“La envidia es la úlcera del alma”
Sócrates
os españoles que formaron parte de la expedición no encajaron bien la decisión real de nombrar capitán de la flota a un portugués. Lo perciben como una amenaza y una potencial traición. Solo por este motivo, Magallanes despertó recelos desde el primer momento, ya que sospechaban que terminaría traicionando a la Corona española, algo que nunca ocurrió. Tampoco parece que él pudiera —o supiera— ges- tionar este rechazo, ya que siempre hizo gala de un liderazgo auto- ritario, con actitudes desestabilizadoras como la nula comunicación o empatía. Esa falta de confianza, elemental en cualquier equipo de trabajo, fue el Big Bang de todo lo que aconteció después.
Pigafetta, el cronista de la expedición (muy promagallanes) re- gistra esta animadversión en su diario desde las primeras páginas. “Ignoro la razón, a no ser que se debiese a que el capitán general era portugués y ellos eran españoles, enemistados desde hace mucho tiempo y que albergaban una mutua malevolencia”.
Los prejuicios, la desconfianza y las envidias embarcaron con to- dos ellos. Se fue gestando un rencor que creó fricciones desde el principio, y ya se sabe que los problemas no tratados a tiempo se en- quistan, siendo muy difícil solucionarlos y volviendo las situaciones irreversibles, como en efecto ocurrió.
Durante la recta final de los preparativos, Magallanes fue avisa- do para que se presentase con urgencia en la Casa de Contratación.
El obispo Juan Rodríguez de Fonseca, presidente de la Secretaría de Indias y máximo responsable de la expedición a las Molucas ante el rey, le informa de que restringe el número de portugueses a bordo a veinte (alguno más coló Magallanes entre el crisol de culturas embarcadas).
Además, se le comunica uno de esos fichajes de relumbrón: Juan de Cartagena, un grande de España (frente a Magallanes, humilde escudeiro y noble de cuarto grado), millonario de pata negra y un auténtico “bobo” de mar que embarcará en calidad de veedor real y “conjunta persona”. Cargo que le va como anillo al ego: tendría la última palabra en todos los aspectos comer- ciales de la expedición, y sería los ojos y oídos del monarca. No olvidemos la cuestión monetaria —que en aquella época escocía igual que ahora—. Juan de Cartagena tendría un salario sustan- cialmente más elevado que Magallanes, el más alto de la flota: 110.00 maravedíes. Como para no cabrearse.
Determinar las fronteras de la autoridad de uno y otro no re- sultó fácil. Sin duda, Juan de Cartagena —respaldado por el ego de su linaje— se sintió imbuido de un poder que no le correspon- día. Su rancio abolengo (muy rancio), los credenciales y avales que le respaldaban (y el simple hecho de ser español) le bastaron para desafiar la autoridad de Magallanes. Dos gallos en un mismo corral nunca es una buena idea. El liderazgo en ciertas circuns- tancias, y más en la mar, debe estar meridianamente claro. Uno tiene que salir de la ecuación.
Un detalle más para hacernos a la idea de la soberbia y prepo- tencia de Cartagena: era “sobrino” del obispo Fonseca, pero el término no dejaba de ser un eufemismo ya que se cree que era su hijo ilegítimo. No era el único caso de esta peculiar forma de ne- potismo. El contable de la flota, Antonio de Coca, era “sobrino” del hermano de Fonseca. También se nombró a dos íntimos del obispo como capitanes: Gaspar de Quesada —que capitaneó la Concepción— y Luis de Mendoza, al mando de la Victoria.
Juan de Cartagena irá al mando de la San Antonio. Juan Serrano —el único capitán que respetan de los propuestos por Magallanes— comandará la Santiago (la más pequeña y manejable). Es pariente de su amigo Francisco Serrao que está en las Molucas. Magallanes irá al frente de la nave capitana, la Trinidad. El amiguismo está a la orden del día. El reguero de pólvora está extendido y la mecha es muy corta.
Magallanes no era un hombre fácil de descifrar y esa falta de comunicación (“limitaos a seguirme y no hagáis preguntas”) vino a colaborar en lo peor de esta historia. La bicefalia y los prejuicios fueron el origen de graves problemas a bordo. La flota no se había hecho a la mar y ya hacía aguas.
La nacionalidad, el sexo, origen o creencias no nos dan ni nos quitan capacidades.
*Decimocuarto capítulo del libro Un empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’ escrito por Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers.
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