«… las mencionadas entidades serán las que contraten a la entidad de formación acreditada y/o inscrita que imparta las acciones formativas, salvo en el caso de tratarse de la misma entidad.»
Si no ha entendido el significado del párrafo anterior es usted una persona absolutamente normal.
Sin embargo, si piensa en un futuro próximo acercarse como proveedor, prescriptor o simple espectador al mundo de la Formación Profesional para el Empleo, o seguir de algún modo a su institución de referencia, debería empezar usted a pensar en añadir un nuevo reto a su capacidades lingüísticas: el tripartés.
De acuerdo con el Marco Europeo de Referencia existen varios niveles de competencia lingüística. Yo, después de 3 años y medio de llegar a la Fundación Tripartita podría calificarme como «usuario independiente» de tripartés (o sea, nivel B, lo que viene siendo el «midiun-jai» de toda la vida). Mi capacidad de comprensión y expresión en este idioma es por tanto suficiente para el cumplimiento de mi función directiva, pues me permite decir y escribir todo tipo de tonterías y pasar por connaisseur de la cosa siempre que no tenga que improvisar. Por ejemplo, sé decir «reanualización» y «subsistema» (de corrido, oiga) y entiendo lo que significa la gestión de duplicados, el seguimiento ex-post y el gasto asociado de difícil justificación. La metodología de valoración técnica no tiene secretos para mí y ya voy empezando a cogerle el tranquillo a la metodología de financiación de planes… justo cuando acaba de desaparecer. (Me ha pasado igual con la estructura de costes de la iniciativa de demanda, que cuando he conseguido entender, van y me la cambian) Por cierto, lo de «iniciativa de demanda» (o de oferta, da igual) resume en gran parte la escasa difusión de esta lengua más allá de los confines tripartianos: Busque en el diccionario el significado de esos dos términos («Iniciativa» y «demanda») y luego compare el resultado con el significado de estos mismos términos en el contexto tripartito. Es como aquella conversación surrealista: «¿De dónde vienes?», pregunta uno, y el otro responde: «¡Naranjas traigo!».
«Liquidamos a cero porque el informe auditor no cumple el Anexo. Ahora, debe alegar la cabecera«. Como tripartiano adoptivo admiro y envidio serenamente el dominio que mis colaboradores tienen de ese idioma. Por suerte, ellos son todos nativos y esto explica en una pequeña medida la pervivencia de esta cultura y de esta institución. Sigue asombrándome la convicción insitucional con que rebaten o defienden las propuestas y la pericia lingüística con que desgranan los conceptos y los términos singulares de este mundo pero mi envidia y admiración serenas no son mayores que mi prudencia profesional y a veces por ello les interrumpo y les ruego lastimosamente que me repitan su última filigrana verbal «como si yo fuera Miss California», dicho sea esto con el máximo respeto y consideración hacia las rubicundas bellezas de ese importante Estado de la Unión.
El tripartés es un idioma frío y plano, sin figuras literarias ni musicalidad, un artificio tecnicista, inútil para la retórica o la poesía y es sin duda una lengua sin alma pero, bromas aparte, es útil a su propósito conformador (y conservador) de unos valores institucionales y culturales creados por el tiempo y la práctica del oficio. Como toda jerga profesional, el tripartés proporciona, intramuros, varias utilidades a quien lo habla: simplifica y facilita la comunicación y la hace incluso más segura pues su uso evita la ambivalencia o la ambigüedad que a veces tiene el lenguaje común. La jerga también contribuye a la estabilidad institucional y a la sensación de pertenencia pero más allá de tus límites funcionales esa misma singularidad lingüística te aísla y te hace parecer a veces autosuficiente y siempre distante.
Esto no ocurre sólo en la Formación. El desarrollo más o menos artificioso e intencional de un lenguaje propio está muy extendido en oficios, profesiones, sectores de actividad e incluso instituciones con solera. Si a eso le añadimos el uso exageradamente innecesario del inglés en el mundo económico como signo de distinción sectaria la impresión del ciudadano común es que vive rodeado de barreras y condiciones singulares de inteligencia cuya única razón de ser es acomplejarle en su relación con los que dominan esas singularidades.
Es, por tanto, un fenómeno no exclusivo de la Formación para el Empleo pero aquí y ahora confluyen circunstancias que aconsejan a mi juicio un especial esfuerzo en normalizar el lenguaje. Yo creo que la reforma del sistema se hizo simplemente porque cada vez resultaba más difícil explicar a ciudadanos, instituciones, trabajadores y empresarios para qué servía todo esto. Se ha hecho y se ha divulgado una importante reforma legal que culminará con el desarrollo de los reglamentos y mejorará la imagen del sistema. Sin embargo, aventar esta espesura ambiental que nos rodea costará algo más que una reforma: habrá que añadir a los cambios normativos algo de tiempo, más transparencia y, sobre todo, explicaciones.
Pero no ayuda mucho a explicarse utilizar palabras que nadie entiende. La reforma legal ha mejorado en algunos aspectos la inteligibilidad de los textos y al menos ahora las dificultades de comprensión del sistema no vienen tanto del lenguaje empleado como de lo alambicado de los procesos en los que se concreta. En todo caso, debe avanzarse más aun en esa normalización terminológica, desterrar de este mundo palabras que tengan alguna alternativa más comúnmente admitida en castellano y también aquellas otras comunes cuya significación “tipartita” confunde a los usuarios menos avanzados. Siendo la Fundación Tripartita una institución transparente y siendo el sistema de formación para el empleo una estructura de normas racionales y reconocibles en el conjunto de nuestro ordenamiento jurídico, es una pena que nos enredemos en términos que nos alejan de esa aceptación social tan necesaria. Ocasiones habrá para concretar esta aspiración porque reglamentos, informes y convocatorias deberán ser puestas en marcha para el cierre normativo de la formación. Ojalá que quien ponga esa tarea sobre el papel (o, más bien sobre la pantalla) se inspire en una cierta conciencia ingenua y se recuerde él mismo como ciudadano normal e ignorante de estas cosas.
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