“Un mandatario debe ser lento para castigar y rápido para recompensar”
Ovidio
Sofocado el levantamiento, Magallanes impartió dura justicia a los insurrectos: nadie le desafiaría otra vez. Un tribunal presidi- do por Mesquita dicta cuarenta condenas de muerte. Pese a ser un hombre implacable, Magallanes también era práctico: ajusticiar a todos los esbirros de Cartagena que participaron en la insurrección era inviable si quería continuar con la expedición. Hubiera perdido un quinto de su tripulación, así que la sentencia no se cumplió “por necesitar sus servicios” y se conmutaron por penas de trabajos forza- dos (achicar el agua, descarga y limpieza que los consumen hasta la extenuación) o la cruel tortura de la garrucha (como al cosmógrafo Andrés de San Martín), donde el condenado era atado con las ma- nos detrás de la espalda y colgado del palo mayor para, acto seguido, dejarle caer sin que tocara el suelo, provocando su descoyuntamien- to. Ser un buen marinero salvó a Elcano de acabar colgado de una maroma.
El 7 de abril, Quesada, capitán de la nao Concepción, pagará por todos al considerarle cabecilla del levantamiento. Fue decapitado y descuartizado a manos de Luis de Molinos (su criado) por orden expresa de Magallanes.
Juan de Cartagena (el flamante veedor que embarcó con ínfu- las de capitán general) junto con el clérigo Pedro Sánchez de la
Reina (“Pero” en casi todos los registros, cuyo verdadero nombre era Bernard de Carlmette) serán abandonados a su suerte en un terreno inhóspito. Pese a las súplicas y las maldiciones lanzadas por el clérigo —que amenazó a Magallanes con arder en el fuego del infierno—, no reculó. Es de suponer que murieron a manos de los patagones.
Bien es sabido que una persona dará lo mejor de sí misma ante la presión que supone el desafío, pero jamás bajo ninguna forma de intimidación: Magallanes es tremendamente duro en sus sanciones. Semanas atrás ya había sucedido otro episodio en la nao Victoria que conmociona a la tripulación.
El maestre Antonio Salomón (natural de Albania y residente en Trapana, Sicilia) había sido sorprendido sodomizando al grumete Antonio Ginovés en la travesía que iba de Tenerife a la brasileña bahía de Santa Lucía. Sin duda, ante navegadas tan largas y con una tripulación masculina, no debían ser raros estos episodios “por la popa” (se denominaba pecado nefando) y, aunque estaban penados al considerarse “un crimen contra natura”, se solían encubrir.
Salomón fue ajusticiado por estrangulamiento en la escala de Río de Janeiro el 20 diciembre, nada más arribar a América. Tiene el desafortunado honor de ser la primera víctima de la flota: ser LGTB era una temeridad en tiempos de Magallanes.
Cartagena quería castigar a los italianos con unos latigazos, pero Magallanes, de nuevo ostentando su poder, determina la máxima pena para el maestre (aunque perdona la vida al grumete tras ser acusado de “somético”). Fue otra de las gotas que van a colmar el vaso.
Cuatro meses después, alguien se toma la justicia por su mano y el grumete será defenestrado por la borda de la Victoria. Otras ver- siones apuntan a que se tiró voluntariamente al no poder soportar la vergüenza.
Este episodio ocurrió a bordo de la Victoria, capitaneada por Luis de Mendoza. Tras la sublevación de San Julián y su ejecución, fue comandada por el contramaestre Miguel de Rodas. De haber perdo- nado al maestre Antonio Salomón, habría sido él quien dirigiera la Victoria y quién sabe si estaríamos hablando de él ahora, en lugar de Elcano.
Ya hemos comentado anteriormente que cuando en una empresa impera el clima del miedo, malo. El temor y la inseguridad de los empleados a dar su opinión perjudica en la generación de nuevas ideas y esto es un lastre para un mercado en constante demanda de innovación o, incluso, de simples ideas que mejoren la producti- vidad o de una actitud positiva para hacer bien el trabajo habitual.