“La suerte favorece a los audaces” (fortuna audaces iuvat)
La Eneida, Virgilio
Dos hechos fundamentales dan portazo a la Baja Edad Media en España y nos empujan de golpe al Renacimiento. 1492 es la puesta de largo de España, finaliza la Reconquista (con la toma de Granada) y Cristóbal Colón comete una de las equivocaciones históricas más des- tacadas de la humanidad, un maravilloso error de cálculo que le llevó a descubrir todo un continente.
La política transoceánica se impulsó bajo el reinado y patronato de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. El geoestratégico Tratado de las Alcaçobas (1479) había repartido el mundo entre las dos grandes potencias navales, España y Portugal, avalado por las bulas del papa Alejandro VI que compensaba así a sus “niñas mimadas”, que tanto le habían ayudado en la lucha contra los infieles.
Con el descubrimiento de América se tuvo que renegociar el pac- to y el nuevo acuerdo quedó consolidado en el Tratado de Tordesi- llas, firmado en 1494, donde se dividen el mundo “descubierto e por descobrir”. Los españoles se comprometieron a respetar la ruta lusa a las Indias Orientales por el cabo de Buena Esperanza (conocida como Carreira da Indias) y Brasil. Por su parte, los portugueses respetarían las tierras descubiertas por España. Se establece el meri- diano de separación de ambas demarcaciones a trescientas setenta leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, sin especificar respecto a cuál de ellas en concreto, ni qué medida se otorgaba a estas leguas. El gran escollo fueron las Molucas, la joya de la corona, al desconocerse su situación exacta.
A la estela que provocaron aquellos pioneros, se unió la fascinación que suscitaban los relatos de Marco Polo, comenzó la carrera conquis- tadora y la fiebre exploradora del “plus ultra” (ir más allá) donde toda una generación de jóvenes se embarca en aquellos imponentes navíos que zarpan de Cádiz o Lisboa. En una década, España y Portugal des- cubren más mundo que toda la Humanidad entera en miles de años de existencia y, sin duda, la conquista de los océanos y los viajes tran- soceánicos fueron el catalizador de la globalización. El mar es el mejor canal de comunicación, acorta distancias y acerca mundos.
Aquellos valientes se embarcaban —muchas veces en un viaje de no retorno— en pos de la gloria, no emprendían esos viajes de ultra- mar para ser ricos sino para ser un hidalgo, un caballero, alguien respetado. El dinero es únicamente un medio para lograrlo. Difícilmente se va a comprender la mentalidad del hombre del siglo xIV si no se entiende esto. Una apuesta extrema: la gloria o la muerte.
Y no solo era la sed de aventura, había un objetivo económico obvio. Tanto españoles como portugueses deseaban pasar del tra- dicional comercio de vino, pescados y sal —al que llevaban siglos dedicados sin mayores sobresaltos— a otros mucho más lucrativos: esclavos, oro y especias de Oriente, aunque implicasen un riesgo exponencialmente mayor.
Enrique el Navegante fue el gran impulsor del empoderamiento luso. Resulta irónico su apodo, ya que no subió nunca a bordo de una nave (salvo una pequeña incursión bélica a Ceuta) ni había escrito tratados náuticos, pero este navegante de secano consagró su reinado al apoyar incondicionalmente las empresas navales.
Una vez más comprobamos la importancia de dejar todo bien registrado y especificado en los “acuerdos mercantiles”. La ubicación concreta de las Molucas fue el pelo en la sopa durante años. La ingenuidad, el desconocimiento y las buenas intenciones de todos sobre el papel devienen en los “ayayays” y en los “madremías”. Hay que pensar en grande y actuar en pequeño, mimando cada detalle.
*Tercer capítulo del libro Un empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’ escrito por Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers.
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