La brutal reconversión experimentada por el sector financiero coloca a España en lo más alto del podium europeo en clausura de sucursales y sólo es superado por Reino Unido en cuantía de despidos de personal. Desde que la crisis apareció en 2008 y hasta el pasado 2013, las entidades de la eurozona han cerrado 23.085 oficinas. El 53,50 por ciento de los casos -12.352 locales- se efectuó en España. La pérdida de puestos de empleo supera los 208.811 trabajadores y casi uno de cada tres procede de aquí.
Ningún sistema financiero de los que pasarán en noviembre bajo supervisión del Banco Central Europeo (BCE) ha experimentado una tala tan severa en términos absolutos, siendo Alemania el segundo en echar la persiana, con 3.376 locales extinguidos. Francia o Italia, que cuentan con una dimensión de estructura equiparable, se han deshecho de 1.605 y 2.410 establecimientos, respectivamente. En personal sí hay un mercado europeo con más salidas, pero hay que atravesar las fronteras de la eurozona para llegar a Reino Unido, que ha dado de baja a 73.985 empleados, ajuste en todo caso menos drástico porque equivale a ceñir la estructura un 14,93 por ciento, cuando aquí se redujo el 22 por ciento.
La poda más agresiva
Las estadísticas del BCE, que sólo incluyen redes en mercados domésticos, constatan que los países del Sur y el Este de Europa, con los sistemas financieros y economías más vulnerables, asumen la racionalización más severa. La tala de Irlanda, Grecia, España, Bulgaria, Chipre o Lituania excede el 20 por ciento.
En nuestro caso, la reconversión retrotrae la capacidad 27 años atrás en capilaridad de oficinas y hay que desandar una treintena larga de años para encontrar plantillas inferiores, al ser la de 2013 el menor censo recogido por las estadísticas del Banco de España iniciadas en 1981. E irá a menos, porque expertos y banqueros consideran inacabada la poda. Entre enero y marzo se han cerrado 226 sucursales adicionales y la teoría más extendida es que sobra otro 10 ó 15 por ciento mínimo.
En su origen, los cierres fueron imposición de la troika a la veintena larga de antiguas cajas receptoras de ayudas a las que obliga a renunciar a sus muchos años de expansión por el país y replegarse a los territorios de origen para garantizar la viabilidad del proyecto, sacrificando entre el 30 y 50 por ciento de sus estructuras. Pero, con el tiempo, se han confabulado distintos acelerantes que han extendido el proceso a todos los actores: la existencia de grandes redes deficitarias, imposibles de sostener que, sobre todo las antiguas cajas abrieron con profusión a lomos de un boom inmobiliario que ahora toca digerir; una contracción de la tarta de negocio superior al 20 por ciento, y una nueva generación de clientela, habituada a las tecnologías, que distancia la visita a la sucursal, porque prefiere hacer online sus transacciones y va imponiendo la multicanalidad.
Ninguna entidad se mantiene ajena y todas buscan un adelgazamiento, algunas por exigencias de Bruselas y otras simplemente porque si los ingresos flaquean, hay que ahorrar costes para evitar un mayor deterioro de la rentabilidad. Así, hasta los grandes aprovechan integraciones para acomodar la capacidad, prescindiendo de redundancia, como el Santander, integrando Banesto y Banif; BBVA, una vez adquirido Unnim y previsiblemente tras ajudicarse Catalunya Caixa; o Caixabank, al absorber Cívica o Banco de Valencia, y a la espera de si se queda, como parece, con Barclays.
Búsqueda de eficiencia
La racionalización de estructuras arrancó como una situación natural para evitar las duplicidades que dejaban las primeras fusiones entre cajas. Se daba salida al personal excedentario con costosas prejubilaciones, a las que ha dado relevo expedientes de regulación de empleo más austeros. El proceso ha sido tan notable como el cambio del mapa financiero. En apenas cinco años han desaparecido medio centenar de entidades, embebidas en grandes grupos. Las 60 ó 70 entidades que poblaban el paisaje, entre bancos y cajas, en 2007, han quedado reducidas a una docena escasa, que triplica la dimensión promedio anterior.
Hemos asistido a la mayor reconversión de la industria, si bien hubo una purga mayor cuando en la crisis de los noventa salieron 70.000 de los 180.274 empleados en plantilla. Introduce cierta racionalidad, ya que España llegó a copar el 23 por ciento de las oficinas de Europa por imposición de un modelo de relación de proximidad con el cliente y el enraizamiento de las cajas de ahorros en las zonas rurales.
Las clausuras no alteran esta condición, dado que aquí hay una sucursal por cada 1.000 habitantes, cuando en Alemania, Francia o Italia hay una por casi 2.000 residentes y en Reino Unido, una por 5.000.
E. Contreras/El Economista
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