“Si hubiera preguntado a la gente qué querían, me habrían dicho que un caballo más rápido”
Henry Ford
Durante la oscura Edad Media, la comida era básica y apenas se aderezaba con condimentos, salvo la sal y algunas hierbas aromáti- cas como el romero y el tomillo. Cuando los refinados árabes entran en la Península Ibérica, nos descubren nuevos sabores —provenientes de su lucrativo comercio con las Indias— que revolucionarán la gastronomía y la economía del medievo.
Las virtudes atribuidas a las especias eran múltiples, además de las obvias para condimentar y preservar alimentos y bebidas como el vino, se les presuponían cualidades medicinales. Eran utilizadas para celebrar liturgias (nacimientos, embalsamar y enterrar los cadáve- res), aumentar la libido (aún hoy la palabra “picante” tiene connotaciones sexuales). Pero, ante todo, eran un indicativo de sofisticación y opulencia. De hecho, a los ricos se los apodaba vulgarmente como “saco de especias”.
Todo comenzaba en las islas Molucas (también llamadas islas de la Especiería), un archipiélago perdido al otro lado del mundo, en la actual Indonesia. Eran el principal productor del artículo que más demandaba el mercado, las especias, y único proveedor de la más cotizada de todas ellas: el clavo de olor.
La muestra arqueológica más antigua que conservamos de clavo data de hace cuatro mil años y fue encontrada en la baja Sumeria. Los primeros mercaderes musulmanes del Maluco no llegan hasta el siglo xII, aunque parece que está demostrado que el comercio empezó doscientos años después (y con ello, la islamización de aquellas islas).
Era el producto que más ingresos —y especulación— generaba, equiparable al petróleo (o la cocaína…) hoy en día, el valor de un kilo de clavo se multiplicaba exponencialmente por diez mil hasta llegar a Europa. Quien controlase la ruta comercial controlaría el mundo.
Lo cierto es que Europa no era el mayor consumidor de clavo, apenas suponía una octava parte de la producción y, desde luego, nunca com- parable a las toneladas de pimienta que se descargaban anualmente. Para ponerlo en perspectiva, el año en que zarpa nuestra armada, 1519, llegaron a Lisboa 1.212 toneladas de pimienta frente a ocho de clavo.
Cuando Gengis Kan rompe la barrera musulmana, los comer- ciantes venecianos y genoveses se hacen con el monopolio europeo en Asia. Trataban directamente con los musulmanes que controla- ban las rutas hacia la India, fijaban el precio, y todos los reinos de Europa debían acudir a su mercado: así había sido durante toda la Edad Media. Los palacios que se asoman al Gran Canal de Venecia —cuyos pilares se asientan (metafóricamente) en fardos de clavo— son el testimonio de este lucrativo negocio.
La caída de Constantinopla en 1453 revierte nuevamente la situación y el imperio otomano retoma el control del Mediterráneo Oriental, la única puerta de entrada para que las especias pasaran de Asia a Europa. Conscientes de la importancia que este producto tenía para los europeos, exigieron unas tasas excesivamente elevadas para permitir el acceso. La Ruta de la Seda se encarece por el monopolio. “Burlar” este bloqueo y buscar alternativas se convirtió entonces en el principal objetivo.
Portugal fue un magnífico ejemplo de empoderamiento. De un día a otro, aquel reino —un pequeño e inofensivo país dormido en el extremo occidental de Europa, que apenas importaba a nadie— se transformó en un gran imperio. Pionero en la carrera por las con- quistas ultramar y, junto a su vecina España (nos llevaban un siglo de ventaja en sus viajes de descubrimiento), ensancharon sus fron- teras de un modo espectacular. Europa estaba rota —desangrándose en guerras interminables—, pero Portugal había concluido su Re- conquista mucho antes que España, lo que les permitió focalizarse en explorar las costas africanas en busca de un paso hacia las Indias y aprender a navegar en nuevos mercados al establecer una lucrativa ruta comercial.
Históricamente, los que se encargaban de comerciar en el Maluco con el clavo eran los javaneses, y desde Java, lo distribuían a otros mercaderes. Así seguía siendo cuando llegaron los primeros portu- gueses en 1511. Debido al secretismo que imperaba, muchos nave- gantes, geógrafos y comerciantes medievales creían erróneamente que el clavo y la nuez moscada eran oriundos de Java y así lo difun- dió Marco Polo, el gran mercader.
Ningún occidental contemporáneo al Tratado de Tordesillas po- día situar las Molucas en el mapa del mundo. Lo que no significa que no se supiera de su existencia desde hacía siglos.
Habían hecho los deberes, tienen perfectamente trazada la hoja de ruta: un estudio de benchmarking impecable les permitió irrumpir en el mercado y alterar el orden geoeconómico establecido. Su estrategia fue la de asentar “campamentos base” en aquellas plazas (y no con- quistar territorios) para dar soporte logístico a las expediciones y con- solidar sus dominios. El expertise de las grandes superpotencias hasta ahora, Venecia y Génova, fue clave para analizar la demanda del mer- cado, aprovechar su vulnerabilidad y lanzarse a conquistar el mundo.
*Segundo capítulo del libro Un empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’ escrito por Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers.
Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers (apasionados de la historia, la navegación, el management y el desarrollo personal), reinterpretan la epopeya de la primera vuelta al mundo desde la perspectiva del management actual. En este libro podremos aprender de los aciertos —y de los errores— de aquellos hombres de hace 500 años, a través de la lección de liderazgo histórico que nos brindan. Embárcate junto a ellos en esta apasionante aventura.
Puedes adquirir el libro en Amazon o a través de Helpers Speakers, donde podrás personalizar el ejemplar para tus trabajadores.
Cargando ...
