“El ignorante afirma, mientras que el sabio duda y reflexiona”
Aristóteles
5. Río de la Plata – Puerto de San Julián
Salida el 2 de febrero de 1520 – Llegada el 30 de marzo de 1520 Travesía de cincuenta y siete días
Desde el momento en que la flota abandona el Río de la Plata, comienza la verdadera aventura hacia lo desconocido. Por primera vez una nave europea se adentraba hacia el sur por esas latitudes. Todos opinan que Magallanes está perdido, navegan por lugares desolados que cada vez resultan más y más siniestros y amenazan- tes. Se avecinan unos durísimos meses, entre febrero y octubre de 1520.
Magallanes, decepcionado, es consciente de basarse en un mapa erróneo y el paso que dibuja Martin Behaim, no es más que la ingen- te desembocadura de un río. Se encuentra en un callejón sin salida. Los días son cada vez más cortos y fríos, con noches que duraban dieciocho horas. Aparcó la misión de buscar el paso y optó por una prematura invernada a refugio en San Julián.
Serán seis interminables meses en tierra consumiendo víveres y la paciencia de todos. Magallanes los tenía desconcertados: podrían haber avanzado mucho más antes de parar y, desde luego, medio año fue una estancia absurdamente dilatada.
En todas las empresas, la falta de comunicación y la inactividad, consumiendo recursos, minan la moral del equipo y ponen en riesgo el liderazgo y la continuidad de la propia compañía.
Al día siguiente de atracar, el 1 de abril de 1520, tuvo lugar el famo- so motín de San Julián, uno de los hechos más relevantes de la trave- sía. Era Domingo de Ramos y Magallanes, ferviente religioso, organiza una misa a la que seguirá un almuerzo privado a bordo, en su camaro- te. Solo Luis de Mendoza acude a la invitación (era portugués y había sido designado para capitanear la San Antonio tras el desacato de Cartagena). Magallanes es muy consciente de la situación: la tripula- ción estaba polarizada entre promagallanistas y cartageneros, el comi- té directivo estaba formado por hombres potencialmente problemáti- cos, sumado a las inevitables tensiones que causarían la convivencia y el fuerte estrés físico y psicológico de la tripulación, se barruntaban nubes de tormenta. La insurrección está en marcha.
Magallanes temía lo peor: intuía que habían liberado a Cartagena (cautivo en la Victoria) y prepara los cañones para el ataque. Efecti- vamente, Juan de Cartagena estaba libre y capitaneaba el motín que desafiaba su liderazgo. ¿El plan? El de siempre: ir a por el que man- da. El maestre Juan de Elorriaga trata de detenerlos y es apuñalado (moriría dos meses después a consecuencia de las heridas). Estos se apoderaron de la nao San Antonio y apresan a su capitán, Álvaro de Mesquita. Al mando queda Juan Sebastián Elcano.
Jamás sabremos si se involucró voluntariamente o se vio forzado por las circunstancias y el “efecto masa”. No vamos a entrar en el discurso de ensalzar o blanquear a personajes, es un hecho que El- cano participó en el complot y, seguramente por ello, pagó las con- secuencias al quedar mucho tiempo relegado a un segundo plano.
Antonio de Coca, contable de la flota, llamó al criado de Carta- gena, Luis de Molino, y se dirigieron a la bodega. Minutos más tarde subían con los brazos llenos de comida. Quesada voceó a la tripula- ción: ¡se ha terminado el racionamiento! La Trinidad y Magallanes no podrán contra la San Antonio, la Concepción y la Victoria (la Santiago era demasiado pequeña y les daba igual), el triunfo era suyo, habían derrotado al portugués… Enviaron un mensaje intimidatorio a Magallanes instándole a que se rindiera sin oponer resistencia.
El manejo eficaz del conflicto es una de sus tareas primordiales de liderazgo y Magallanes se retrata como un magnífico estratega: finge parlamentar y, mientras los entretenía con su respuesta, una sigilosa chalupa —al mando del alguacil mayor, Gaspar de Espinosa, y otros fieles magallanistas— abordan la nave rebelde Victoria. Gaspar acu- chilló a Mendoza hasta la muerte. La San Antonio se vio acorralada por las ahora tres naves leales a Magallanes (Trinidad, Santiago y Victoria): no tuvo más opción que rendirse. A la mañana siguiente lo hizo la Concepción.
Sin duda, una mala decisión de Magallanes —otra más— desenca- denó la tragedia. Hay mucha literatura moderna relativa a la toma de decisiones, uno de los modelos más aplaudidos es el de las “tres pes”, que aúna reflexión con análisis racional y que se basa en tres parámetros: profit, people and planet (beneficios, bienestar e im- pacto).