No se debe presumir de calidad de vida si no se puede ir andando al trabajo. O si no se tiene al menos una vaga idea de la historia personal de toda esa gente con la que nos cruzamos al ir y venir a nuestros asuntos. O si al final de la tarde no queda tiempo para la partida de cartas… o un chocolate con bollos y sin prisas. En estos tiempos de estruendo electoral, hemos ido a la esencia. Más allá de la política, la calidad de vida municipal está en esas pequeñas capitales de provincia donde se vive con una saludable lentitud, a salvo de las ambiciones de las grandes ciudades, donde aún hay tiempo para leer novelas decimonónicas y pasear sin motivo.
La selección de las seis capitales de España con mayor calidad de vida es una tarea imposible. Ni el número de industrias ni la cantidad de automóviles han sido un criterio para su elección. Pero sí hemos tenido en cuenta su nivel de renta y empleo. De ahí que se puedan echar en falta muchas hermosas y felices ciudades a las que, sin embargo, les falta ese punto de aburguesamiento que caracteriza nuestra elección. Han sido descartadas todas las grandes urbes. Y se han tenido muy en cuenta criterios como el medio ambiente, la limpieza, la educación, tradición y patrimonio cultural y unas aceptables comunicaciones. No todas las ciudades seleccionadas tienen una puntuación óptima en cada uno de los criterios mencionados, alguna incluso puede flaquear ligeramente en algún punto, pero, en su conjunto, en cada una de ellas hay una equilibrada proporción de todos ellos: son limpias, lentas, líricas y con un buen pasar. En cada una de ellas se dan las circunstancias apropiadas para releer Madame Bovary junto a una taza de chocolate o un copazo de chinchón… o ambas cosas a la vez.
Tampoco están todas las que son. Si echa en falta alguna capital en particular, seguro que tiene razón. Sólo hemos querido reseñar las virtudes de algunas ciudades que pueden ser envidia del mundo, y que guardan esas esencias de calidad que también la política debe preservar. En algún caso se ha intentado también llamar la atención sobre capitales que pasaban casi inadvertidas, pero que guardan en su interior la sorpresa de una ciudad a la medida del hombre.
Las ciudades con calidad de vida son como las buenas novelas decimonónicas, como «La Regenta» o «Rojo y negro», personajes inimaginables en una gran urbe. Y al igual que esas novelas, nuestras ciudades corren también el peligro de desaparecer arrastradas por el vértigo de un desarrollo incontrolado. Sería una trágica pérdida. No se trata de entonar cánticos decimonónicos. Pero, ¿de qué nos serviría una ciudad que no invite a leer una novela entre calles lentas y vetustas?
Lérida Esa atractiva vecina de ocultas cualidades
En Lérida, la ciudad que vio nacer a Enrique Granados, las cigüeñas que el compositor veía anidar en la catedral de la Seu Vella, o el húmedo olor de la neblina que tantos días abraza melancólicamente la ciudad como una segunda piel, pueden seguir viviéndose 140 años después.
Hoy Lérida —o Lleida— ofrece a sus ciudadanos una calidad de vida sin parangón, con el justo equilibrio entre su dimensión de pequeña capital —poco más de 150.000 habitantes—, y el ambiente de patio de vencindad que se vive en sus históricas calles; saber quién vive en la puerta de enfrente, llegar al trabajo sin atascos o a pie, pasear por el campo en un abrir y cerrar de ojos… son lujos que las grandes urbes han perdido. Quienes en estos días compren un pisito en Lérida —pongamos uno con vistas al río Segre, por ejemplo— pagarán unos 1.360 euros por metro cuadrado. Compárese con la vecina Barcelona donde se pagan 2.654 euros de media y hasta 6.000 en muchos casos. 150 kilómetros y un trayecto de hora y tres cuartos en coche separan estos precios. Es la diferencia también que separa a la gran urbe de la milenaria ciudad leridana. Y si saliendo de la agradable Lérida decidimos circular en sentido opuesto, Zaragoza apenas está a hora y media por autopista. Y ahora, con el AVE, Lérida puede decirse vecina de Madrid, a dos horas y media en el alta velocidad. Pequeño paraíso de tranquilidad e incontables oportunidades que, si bien estaban ahí antes del famoso AVE, su llegada ha sido clave para que la ciudad despierte el interés de inversores de toda España.
Huesca Sana y natural
Con el Pirineo a la vista, a un paso de Zaragoza y con acceso al tren de alta velocidad, Huesca es una capital de tamaño mediano de vida tranquila, sana y natural. Una ciudad en la que cada vez se da más importancia a los espacios arbolados, y en la que, a tiro de piedra, se dispone de esos excepcionales parajes que ofrece el Pirineo. En invierno, la ciudad queda a poco más de una hora por carretera de magníficas estaciones de esquí. Y también a una hora se encuentran el Canfranc, el Valle de Echo o Ansó y parajes protegidos por su riqueza medioambiental, como el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido o la Sierra de Guara.
