“La historia del mundo es la biografía de grandes hombres”
Thomas Carlyle
Fernão de Magalhães nació en el año 1480 posiblemente en la ciudad de Sabrosa, provincia de Tras-os-Montes. El cronista y reli- gioso Bartolomé de las Casas le describe como un hombre “de as- pecto no muy brillante, bajo, cojo, que no parecía mucho, pero era muy tenaz y de gran valor”. Hombre áspero, determinado y de pocas palabras, pero la grandeza de las personas se mide no por lo que di- cen sino por lo que hacen.
Hijo de un hidalgo portugués muy venido a menos. Al morir sus padres, con diez años, es reclutado —junto a su hermano— para servir como paje en la corte de la reina Leonor, consorte de Juan II de Portugal. Así entró en contacto con la vorágine conquistadora de navegantes que pululaban por palacio en busca de su oportunidad. Allí conoció el proyecto de un tal Cristóbal Colón que pretendía ir hacia las Indias navegando por el Atlántico. Aquella locura se desestimó… Con dieciocho años, conoce al héroe nacional llamado Vasco de Gama, que conseguiría doblar el cabo de Buena Esperanza y encontrar una ruta a las deseadas islas de las Especias.
Deja atrás la adolescencia, el palacio y su cómoda vida. En 1505 zarpa de Lisboa una gran expedición portuguesa compuesta por veintidós naves al mando de Francisco de Almeida, Magalhães deci- de que es hora de empezar a cumplir su sueño y se embarca en una de ellas rumbo a la India…, pero aún está lejos de sentirse navegante, es un soldado raso más. A decir verdad, siempre se mostró más mi- litar que marino.
En 1508 se embarca de nuevo, esta vez en una flota más pequeña y con destino a Malaca, en la actual Malasia, una península extre- madamente rica y estratégicamente situada para dominar el mono- polio de clavo de las Molucas, la pimienta de Malabar, los rubíes, la canela de Ceilán, porcelanas chinas, los marfiles de Siam, el sándalo de Timor… Ningún barco europeo había conseguido llegar hasta allí, la pequeña flota portuguesa fue la primera… y Magalhäes lo vi- vió en primera persona.
Después se alista en las guerras de Marruecos a las órdenes de don Jaime, Duque de Braganza, donde fue gravemente herido en la batalla de Azamor, dejándole una visible cojera de por vida que le impide permanecer más tiempo a la retaguardia.
Magalhães es un hombre que se toma a sí mismo muy en serio. Vuelve a casa en busca de reconocimiento por su sacrificio, pero el encuentro —más bien desencuentro— con Manuel el Afortunado (sucesor de Juan) es un fiasco. El rey estuvo muy “desafortunado” y no sintió la más mínima empatía por él. Solicitó un mísero aumento de medio crusado en su moradia (pensión de 1.856 reales) como veterano fidalgo escudeiro y, además, lisiado. Se le denegó.
Sobre él pesaba la sospecha de traición. Magalhães había sido acusado de vender artículos para el enemigo (como oficial de Inten- dencia fue uno de los responsables de distribuir el botín y decidió pagar los servicios de algunas tribus aliadas con parte de los animales capturados).
Este episodio —aparentemente injusto— le hizo perder la confian- za del rey, pero era un hombre obcecado y se atrevió a pedirle una sub- vención para una expedición a las Indias con él al frente (nunca había ejercido de capitán). A Portugal no le interesa invertir en una empresa tan arriesgada y cara, ya tiene su ruta hacia las Molucas (aunque lo mantuvieran casi como secreto de Estado). No se le concede.
Magalhães, humillado y lleno de rabia, finalmente solicitó que le liberasen de su nacionalidad y poder así trabajar para otra corona. Se vio cuarentón (en aquella época cumplían “años de perro”), impedi- do y con una reputación injustamente mancillada… Decidió buscar nuevos caladeros para su oceánico proyecto y cruza la frontera en busca de un mecenas o business angel más receptivo, abjuró de su nacionalidad portuguesa y resuelve ir a Castilla. Pierde sus títulos de caballero y de portugués. No volverá a ser Magalhães, había nacido Magallanes y así le conocerá la Historia.
