La necesidad de comunicarse con su país y con su grupo de contactos en España –sobre todo para estar localizables y poder encontrar trabajo— obliga al colectivo inmigrante a “engancharse” a la telefonía. Primero, desde los locutorios, por donde sigue pasando el 80% y donde realiza más del 60% de sus llamadas. Y después, cada vez más, a través del móvil, cuya penetración entre la inmigración supera ya el 90%, aunque seis de cada diez clientes sean de prepago y el volumen de llamadas sólo ronde el 20% del total.
Pero este retrato, perfilado durantes unas jornadas en la Casa de América sobre el “nuevo tipo de consumo” llegado con la inmigración, está cambiando conforme las personas de otros países regularizan su situación administrativa. De hecho, como subrayó Santiago Huelves, “el locutorio está perdiendo su inicial idiosincrasia, porque los inmigrantes se han integrado y pueden contratar sus servicios con el banco y con la compañía telefónica”. El director general de Locutorios Unidos vaticina incluso que ese cambio abocará al sector, “iniciado por los propios inmigrantes en 1994” y representado hoy por 6.800 locales en toda España, a una “reconversión” que deberá apoyarse en la tecnología y la profesionalización y ofrecer “servicios innovadores” de seguros, viajes, inmobiliarios, etcétera.
“Persona en transición”
Huelves está convencido de que el locutorio, “una palabra que no se usaba hace apenas 15 años”, debe seguir siendo “un escaparate con poder de convocatoria”. Ese deseo encaja con el escenario que desde la operadora colombiana Orbitel dibuja Santiago Londoño, quien describe al inmigrante como “una persona en transición” que lleva consigo sus “nostalgias y sueños”; que “quiere que lo vean como él se ve: alegre, trabajador, honesto y cariñoso”; que “extraña a su familia, la comida y el trato”; y al que “le disgusta sentirse anónimo, la indiferencia, la discriminación –también la de otros inmigrantes– y los estigmas de su nacionalidad”.
Por eso en su perfil hispano, que está “aún conformándose” debido al poco tiempo que lleva en España, destaca un sentimiento de “inseguridad individual” y una paralela “mayor comodidad en grupo” que encuentra fácil cobijo en el locutorio. En cuanto a la comunicación telefónica en sí, Londoño destaca que el inmigrante “llama para no sentirse solo, para sentirse querido, para escuchar una voz familiar, para ‘sentir’ que está allí”; en suma, para reafirmar su sentido de pertenencia. Y, en un plano más inmediato, “para que sus hijos sepan que está ahí, para avisar de que envía algo, para contar (o pretender, porque no puede admitir un fracaso en su proyecto migratorio) que las cosas van bien”.
Movilidad domiciliaria
Y las cosas van bien, sobre todo, cuando hay trabajo. Por eso la necesidad íntima de comunicarse con su país corre en paralelo con la necesidad “instrumental” de mantenerse en contacto permanente con sus familiares, amigos y conocidos de aquí. Y si en el primer caso, como apuntó Ángel Vizcaíno desde Vodafone, el escenario principal es el locutorio, en el segundo entra con fuerza el móvil, auténtica “herramienta para encontrar trabajo” y elemento “clave para estar localizable” en un día a día marcado por la movilidad para seguir el rastro del mercado laboral. Especialmente en su primera etapa, recién llegado al país, el inmigrante cambia de domicilio al son de las ofertas laborales, y son sus contactos repartidos por la geografía española quienes le van dando la pista.
El uso del móvil por parte del colectivo inmigrante, añadió Vizcaíno, sigue sus propias rutinas: las llamadas más frecuentes se producen entre teléfonos del mismo operador, seguidas de las realizadas a otro operador y de los mensajes SMS a móviles nacionales; detrás quedan las llamadas a fijos y los SMS a su país. Esos hábitos, sin duda influidos por la citada necesidad de estar localizable por sus “contactos laborales”, explican que el gasto mensual de los inmigrantes en telefonía móvil (70 euros en contrato y 38 euros en prepago) supere la media de la población local, que, lógicamente, paga más en líneas fijas. Éstas, en cambio, no abundan entre quienes han llegado de fuera, que sólo van incorporándose a ellas conforme su situación se regulariza administrativamente y se “normaliza” socialmente.
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