aventura.
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