Pero no estaba solo, Magallanes tenía un socio en la empresa. Du- rante el tiempo que estuvo en Portugal había trabado amistad con Ruy Faleiro, un experto cartógrafo y astrónomo bastante pintoresco. Al igual que Magallanes, estaba frustrado con la Corona portugue- sa porque no se habían visto colmadas sus aspiraciones a ocupar el puesto de astrónomo real. No tenía ni idea de navegación, pero forma un tándem perfecto con Magallanes y de esa sinergia nace un proyecto común: buscar una ruta hacia las islas de las Especias, “mas no por el Oriente sino por el Poniente”.
Junto a Ruy Faleiro forma una extraña pareja. Pese a la débil salud mental del cosmógrafo —una especie de sabio chiflado— Magalla- nes le cree cuando le hablaba de nuevas rutas y de un canal que conectaba el mar del Norte (océano Atlántico) con el mar del Sur (futuro Pacífico, recién descubierto por Núñez de Balboa). Ruy le da acceso a los mapas secretos portugueses. ¡Qué importancia tiene elegir bien a los socios fundadores! Es como casarse. Para muchos expertos, incluso es más importante con quién se funda una empresa que tener una buena idea.
Trazarían su plan basándose en los portulanos o mapas de navega- ción más fiables del momento, como el del cartógrafo Juan de la Cosa. Sin duda, estudió también el mapa de Martín de Bohemia donde se encuentra señalado el canal entre ambos océanos y va a disponer del mapa realizado por uno de los cosmógrafos que colaboraría con él, Jorge Reinel, posiblemente el más actualizado con el que contó para preparar su viaje. Junto a Panamá —en la costa oeste— se indica “mar visto por los Castellanos” en referencia al reciente mar del Sur (la expedición de Magallanes lo nombraría “Pacífico”) y a poca distancia, en el borde izquierdo del mapa, aparecen dibujadas las Molucas, lo que va a provocar el grave error que Magallanes cometió al calcular la distancia y el tiempo necesario para alcanzarlas. Por otro lado, el extremo inferior de Brasil aparece dibujado como un paso hacia el mar del Sur, cuando en realidad solo se trata de la bahía del Río de la Plata. El verdadero paso estaba bastante más al sur.
Deciden presentar el plan a la Corona española: acabar con el mo- nopolio comercial de Portugal y llegar a las islas Molucas (Especias) navegando por el hemisferio español a través del misterioso “paso” y regresar por el mismo camino: en ningún momento se planteó dar la vuelta al mundo. Este dato es crucial a la hora de repartir medallas. Finalmente, Ruy Faleiro fue apartado del proyecto y no se embar- có, sustituido por el castellano Andrés de San Martín. La expedición adquirió un carácter más español con los nombramientos de funcio- narios y la jura solemne de las banderas de las naves en la iglesia de Santa María de la Victoria de Triana.
Así se vio la salida del cosmógrafo entonces: “Vino orden del em- perador que Ruy Faleiro se quedase, con pretexto de ir con otra Ar- mada que se había de enviar después en seguimiento; pero fue tanto lo que Ruy Faleiro lo sintió, que, vuelto a Sevilla, se volvió loco furioso y por fin vino a morir rabiando, como dice la Historia Pontifical”, Gaspar de San Agustín, “Conquistas de las Islas Filipinas” (1565- 1615).
No hay que olvidar que Magallanes tiene en las Molucas un ami- go llamado Francisco Serrano (es el principal estímulo para poner en marcha su idea) que le asegura conocer un estrecho que permite llegar a las Indias por Occidente.
Desde el primer momento Magallanes y su expedición se convir- tieron en el objetivo de Portugal. Incluso llegó a temer por su vida. Jamás encontró su lugar: en su país natal se le tenía por un traidor y en España se desconfía de él. Desde luego, Magallanes no era ni mucho menos el orgullo nacional que nos quieren vender ahora los lusos con su ardor patriótico.
Carlos I, conocedor de todas las amenazas y sinsabores contra Magallanes, le concede un salario emocional al nombrarle comen- dador de la Orden de Santiago para protegerle y darle autoridad. Una dignidad que, sin embargo, negó a Juan Sebastián Elcano pese a solicitarlo expresamente tras el tornaviaje.
