Dejemos de lado el dinero y las practicidades por un momento, y adentrémonos en la utopía del mundo sin trabajo. El mundo del ocio perpetuo.
¿Sería esta una vida feliz? ¿Sería este el universo ideal en el que vivir?
Pues déjame presentarte una idea revolucionaria al respecto: La vida sin trabajo sería absolutamente miserable.
¿Por qué será que los pensionados más infelices son aquellos cuyo único propósito en la vida era su trabajo? ¿Por qué será que los jóvenes más deprimidos y miserables son los hijos de ricos, que como mucho tienen que responder por sus buenas notas?
¿Y por qué en nuestra sociedad está tan mal visto el trabajo?
Si estás leyendo esto, confío en que tu manera de ver la vida es un poco diferente al común. Pero basta que mires el muro de Facebook de cualquier persona común: Maldecimos los lunes, lamentamos nuestros trabajos, «aguantamos» cinco días para disfrutar dos, y el tiempo libre que nos queda lo utilizamos para quejarnos en la red sobre lo duro que será el próximo día, o lo cansados que estamos del día que pasó.
¿Cuándo se volvió la definición de «trabajo», «actividad ardua e indeseable»?
No sé cuál fue el momento de inflexión, ni cuál es la razón de esta degradación, pero me gustaría proponerte una alternativa a esta definición. Una nueva manera de entender la palabra «trabajo»: Actividad con propósito.
Porque si nos ponemos a mirar al adolescente depresivo, al pensionado miserable y al habitante de calle al borde de la muerte, encontramos un factor en común, siempre: Una paralizante falta de propósito, o una incapacidad de perseguir dicho propósito.
Mi abuelo fue chofer toda su vida. No era un tipo muy agradable… Pero tenía un empuje natural hacia la vida. Incluso en sus últimos años mantuvo un buen nivel de vitalidad, igual que una licencia de conducción al día. Hasta que un día vendió su carro. El carro que utilizaba para ir por el mercado, llevar y traer a sus hijos del aeropuerto: su última fuente de propósito en su vida. Luego de eso, y tras una fractura de clavícula que lo dejó incapaz de ayudar en prácticamente ninguna actividad en su casa, cada día se notaba su cara más hundida, su cabeza más gacha. No pasó un año, y mi abuelo estaba en su lecho de muerte.
No importa si le llamamos «trabajo» o no, pero esa actividad que hacemos persiguiendo un propósito es lo que nos mantiene vivos.
Aún si este propósito es el de una madre soltera de tener el dinero suficiente para pagarle el bachillerato a su hijo. Aún si este propósito es que no nos echen de nuestra propia casa. Este propósito, y nuestros esfuerzos y éxitos al perseguirlo, es lo que nos da nuestra energía vital. El hecho de que para la mayoría de nosotros esto resulte ser lo que hacemos en nuestro trabajo es incidental.
Pero si ya estamos hablando de ello… ¿Por qué no añadirle más propósito a nuestras vidas? ¿Por qué no conectarnos más con la manera en como lo que hacemos está ayudando a la gente a la que nuestra empresa le vende?
Lo peor que puede pasar es que nos sintamos más comprometidos con nuestro trabajo, se nos aprecie más como empleados, y que nuestras vidas adquieran un poquito más de color.
Por supuesto, nunca es fácil cambiar… Pero a menudo vale la pena.