La crisis que estamos viviendo ha amplificado la conversación sobre la importancia de la salud mental y emocional, una oportunidad para identificar y afrontar problemas que, de otro modo, podrían persistir mucho después de que el mundo se recupere de la pandemia. Atender nuestras emociones se ha convertido en una necesidad de primer orden.
Aún hay quien piensa que la emoción es un signo de debilidad, más propia de lo femenino y, aquel que tiene el coraje de mostrarse como alguien sentimental, es visto como una persona vulnerable o sensiblera con cierta connotación negativa. Esta imagen se acentúa en el entorno laboral, profundamente marcado por figuras de poder masculinas.
Lo cierto es que, sea cual sea nuestra forma de percibir y vivir las emociones, eso es lo que somos los seres humanos, pura emoción en movimiento y cambio constante. ¿De qué sirve escalar una montaña, organizar una gran celebración o lograr nuestros objetivos profesionales si no somos capaces de abrirnos a sentir lo que eso conlleva? Estamos permanentemente expuestos y lo sentimos todo, desde el estímulo más pequeño como observar una flor al acontecimiento vital más apabullante, como la llegada de un hijo o la pérdida de un ser querido.
Ver la emoción como un inconveniente o freno genera algo similar a ser un eterno adolescente emocional que, por falta de conocimiento de sí mismo, se inhibe y se siente bloqueado ante situaciones que no son agradables generando una frustración creciente.
Nuestra sociedad sufre esa falta de madurez y rechaza las expresiones de tristeza, enfado y sufrimiento, no quiere saber nada de ellas.
Sin embargo, el miedo, la preocupación, la duda, el arrepentimiento, el desengaño y el dolor son maestros naturales, sabios en sí y solo debilitan cuando nos negamos a afrontarlos.
Después de estos meses de encierro e incertidumbre, muchísimas personas, hombres y mujeres, han pasado por un auténtico calvario emocional: soledad, temor, inseguridad, ansiedad, agobio económico… sin tener apoyo o un espacio de diálogo en el que compartir sus inquietudes.
Eso que no nos gustaba ver, la cara fea de las emociones, se ha manifestado para todos y ha puesto en relevancia que está bien no estar bien, sencillamente es natural y tenemos que aprender a madurar y a lidiar con ello.
Aquí es donde entra en juego la resiliencia, nuestra capacidad de sobreponernos a situaciones difíciles o grandes contratiempos, saliendo reforzados y adaptándonos a las nuevas circunstancias. Sin conexión con la emoción no hay resiliencia, la emoción nos fortalece y prepara para la nueva realidad, sea cual sea.
Un individuo sano es aquel capaz de aceptar sus sentimientos, de cambiar con los acontecimientos y de expresar aquello que siente sin miedo al rechazo. La inteligencia emocional nunca será tu debilidad, sino un músculo que puedes fortalecer durante toda la vida.
En The Holistic Concept te ayudamos a gestionar las emociones, a reconocerlas y a explorar en tu interior con guía. Descubre nuestras prácticas en el área de Mente y sigue conociéndote, no hay viaje más fascinante.
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