Al zarpar la expedición, Magallanes dejaba en Sevilla a un hijo, Ro- drigo, de seis meses y a su mujer, Beatriz Barbosa, embarazada. Lamentablemente perdió el hijo que esperaba y el otro niño murió dos años después. Ella sobrevivió un año más (fallece en marzo de 1522, triste y repudiada por la corte al considerarse un traidor a Magallanes).
Afortunadamente Magallanes sí pudo disfrutar de la compañía de otro hijo, un bastardo al que enroló en calidad de paje: Cristóvão Rebêlo (fruto de un amor de juventud en la corte). El destino quiso que murieran ambos en la misma absurda batalla de Malaca. En el testamento (dictado y firmado en el Alcázar de Sevilla) le había le- gado treinta mil maravedíes. A su hijo legítimo, Rodrigo, le nombra heredero del mayorazgo. Dispone que, si muriera sin descendencia—falleció poco después—, su familia portuguesa deberá castellanizar su apellido, llevar sus armas y establecerse en Castilla. Se considera, por tanto, un español más. Sirva este dato para hacer reflexionar a los que siguen reivindicando la autoría portuguesa o para desmentir el tibio calificativo de “gesta ibérica” con el que se han etiquetado muchos actos de conmemoración del quinto centenario.
Magallanes no llegó a las Molucas. Muere lanceado en un comba- te sucio, de escaso lucimiento y sin sentido. Cabe destacar que deja escrita su voluntad de liberar a su esclavo Enrique a su muerte y diez mil maravedíes como legado. Esto no es un dato anecdótico, será una pieza clave del puzle.
Juan Sebastián Elcano. Pocos marineros vascos tan universales como Juan Sebastián Elcano (si Blas de Lezo no protesta) y por el que nunca ha habido mucho interés… Nació en Getaria, Gipuzkoa, en 1486, y falleció en el océano Pacífico, en 1526. Navegante de raza, buscavidas, íntegro, mujeriego, soltero empedernido, estratega, padre ausente y prófugo. Elcano personifica todas las contradiccio- nes y tópicos de aquel mundo de hidalguía, honor y aventuras que acuñó el siglo xVI.
Guipúzcoa, era la capital de la industria pesquera vasca. Elcano estaba predestinado a ser marinero, dos de sus ocho hermanos lo eran y una hermana se casó con un piloto. Echó los dientes como marinero cazando ballenas y, a los veinte años, embarca en un trans- portador que llevaba tropas y material a África, donde los soldados del rey luchaban contra los árabes.
A los veintitrés se convierte en “empresario” armador y sufridor autónomo, al hacerse con una carraca de más de doscientas tone- ladas, Nuestra Señora de la Aurora, con la que sirvió al Cardenal Cisneros y prestó servició en Italia a las órdenes de don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Y como el emprendedor es el último en cobrar… no recibió compensación y tuvo que pe- dir un préstamo a vasallos del duque de Saboya para pagar a su tripulación. Al no poder devolver el préstamo, se vio obligado a venderles la embarcación contraviniendo las leyes (ya que estaba prohibido a los marinos españoles “enajenar” sus naves armadas a los extranjeros en tiempos de guerra). Prófugo, buscó refugio en Sevilla y acudió a la Casa de Contratación, que le aportó la prepa- ración oficial necesaria para obtener el título de piloto.
Probablemente fue alumno de Américo Vespucio (en cuyo honor se dio nombre a América, años después de la muerte de Cristóbal Colón) que fue el ilustre piloto mayor mientras duró la iniciativa de la escue- la, pero no tuvo mucho recorrido. Hasta 1681 no se contará con una escuela de marineros propiamente dicha, que se ubicará en el Palacio de San Telmo. Cuando se embarca en la armada de Magallanes, ya era un marino experimentado, pero subió a bordo como uno más. Hasta la llegada a las Islas Filipinas, su protagonismo era simplemente nulo. Inició el viaje como maestre de la Concepción y lo concluiría como capitán de la Victoria. No embarcó por sed de aventuras sino por necesidad.
