Eso que muchos llaman engagement. Y que hay quien confunde con servilismo.
Una historia real que lo ilustra.
Profesional joven, con pocos años de experiencia, no llega a 3.
Se postula para un puesto de una empresa importante, participada por la SEPI.
Proceso de selección con 12 hitos, entre tests, dinámicas, prueba profesional y entrevistas. Muchas entrevistas, tantas como 5. Parece que no se pudieron juntar todos los que le querían ver, para hacerlo de una vez. O poner todas las entrevistas el mismo día. Pero ya se sabe, gente de peso, dedicada permanentemente a resolver lo urgente. No tienen tiempo.
El joven profesional, tipo brillante en lo suyo, consigue el puesto.
El proceso que ha tenido que padecer le ha parecido un desastre. Ha tenido que contar las mismas cosas mil veces. Han abusado de su tiempo y de su paciencia. Ha tenido, incluso, que soportar entrevistadores que no sabían entrevistar.
Pero le parece que el proyecto vale la pena. Y la compañía también. Y el producto es en lo que ha soñado trabajar siempre.
Así que, todo ilusión, expectativas de futuro y de carrera profesional, se incorpora a la compañía, dispuesto a dar lo mejor de sí. El 150%.
Llega a pensar que es el trabajo, el proyecto, de su vida. Y esté dispuesto a comprometerse con ello lo que sea necesario para conseguirlo. ¡Se va a salir! Está dispuesto a ello.
Todo ello a pesar de que el salario es justito, esa es la verdad. Con todo el esfuerzo que ha supuesto el proceso de entrada. Pero lo que de verdad le importa es el proyecto y las perspectivas que ofrece.
Primera reunión con su jefe.
Como le necesitan mucho (cualquiera lo diría con los casi 4 meses de proceso para la incorporación), le pone a la tarea inmediatamente. Casi sin los mínimos para que pueda desenvolverse en un entorno que es completamente nuevo para él. No sabe ni a quién dirigirse para pedirle algunas cuestiones sobre el equipo informático que le han dado.
No, el proceso de acogida brillante no es.
Pero, para su sorpresa, el tema no queda ahí. El jefe, un técnico que tiene que dejar claro que es el más listo, le suelta: “podías haber pedido más. Con tu perfil, y lo que lo necesitábamos, estábamos dispuestos a darte dos niveles de salario más”
Entonces, el joven profesional siente que se sonroja sin poder evitarlo, que le invade una indignación que le cuesta contener
Siente que sus fantasías de proyecto ideal, de trabajo ideal, de empresa ideal, toman tierra de forma forzosa.
Claro, piensa, con ese proceso eterno y mal estructurado para la incorporación, todo lo que viniese detrás debía tener el mismo nivel. Todo del mismo palo. Todo el mismo desastre.
En ese momento el enamoramiento se convierte en decepción.
Aparte del cabreo y la sensación de que le han tomado el pelo, toda la ilusión y las expectativas se convierten en desencanto.
En ese momento decide que su futuro no está ahí.
Tiene aún varios procesos en los que estaba participando que no estaban cerrados. Va a tratar de reengancharse a alguno.
Está claro que se ha equivocado en la elección.
Pero de todo se aprende. No más procesos de selección eternos, no más soportar ir y venir mil veces y falta de respeto al tiempo de los demás, no más soportar impertinencias.
Y, efectivamente, el profesional se marcha.
Y para la compañía, otra vez la posición vacante, otra vez volver a empezar, otra vez una inversión cósmica de tiempo y dinero.
Touch in Touch siempre tiene presente que el primer paso para crear una buena marca de empleador y facilitar un verdadero compromiso desde la integración, está en el proceso de identificación y atracción del candidato.
Tiempos cortos y bien aprovechados, comunicación clara y honesta e información puntual (sobre el proceso en sí y sobre el proyecto) y buen manejo de las expectativas, también las económicas.
Una apuesta por un proceso transparente y profundamente agile.