Con alrededor de 48.000 habitantes, la ciudad tiene un buen vivir, una tasa de paro mínima y unas excelentes comunicaciones. Los precios de sus viviendas están todavía muy lejos de los que alcanzan en otras urbes, como la vecina Zaragoza, sin ir más lejos. Un piso en el centro de la capital puede salir por entre 4.000 y 6.000 euros el metro cuadrado. Aunque la oferta ha crecido considerablemente en las zonas más exteriores, donde se puede encontrar un piso a precios mucho más asequibles.
Su oferta de ocio también es amplia, si bien todavía debe suplir una de sus hasta ahora principales carencias: nuestra capital carece de teatro. Imperdonable. En estos momentos, un proyecto impulsado por la iniciativa privada se propone restaurar el Olimpia, construido hace casi cien años. Y la iniciativa pública sigue adelante con el proyecto del Palacio de Congresos, que también podrá albergar espectáculos teatrales.
Soria «Ciudad castellana ¡tan bella bajo la luna!»
Cuando Soria estrenó el pasado 3 de mayo el servicio de autobuses públicos dejó de ser la única capital de España sin red de transporte. Tampoco es que lo necesitase con urgencia. Son 6 vehículos de pequeño tamaño para una ciudad de 38.004 habitantes, donde se sabe que las prisas no son buenas. La noticia ilustra el ritmo al que vive la capital, remanso de paz en el corazón de Castilla, con un ambiente sano y un rico patrimonio cultural.
¿Cuánto darían muchos madrileños por acudir andando a trabajar o por acudir a un estreno de teatro sin colas ni aglomeraciones? ¿Cuánto vale poder volver a casa a comer en el intermedio del trabajo? Esas pequeñas grandes cosas son lo que dan calidad de vida a una ciudad y Soria las tiene en abundancia.
La ausencia de grandes industrias hacen de la capital del Duero un entorno limpio, un prototipo del desarrollo sostenible. Porque otra de las envidiables características de Soria es su virtual pleno empleo. La tasa de paro es del 5,08%, pero se reduce al 2,92% en los varones. En la provincia no hay desempleo, hasta el punto de que los inmigrantes son una necesidad. El alto número de ancianos, con una de las esperanzas de vida más altas del mundo, hace que la capital aparezca como una ciudad a cámara lenta, propicia para el paseo, la tertulia y la serenidad. Una cura antiestrés. Y al fin, ¿qué no daría muchos padres por saber que su hija adolescente puede regresar de una fiesta, de madrugada, sin riesgo? Como dijo Machado: «Soria, ciudad castellana/ ¡tan bella bajo la luna!».
Mallorca La ciudad de la calma
Hace ya casi un siglo, en 1922, el gran escritor y pintor catalán Santiago Rusiñol escribió un libro titulado «La isla de la calma», dedicado a Mallorca, si bien en la mayor parte de sus páginas habla exclusivamente de su capital, Palma de Mallorca, donde ofrece una visión idílica de sus gentes. En aquellas fechas, los palmesanos éramos, al parecer, unas personas que nunca teníamos prisa, que paseábamos y charlábamos siempre con calma, sobre todo en los cafés, que teníamos barrios encantadores, que vivíamos, en definitiva, en una ciudad serena, donde sus habitantes teníamos a veces, quizás por todo ello, una cierta propensión hacia el ensimismamiento y la melancolía. Palma podía ser considerada casi el último refugio de todos los poetas del mundo. Los palmesanos teníamos pues, sin ser quizás conscientes de ello, lo que hoy solemos llamar calidad de vida, motivo por el que, seguramente, la isla empezó a ser visitada desde principios del siglo XX por los personajes y los artistas más ilustres de la época, entre ellos Rubén Darío, Gertrude Stein, Jorge Luis Borges o Robert Graves, a la vez que iba consolidándose la hasta entonces incipiente industria turística.
La expresión de Rusiñol hizo fortuna. Ya en los años 50, habría un nuevo relanzamiento de la actividad turística, en especial gracias a la campaña «Luna de miel en Mallorca», en la que se incidía en la idea de que la capital balear era como un pequeño paraíso, aunque sin la serpiente con la manzana, y hecho, sobre todo, de belleza, sosiego y, por supuesto, de calma. Transcurría el año 1951 y Palma tenía entonces poco más de 133.000 habitantes. El pasado año, Palma de Mallorca superó los 400.000 habitantes. La población se ha triplicado en cinco décadas. Aun así, la capital sigue siendo considerada una de las ciudades más acogedoras y con una mayor calidad de vida y no sólo para quienes la visitan ocasionalmente, sino también para sus propios habitantes.