Elcano fue uno de los castellanos que se involucró en el motín de Juan de Cartagena contra el portugués. No sabemos si secundó la revuelta porque se vio obligado por las circunstancias, pero pagó caro el estar jugando varias partidas a la vez. Le salvó la vida ser un gran marinero y su pena de muerte fue conmutada, aunque será cas- tigado por ello y relegado sistemáticamente hasta que ya no hay más opción que darle paso. Sabemos, en cualquier caso, que Magallanes no le despertaba ninguna simpatía (así lo declaró frente al juez Diez de Leguizano en 1522, al regresar) debido a “su autoritarismo y por pretender marginar a los españoles en los mandos de la armada”.
Resultaría el hombre providencial de la expedición, se convirtió en ese líder carismático capaz de arrastrar a los demás, mantener la moral y el compromiso incondicional pese a tener todo en contra. Gracias a su iniciativa y pericia náutica, coronó la mayor gesta de la historia naval, aunque su figura ha sido sistemáticamente ningunea- da. ¿A cuántos de vosotros os enseñaron en el colegio que la primera vuelta al mundo la realizó un portugués llamado Magallanes? Y eso, cuando no se obvia directamente uno de los episodios más relevan- tes de nuestra historia.
El mar —al que nunca temió— se convirtió en su tumba. Fa- lleció a unos 1.370 kilómetros al sur suroeste del archipiélago de Hawái en el Pacífico, corría el año 1526 (solo hacía cuatro que había culminado su heroicidad) cuando estaba al mando de la se- gunda travesía al Maluco, conocida como Expedición de Loaysa. Y de la que no partió siendo capitán tampoco. Murió por intoxica- ción de ciguatera —no por escorbuto, como se afirma— por la in- gesta de un gran pez, posiblemente barracuda, “con dientes como de perro” (según la crónica de Andrés de Urdaneta) “y murieron también todos los hombres principales que comían con él, casi en tiempo de cuarenta días” (Juan de Mazuecos). El origen tóxico se encuentra en unos microorganismos que viven en los arrecifes ca- ralinos, los peces herbívoros los comen sin que les afecte, pero los “carnívoros” —que se alimentan de otros peces— acumulan más toxinas.
Su testamento es un documento curioso y conmovedor. Por las cosas que dejó escritas podemos deducir que a Elcano le gustaba vestir bien: “Mando a Hernando de Guevara el jubón de carmesí cubierto de tafetán acochillado”. Más allá de lo anecdótico, hay que tener en cuenta lo caro que era vestirse por aquel entonces y poner en perspectiva el valor del legado. Hay una mención sumamente cu- riosa a la que fuera la madre de su hijo: “Mando a Mari Hernández de Hernialde, madre de Domingo Delcano, mi hijo, cien ducados de oro por cuanto siendo moza vírgen hube” (¡ahí es na!). Nunca la desposó, tampoco a la madre de su otra hija que aguardaba en otro puerto…
El capítulo más emotivo del testamento es la mención a su amigo el piloto y cosmógrafo Andrés de San Martín, al que lega un almanaque, un libro de astrología y paños: “Mando el jubón de tafetán plateado que se le dé a Andrés de San Martín… si le toparen”. Algo realmente conmovedor, su amistad se asentó en las peores jornadas de navegación y se resistía a creer que hubiera muerto en la emboscada del convite de Cebú. Incluso vino desde Mactán una caja de clavo a su nombre que su heredero, su her- mano, disfrutó. Consta que Carlos V costeó la dote a la hija del piloto. Sin duda Andrés fue muy querido por todos. ¿Qué habría pasado si en lugar de él se hubiera embarcado aquel socio histrió- nico de Magallanes, Ruy Faleiro? ¡La importancia de formar un buen equipo! Y es que, no todos los buenos jugadores encajan en todos los equipos.
Afortunadamente, cada vez más los reclutadores se fijan en ese “en- caje” —y van dejando atrás su labor de “repuestos humanos”— para apostar por recursos que realmente sumen, no solo desde el plano profesional sino también humano.
*Noveno capítulo del libro Un empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’ escrito por Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers.
Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers (apasionados de la historia, la navegación, el management y el desarrollo personal), reinterpretan la epopeya de la primera vuelta al mundo desde la perspectiva del management actual. En este libro podremos aprender de los aciertos —y de los errores— de aquellos hombres de hace 500 años, a través de la lección de liderazgo histórico que nos brindan. Embárcate junto a ellos en esta apasionante aventura.
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