Tener una experiencia neoyorquina pasa por sobrevivir a una carrera en un taxi de Nueva York. Empieza por estar al quite para que nadie se lo birle mientras espera en la calle, tener cuidado de que no le atropellen estos coches amarillos cuando vienen hacia usted en picado, correr detrás de este emblemático automóvil para subirse, aguantar los frenazos una vez que está dentro, discutir con el taxista si no se sabe bien la dirección a la que va (intentará dejarle en un lugar cercano que le sea conveniente) y su consiguiente mala cara si no le gusta la propina que le deja, que generalmente suele ser del 20 por ciento. Y una cosa más, no aceptan monedas, sólo billetes.
Después de esto hay dos cosas claras: nadie le ganará en conseguir un taxi después de un tiempo en Nueva York, y con los taxistas neoyorquinos no se juega. Son duros. El 82 por ciento son inmigrantes, según los datos del censo. Se distribuyen por procedencia entre República Dominicana, Haití, India, Pakistán, Bangladesh y Afganistán.
El próximo 5 y 6 de septiembre le van a echar un pulso a la ciudad. La Alianza del Trabajador del Taxi de Nueva York (NYTWA, por sus siglas en inglés) ha llamado a la huelga esos dos días como protesta por la imposición de la Comisión de Taxis y Limousinas del Ayuntamiento (TLC, en inglés), encargada de conceder las licencias, del sistema de navegación por satélite GPS y aparatos para poder pagar con tarjeta de crédito a los 13.000 taxistas de Nueva York a partir del próximo 1 de octubre. El taxista Anwar Izhar reconoce durante una carrera de 7 dólares con dos de propina que «yo voy a hacer huelga. No es justo, nos quieren controlar y robar el dinero», explica.
Mientras, desde el Ayuntamiento, se entiende que esta medida permitirá pagar a los pasajeros con tarjeta de crédito, ver las noticias, y consultar direcciones y buscar restaurantes, los taxistas reclaman que tendrán que pagar un tanto por ciento de las carreras que se abonen con tarjeta de crédito y estarán controlados por las empresas con el GPS. Algo que en el Ayuntamiento no niega nadie, es mas bien un secreto a voces.
Un taxista que descansa en la Calle Crescent en el barrio de Astoria en Queens reconoce que «no me importa lo del GPS porque yo trabajo los siete días de la semana, pero lo que no me gusta es tener que pagar el cinco por ciento de las carreras a la compañía. Es mi dinero. Yo trabajo para mí», matiza.
Los taxis en Nueva York dependen de compañías privadas, aunque es la Comisión de Taxis y Limousinas, que forma parte del Gobierno de la ciudad de Nueva York, la que concede las licencias. Sólo en la ciudad de Nueva York hay 13.000 taxis, sin contar los otros 40.000 vehículos llamados «car service» (servicio de coche) y que por un mayor precio ofrece el servicio sin taxímetro.
Desde la Alianza del Trabajador del Taxi de Nueva York, donde se ha convocado la huelga, se reclama que el GPS viola el derecho a la privacidad de los taxistas. Muchos utilizan el taxi en sus días libres y este aparato sería el perfecto espía para que las compañías de las que dependen los conductores supiesen en cada momento dónde están.
«Estamos preparados y queremos salir a la calle», ha reconocido el director ejecutivo de la Alianza, Bhairavi Desai, durante los últimos días.
Si el paro se lleva a cabo, el Ayuntamiento tiene previsto un plan de contingencia para paliar el caos que sufrirá la ciudad. Si el tráfico rodado se bloquea, el transporte público lo hará poco después. Es en ese momento cuando el Ayuntamiento puede tomar medidas de emergencia.
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