“No puedo cambiar la dirección del viento, pero puedo ajustar mis velas para llegar a mi destino”
Jimmy Dean
No se estaban reponiendo del levantamiento cuando sobreviene otro golpe de mala suerte: pierden la primera nave, la Santiago.
Al ser la más ligera, Magallanes le ordena a su capitán, Juan Se- rrano, que vaya de avanzadilla a explorar algo más al sur, mientras los demás permanecían en Puerto de San Julián. Estamos en el mes de mayo, pleno invierno en esas latitudes. En su periplo descubren la bahía de Santa Cruz, pero cuando regresaban abatidos —sin haber avistado el estrecho— les sorprende una sudestada (fuerte viento frío del sur) que los hace encallar. Aun estando anclada, la nave no deja de garrear por la gran oscilación de la marea y destroza la em- barcación irremediablemente.
Afortunadamente sus treinta y siete marineros se salvaron, pero quedaron desprotegidos a merced del frío y a treinta kilómetros del resto de la flota. Consiguen salvar el río Santa Cruz en una pequeña balsa improvisada con restos del naufragio y, una vez en la otra ori- lla, deciden enviar a dos héroes (lamentablemente desconocemos su identidad) que caminarán —montaña a través— hasta San Julián para pedir ayuda.
Es otro de esos momentos sorprendentes de supervivencia ex- trema, trabajo en equipo y resiliencia de la expedición. La penosa marcha duró once días en los que se alimentan de raíces, helechos y padeciendo un frío extremo. Logran llegar al campamento base. Magallanes envió un equipo de rescate de veinticuatro marineros que se reencontró con los náufragos cuatro días después.
Los tripulantes fueron redistribuidos y Juan Rodríguez Serrano es nombrado capitán de la Concepción. Habían perdido una nave y el incidente causó un inmenso desánimo. Les habían prometido llegar al paraíso, calor, riquezas… y allí estaban, varados en un paraje in- hóspito, muertos de frío y sometidos a constantes peligros. Es fácil imaginar el “clima” dentro de los barcos, bastante más gélido que en la Patagonia donde estaban… Habían partido llenos de esperanza y sueños, pero se encontraban varados, un año después, en mitad del infierno, rodeados de hielo, desesperación e impotencia. Desde lue- go el viaje no era como se lo habían vendido en Internet…
Gestionar bien las expectativas de los clientes y empleados es cla- ve para no defraudarles y perder su confianza irremediablemente. Nunca se debe prometer aquello que no se tiene la certeza de po- der cumplir. De hecho, si se promete menos de lo que luego se en- trega, la satisfacción por el valor de lo percibido será mucho mayor.
¿Qué mejor estrategia para fidelizar a empleados y clientes?