RRHH Digital. El sexo ha dejado de ser un placer para los alemanes. Esta última restricción, que Merkel no habría decidido todavía imponer al resto de la zona euro, tiene su origen en el estrés, el agotamiento y la presión laboral, según un estudio del Instituto Rheingold, una consultora con sede en Colonia que asegura que «la incapacidad para disfrutar de las relaciones íntimas afecta al 46% de los alemanes».
Lejos de tratarse de un informe trivial, el estudio elaborado por Rheingold se presenta como un documento más fundamentado incluso que las últimas propuestas alemanas sobre políticas de crecimiento y señala tres áreas de factores que influyen en esta funesta pérdida.
El primero de los grupos tiene que ver con la relación psicológica que las mentes alemanas establecen entre el deber y el placer. Mientras que en otras latitudes primero es la devoción y luego la obligación, para el 81% de los alemanes el hecho de poder disfrutar del sexo y del resto de acciones lúdicas en general está directamente supeditado a la necesidad de haber resuelto antes todas las tareas pendientes.
Este porcentaje explica el entusiasmo con el que Merkel defiende posponer la emisión de los eurobonos hasta después de haber puesto en marcha y visto los primeros resultados del Pacto Fiscal, sabedora de que cuanto más se aplaza en el tiempo la consecución del placer, más intenso resulta.
Reconocimiento social
Un segundo grupo de factores está directamente relacionado con las condiciones laborales. Para el 76% de los alemanes, la felicidad requiere situarse en un puesto acorde con sus aspiraciones y capacidades y que les proporcione reconocimiento social.
Quizá por ello la franja de población más joven, la que está accediendo al mercado laboral con la nueva legislación implementada por el canciller Schröder desde 2000 y que ha entrado plenamente en vigor a partir de 2010, sea la más afectada por la anteriormente citada incapacidad para el disfrute. El 55% de los jóvenes alemanes confiesa que a menudo no es receptivo a los estímulos y no disfruta plenamente de las relaciones sexuales.
El tercer grupo de factores citados por el estudio se balancea entre la psicología y la filosofía para caerse culo en el cenagal de los complejos. Se trata, siempre según el informe, de «la pérdida del significado de la noción del sexo», atribuida a una «sobre exposición a imágenes ideales de sexualidad que no se corresponden con la realidad».
Tras esta expresión técnica parece ocultarse la referencia al overbooking de cuerpos perfectos que desde la publicidad y la pornografía acomplejan al ciudadano alemán real y le incapacitan para disfrutar de sus imperfecciones, sentimiento parecido al que albergamos los países periféricos del euro, empequeñecidos ante los inalcanzables datos de PIB, empleo y exportaciones de Alemania, que nos inhiben más y más, que nos encierran en nuestros tozudos michelines de déficit y en la obesidad mórbida de nuestras cifras de paro. La comparación, está claro, causa estrés.
Precisamente, el Instituto Rheingold ya alerta sobre la tendencia, cada vez más generalizada, de cómo el estrés acaba imponiéndose en la vida cotidiana y destruye los momentos de placer y llama la atención sobre los trastornos psicológicos generados por la sensación de falta de tiempo, que también estaría detrás de la inapetencia sexual y ausencia de felicidad.
Los alemanes, por tanto, a pesar de disfrutar de una situación económica envidiable y un músculo de competitividad que garantiza el Estado de bienestar al menos a generación y media, no rentabiliza esa ventaja en sensaciones que puedan traducirse por disfrute o felicidad, ajenos a la definición del término elaborada por Ambose Bierce, que al igual que la sociedad alemana estuvo marcado por el puritanismo luterano y que afirmó que la felicidad es la «sensación agradable que nace de contemplar la miseria ajena».
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