Desde su llegada a la alcaldía, la popular Catalina Cirer ha proclamado que quiere una ciudad a la medida de las personas, en la que sean compatibles la creación de infraestructuras y equipamientos, sin que se pierdan los rasgos distintivos por los que ha sido querida por quienes huían del mundanal ruido. En esa misma línea, el Gobierno balear tambien insiste en que no quiere olvidar las raíces de la isla cuando pone en marcha iniciativas como la primera línea de metro de la ciudad o lo que será la nueva fachada marítima de la capital, con un palacio de congresos diseñado por Patxi Mangado.
En la Palma de hoy es cierto que de vez en cuando hay también algún atasco y seguramente miramos un poco más el reloj y tenemos un poco más de prisa que en la época en que Rusiñol fue un asiduo visitante de nuestra ciudad, pero seguimos yendo a los cafés, y teniendo barrios y rincones encantadores, y, sobre todo, continuamos manteniendo aún, afortunadamente, una cierta propensión al ensimismamiento y la melancolía.
Vitoria Verde y deportiva
Vitoria es uno de los estandartes del País Vasco, pero no por sus obras faraónicas, sino por su calidad de vida y su ecológico desarrollo sostenible. Quien la conoce la lleva en el corazón, y quien aún no ha tenido ocasión de familiarizarse con ella espera hacerlo lo antes posible… harto de tanto oír hablar de sus espacios verdes, de cómo en cada barrio hay un centro cívico o deportivo y de la cantidad de eventos sociales que aquí se celebran —como el Festival de Juegos para niños— que se organizan en las calles de la ciudad.
La capital del País Vasco, la más castellana de las tres vascas, ha crecido a su propio ritmo, poco a poco, gracias sobre todo a un red de infraestructuras viarias inmejorables y a un cuidado urbanismo, favorecido por la ausencia de potentes industrias contaminantes. Con una población de 230.585 habitantes y una densidad de 835 habitantes por km2, mantiene una media de zona verde por cada vitoriano de 43,9 metros cuadrados, una de la más altas de España. Sede de las instituciones autonómicas vascas, como el Palacio de Ajuria Enea es, además de una ciudad abierta, una de las más limpias de España con unos niveles de reciclaje del 25 por ciento de los residuos.
Todo eso, combinado con una arraigada cultura del «buen comer» —uno de sus establecimientos logró el premio al mejor pincho nacional—, la apuesta por la bicicleta, cuyo alquiler es gratuito, el cuidado de su «anillo verde», con 38 kilómetros de «bidegorris» o senderos, hacen feliz la vida en Vitoria.
Oviedo Renacida «Vetusta» para peatones
En Oviedo es posible pasear por el casco urbano sin ver un solo coche, las aceras son anchas, limpias y plagadas de esculturas públicas. Si eso es calidad de vida, la capital del Principado la tiene. Cuenta con 2,1 millones de metros cuadrados de zonas verdes (10 por habitante), miles de árboles y jardineras de bronce en las que se renuevan las plantas de flor una vez al mes. Si eso es calidad de vida, a la Vetusta clariniana, le sobra.
La ciudad más limpia de España, dicen. El centro histórico y comercial respira con las peatonalizaciones emprendidas en las dos últimas décadas y sobre ese cogollo pivota la vida social y cultural de la ciudad. Ópera, de septiembre a febrero; zarzuela, de febrero a junio, y grandes orquestas y conciertos, todo el año, forman la programación de la que se autoproclama «la Salzburgo del norte de España». El Fontán, recreado tras el derribo de la plaza original del XVII, acoge conciertos y teatro en verano, a costa de aquietar durante la función las animadas terrazas sidreras.
La catedral, el prerrománico, los museos y un plan de recuperación del casco viejo, discutido, han dejado una ciudad para pasear, adoquinada, de coloridas fachadas. Añádase el gusto de los carbayones —nombre tomado de «El Carbayón», el roble totémico de la ciudad— por la calle. Las cifras lo demuestran: cada 120 ovetenses —incluidos niños, mayores y abstemios— mantiene abierto un bar o sidrería, por los 176 madrileño necesarios para la misma operación. Aquí, la hostelería ha avanzado a pasos agigantados y los ovetenses la aprecian.
También los turistas. La actividad hotelera ha crecido un 53% en cuatro años. Con el mar a 20 kilómetros, Oviedo es ahora líder del turismo regional. Agustín Iglesias Caunedo, concejal de Turismo habla de «un esfuerzo continuo de toda la sociedad». Y así se ve en que en el Plan de Excelencia Turística participaron 300 empresas en la captación de congresos para el nuevo palacio de Santiago Calatrava.
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