El Dossier “El dinero no da la felicidad, pero ¿ayuda a conseguirla?”, incluido en el Informe Mensual de julio-agosto de CaixaBank Research, arroja ciertos datos que ponen de manifiesto que, a largo plazo, “el incremento del PIB per cápita de un país no va asociado a un aumento del nivel promedio de la felicidad de sus habitantes”. Un claro ejemplo: en el periodo 1973-2004, en EE. UU. casi se duplicó el ingreso real per cápita, mientras que la felicidad promedio se mantuvo estable. Esta hipótesis, desarrollada por el economista Richard Easterlin, ponía en entredicho la tradicional teoría de “cuantos más ingresos, mayor felicidad”.
No obstante, esto no quiere decir que el dinero no importe o no tenga ningún efecto real sobre el grado de satisfacción de las personas. Varios estudios de la literatura económica demuestran que, a corto plazo (en un momento y país determinados), las personas con mayor renta sí se manifiestan más felices, tanto si se hace la comparación entre países como si se hace entre individuos de un mismo país.
Para explicar esta paradoja, algunos investigadores apuntan al nivel de saciedad: “existe un punto de saciedad a partir del cual la felicidad deja de aumentar con la renta”. Asimismo, encontramos una respuesta mundialmente aceptada a esta cuestión y es que “la felicidad no depende del nivel absoluto de ingresos de una persona, sino de cómo se compara con el de otras personas (comparación social) o con su propio pasado (hábitos)”.
“Existe un punto de saciedad a partir del cual la felicidad deja de aumentar con la renta.”
Así pues, si el dinero no es el único factor que puede influir en nuestro nivel de bienestar, ¿qué más nos hace felices?
El significado completo de la felicidad
Otra de las limitaciones que presenta la medición de la felicidad es que, además, es un concepto muy amplio del cual no existe una definición unánime. Según el Dossier “¿Es usted feliz? La felicidad y el ser humano”, incluido en el Informe Mensual de julio-agosto, existen tres tipos diferentes de felicidad: la satisfacción vital (evaluación de la vida en su conjunto), el bienestar emocional (emociones y estados anímicos) y, finalmente, el bienestar eudaimónico (significado y objetivo de la vida).
Además, según declara Javier García-Arenas del Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación Estratégica y Estudios de CaixaBank, “la felicidad, en cualquiera de sus tipologías, es un concepto relativo muy influido por factores culturales”.
Por ejemplo en los países occidentales, según los psicólogos Uchida, Norasakkunkit y Kitayama, “la felicidad se mide en términos de logros personales y la meta final es maximizar el número de experiencias positivas”. Contrariamente, en los países orientales, se otorga más valor a las relaciones interpersonales con las personas que nos rodean.
Finalmente, también es importante destacar que la felicidad es un término dinámico, que depende en gran medida del ciclo vital. Economistas de la talla de Blanchflower, Deaton u Oswald han llegado a la siguiente conclusión: “la felicidad decrece hasta que las personas alcanzan su nivel más bajo de felicidad a edades comprendidas entre los 40 y 59 años (la media global es de 46) y, a medida que se envejece, esta vuelve a aumentar de forma sostenida”.
Con todo, se desprende que el dinero (renta), aunque no de forma exclusiva, nos reporta mayores niveles de felicidad y se debe tener en cuenta a la hora de elaborar la política económica. No obstante, tal y como apunta Enric Fernández, economista jefe de CaixaBank, el término ‘felicidad’ es muy amplio y abarca otros factores que pueden ser tanto o más importantes que el dinero: relaciones con la familia, los amigos y la comunidad que nos rodea, trabajo estable, salud, libertades individuales y valores.
Y añade: “estas lecciones son fundamentales a la hora de diseñar las políticas públicas. De ellas se derivan, por ejemplo, que la educación, la sanidad y la lucha contra el desempleo deben formar parte de los pilares de un estado del bienestar”.
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