La salud mental se ha convertido en un tema prioritario en la sociedad y, al contrario que hace algunas décadas, pedir ayuda o acudir a terapia está cada vez más normalizado. Sin embargo, tomar la decisión de hacerlo o ser conscientes del momento exacto en el que necesitamos el apoyo de profesionales, no es tan sencillo.
A lo largo de nuestra vida, pasamos por periodos en los que sentimos plena felicidad y otros muy diferentes en los que tenemos un estado anímico más bajo o en que los que las preocupaciones se incrementan y nos cuesta manejarlas. Estos altibajos no deben sorprendernos, pues todas las emociones, tanto positivas como negativas, son adaptativas y necesarias para el correcto funcionamiento del ser humano.
El problema surge cuando una sensación de malestar se mantiene activa de forma constante, convirtiéndose en algo crónico y en un problema que afecta a nuestro bienestar. En este sentido, cuando los síntomas que estamos experimentando se prolongan en el tiempo al menos durante dos semanas consecutivas y crecen en intensidad, de tal forma que empieza a aparecer una incapacidad a la hora de realizar tareas de nuestra vida cotidiana, deberíamos empezar a preocuparnos.
Pero, si aparentemente tenemos tan claros los indicios, ¿por qué nos sigue costando identificar las señales de alerta?
La respuesta es más evidente de lo que pensamos. Aunque el cuidado del bienestar emocional ha ganado un peso importante para la ciudadanía, la realidad es que aún sigue siendo un tema estigmatizado para gran parte de nuestra sociedad. Debido a esto, el bienestar emocional continúa sin tratarse como una prioridad, y muchas personas no prestan suficiente atención a sus emociones, resultándoles difícil reconocer que están pasando por un periodo complicado y que deberían recibir ayuda de un profesional.
Cuando mantenemos una preocupación o un estado de ánimo negativo durante mucho tiempo, este se va agravando, de tal forma que puede desembocar en el desarrollo de un trastorno mental si esperamos demasiado para abordarlo. Por ello, es importante saber que, pese a que las emociones negativas son necesarias de manera puntual, no deben mantenerse invariables en nuestra vida.
Reconocer este malestar y pedir ayuda psicológica no es un signo de debilidad, sino una forma de autocuidado y de toma de conciencia de nuestro propio organismo, que va a ayudarnos a conseguir un mayor desarrollo personal. De hecho, ir al psicólogo no tiene que estar siempre acompañado de una sintomatología negativa específica. La terapia psicológica no solo es una forma de ayudarnos a reducir un malestar, sino que también es un recurso perfecto para el crecimiento personal y el autocuidado, que incrementa nuestro bienestar de encontrarle un sentido al hecho de realizarla.
Esto se verá reflejado en la aparición de una incapacidad para desarrollar con normalidad las actividades académicas, laborales o cualquier tarea doméstica cotidiana. Normalmente, esta incapacidad irá apareciendo gradualmente, agravándose con el paso del tiempo.
- Cambios bruscos en el estado de ánimo. Tener un carácter especialmente irritable, estar siempre de mal humor o pasar de la risa al llanto de manera muy rápida, son señales de que algo no va bien. Estos cambios bruscos en el estado de ánimo, que nos hacen sentir que las emociones nos desbordan y no podemos controlarlas, pueden ser la forma que tiene nuestro cuerpo de canalizar la frustración al no entender de manera precisa lo que está ocurriendo en nuestra mente. Hay que prestar especial importancia a emociones como tristeza, enfado o a los estados de desgana o ansiedad, sobre todo si son intensas y mantenidas en el tiempo. Lo importante es darse cuenta de que este malestar emocional nos quiere decir algo y que hay un mensaje que necesita ser atendido detrás de esas emociones.
- Problemas en las relaciones personales. Cuando existe algún problema en nuestro bienestar emocional es normal que las relaciones personales se vean afectadas, ya sea porque se dará una tendencia al aislamiento social, porque la sensación de apatía nos impedirá querer realizar planes sociales o porque no seremos capaces de disfrutar de ellos tanto como antes. Es importante resaltar que este cambio en el comportamiento social suele darse de manera brusca y poco usual y no debe estar asociado a rasgos de personalidad, como la introversión, o a acontecimientos externos, como una enfermedad.
- Alteración en el sueño y la alimentación. Esta es una de las áreas que más afectadas suelen estar y uno de los principales indicadores de que hay algo que falla. En lugar de conciliar el sueño con normalidad, podremos experimentar dificultades para dormir (insomnio) y nos desvelaremos con mayor facilidad. Esto suele ser un indicador de la existencia de preocupaciones constantes que nos impiden relajarnos. Con respecto a la alimentación, suele ser una de las principales estrategias para canalizar las emociones. Se puede dar el caso en el que dejemos de comer debido a un gran estado de nerviosismo o, por el contrario, en el que comamos en exceso o consumamos más hidratos o azúcares perjudiciales para nuestra salud (hambre emocional).
- Aparición de señales físicas. La salud física y mental van de la mano, de tal forma que la afectación de una de ellas tendrá repercusiones en la otra. En muchas ocasiones, los síntomas físicos pueden ser grandes indicadores de que existe un malestar psicológico y nos serán de gran ayuda para poder detectar procesos psicológicos que aún no se han manifestado al completo. Pese a que la sintomatología física varíe en función de cada persona o de cada patología, suele ser recurrente que, sin motivo aparente, aparezcan dolores de cabeza, tensión muscular, dolor estomacal, cansancio, fatiga física y mental e, incluso, síntomas más somáticos, como pueden ser erupciones por el cuerpo.
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