“No vale la pena hacer bien lo que, para empezar, no vale la pena hacer”
Warren Buffett
Como sostiene Mario Alonso Puig en “El cociente agallas”, la frustración inicial que se produce cuando erramos en nuestros intentos se supera cuando seguimos creyendo en nuestras posibilidades.
Es digna de admirar la insobornable tozudez frente a la adversidad de Magallanes. Inasequible al desaliento (y, sin duda, con una rabia contenida) fue recorriendo cabo a cabo, fiordo a fiordo… No deja un solo recoveco sin explorar. La travesía por aquella encrucijada les llevará treinta y ocho días, y por fin, el 18 de noviembre de 1520, al doblar el último cabo (cabo “Deseado”) desembocarán en el gran océano al que denominaron ingenuamente “Pacífico”. La Victoria fue la nave que lo divisó por vez primera. Con ese nombre, estaba predestinada a hacer historia… y la hará.
Ver, oír, oler la inmensidad del mar después de tantas penurias… Debió ser tremendamente emocionante lo que sintió Magallanes quien, por primera y última vez, se permite llorar ante sus hombres: “Il capita- no generale lacrimo per allegrezza” (Pigafetta). El palmero de a bordo dejó escrita la crónica de aquellos momentos: “Si no fuese por el capitán general nunca habríamos navegado aquel estrecho porque pensábamos y decíamos que se nos cerraba alrededor”. Ginés de Mafra también relata aquella inmensa emoción: “Cada uno se tuvo por dichoso en haberse hallado en cosa que otro antes que él no se había hallado”.
El avistamiento del Pacífico era, por sí mismo, un hecho trascendental, pero la alegría por ese descubrimiento quedó empañada por la deserción de la San Antonio. La revuelta había logrado triunfar cuando Magallanes menos lo esperaba.
El estrecho de Magallanes (estrecho “Patagónico” según Pigafetta) recibe su nombre definitivo en 1527, seis años después. Todavía hay quien lo llamaba Estrecho Victoria, en honor al primer barco que lo atravesó. Une los dos océanos más grandes: Atlántico y Pacífico y es un entramado de 565 kilómetros de islas e islotes, como hemos visto. Lamentablemente y pese al esfuerzo, no fue una ruta comercial rentable, navegar en sus aguas era complejo y traicionero. Apenas ciento cincuenta millas al sur se abre limpiamente el cabo de Hornos (descubierto por el español Francisco de Hoces, solo cinco años después, con la flota dirigida por García Jofre de Loaysa, que pretendía replicar la ruta de Magallanes-Elcano). El nombre se lo puso un capitán holandés un siglo más tarde, en 1616, que exploró la zona con dos barcos, uno de ellos el Hoorn que, por cierto, naufragó en aquella costa. Curioso, una vez más, cómo nos dejamos quitar el bocata los españoles, falló nuestro marketing y perdimos el nombre de un cabo tan importante.
El primer paso de Magallanes hacia Oriente estaba dado, el último no lo daría jamás.
Decía Walt Disney que la diferencia entre ganar y perder a menudo consiste en no abandonar. Un emprendedor ha de estar motivado, las cosas no siempre salen como y cuando uno quiere, pero el secreto está en perseverar. Aunque también hay que saber reconocer cuando ha llegado el momento de asumir la derrota y buscar nuevos rumbos.
*Capítulo 35 del libro Un empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’ escrito por Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers.
Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers (apasionados de la historia, la navegación, el management y el desarrollo personal), reinterpretan la epopeya de la primera vuelta al mundo desde la perspectiva del management actual. En este libro podremos aprender de los aciertos —y de los errores— de aquellos hombres de hace 500 años, a través de la lección de liderazgo histórico que nos brindan. Embárcate junto a ellos en esta apasionante aventura.
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