Prácticamente todos los Estados europeos se han aplicado estos últimos años a la tarea de recortar la fiscalidad directa sobre el trabajo, pero con resultados dispares que se mantienen, aún, muy lejos de las cifras que se dan en los competidores de la Europa comunitaria, entre los países que forman parte de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). En España, contrariamente a esa tendencia, la presión fiscal sobre el trabajo ha crecido a todo lo largo del último lustro.
Un informe hecho público este miércoles por esta organización (“Taxing Wages 2004-2005”), revela que en Europa, y a pesar de los esfuerzos realizados por las Administraciones públicas para recortar la voracidad fiscal, se dan situaciones que merecerían la calificación de confiscatorias, si primara la interpretación que al concepto ha dado la Corte constitucional alemana, sita en Karlsruhe: cuando el Estado recauda más de la mitad de los ingresos que alguien percibe.
La OCDE describe las situaciones fiscales de los individuos en función de lo que denomina la “cuña fiscal”: la diferencia que hay entre lo que el puesto de trabajo le cuesta a un patrón, y el salario neto que el trabajador se lleva a su casa, una vez devengados sus impuestos correspondientes y tras contabilizar los posibles beneficios en metálico de su sistema asistencial.
Se constata, de esta manera, que a un soltero, en Bélgica, le queda sólo el 44, 6 por ciento de lo que su patrón paga por él al fisco, y después de haber hecho frente el mismo a sus propias obligaciones fiscales. Alemania, Hungría y Francia recaudan por encima de la mitad del costo bruto del trabajador, mientras que en España, el Estado se queda con el 39 por ciento de ese costo laboral bruto. La media de la OCDE para esta categoría personal (asalariado con ingresos medios, soltero) es del 27,7 por ciento, y del 31,6 por ciento en la UE-15.
Si el trabajador está casado y su mujer contribuye a los ingresos familiares con un salario que sitúa el conjunto un 33 por ciento por encima de la media, y el matrimonio tiene dos hijos, el Estado, en España, se lleva el 35,4 por ciento de su costo laboral conjunto bruto, cuando en Suecia, Polonia y Turquía la dentellada fiscal supera el 42, ronda el 41 por ciento en Alemania y rebasa el 40 por ciento en Bélgica y Francia.
Existe una tendencia persistente a la baja de la tributación por el trabajo en Europa, que constata excepciones. La de España, por ejemplo, donde la fiscalidad ha crecido apreciablemente este último lustro. Al trabajador soltero con ingresos medios del primer caso le quedaba en 2000, y en España, un 38,6 por ciento de lo que pagaba su patrón. En 2005 había perdido cuatro décimas.
Tampoco sale bien parado el caso de la pareja española con dos hijos y dos empleos, aunque uno de ellos sólo represente una tercera parte de la media: en 2000 le quedaba el 65,1 por ciento del costo de sus respectivos puestos de trabajo, y en 2005 el 64,6 por ciento.
Francia es otro país en el que se constata una tendencia objetiva al incremento de la presión fiscal. El informe de la OCDE es de los pocos que abordan con claridad la situación fiscal objetiva de las personas. Por eso suele ser motivo de escándalo.
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