RRHH Digital. Decenas de empresas chinas han desembarcado en Sudáfrica y otros países del continente africano en los últimos años atraídas por los costes de mano de obra, más baratos que en el gigante asiático. En África buscan una cosa: «hacer dinero».
Cada día, a las seis y media de la madrugada, cerca de seis mil trabajadores se dirigen al polígono industrial de Newcastle, al este del país, para trabajar en las 70 fábricas chinas asentadas en uno de los principales polos textiles de Sudáfrica.
Les esperan nueve horas de trabajo cosiendo, planchando, haciendo patrones, doblando prendas y embalando. Durante ese tiempo no podrán levantarse para ir al baño ni podrán comer, y todo ello por 7 siete euros al día.
Plantas de ensamblaje en Camerún, industrias plásticas en Nigeria, minas en Zimbabue, zapatos en Egipto, curtidos en Etiopía o fábricas de automoción y talleres textiles en Sudáfrica, son algunos de los negocios en el extranjero del gigante asiático.
Patrick Vundla, responsable del sindicato textil en Newcastle (Sactwu), tiene claro por qué la industria china se está trasladando a Sudáfrica: «Vienen porque obtienen mayor rentabilidad», asegura.
El salario mínimo en el país oriental ha aumentado un 22,8 por ciento en el último año, según la consultora Aon Hewitt, y el sueldo medio de un trabajador cualificado se sitúa en estos momentos en unos 2.159 euros al año (20.000 yuan) en las zonas más pobres y en 2.589 euros en las áreas de Shangai o Hong Kong.
Frente a las nuevas aspiraciones consumistas de la juventud china, el país asiático ha encontrado en el África subsahariana, una región que acapara los últimos puestos en desarrollo humano de la ONU, una masa laboral ávida de oportunidades de trabajo.
La mayor parte de las trabajadoras de los talleres de Newcastle no llegarán a cobrar más de 1.698 euros anuales, y su primer contrato no superará los 992 euros.
A las puertas del polígono industrial, las trabajadoras aseguran que sus patronos chinos no les pagan las vacaciones, no les dan una nómina y les descuentan de sus salarios los defectos de las prendas que han elaborado.
Zanele Sithole tiene 28 años. Vive en una casa de bloques de hormigón con tres habitaciones y sin baño, en un asentamiento improvisado a diez kilómetros del polígono industrial.
Trabaja en una fábrica china de Newcastle, cobra 800 rand al mes (82,6 euros), y con ese dinero debe mantener a once personas, en un país donde el kilo de arroz se paga a 80 céntimos de euro.
«Tengo que mantener a todos en la familia, mis padres son viejos, tengo que pagar el autobús de los niños y también comprar comida. Es muy difícil, es muy poco, tengo que pedir prestado para poder llegar a fin de mes», asegura Zanele.
Hace dos semanas, las autoridades sudafricanas cerraron cinco fábricas por no alcanzar el 70 por ciento del salario mínimo, que se sitúa en la industria textil de Newcastle en los 202 euros al mes.
«De las 70 fábricas chinas de Newcastle, prácticamente ninguna paga el sueldo mínimo, que es de 489 rand por semana (50,5 euros), y algunas están pagando 200 rand (20,6 euros)», explica el sindicalista Patrick Vundla.
Los empresarios chinos, en respuesta, amenazan con cerrar las fábricas y trasladarse a otros países de la región, como Mozambique, Lesoto o Suazilandia.
«Yo estoy aquí para hacer dinero, no cacahuetes», dice el encargado de un taller chino, que no quiere decir su nombre por miedo a perder el empleo.
Sus jefes están en la isla Mauricio, un paraíso fiscal a 800 kilómetros de Madagascar donde muchas de estas empresas tienen su base de operaciones.
«A Newscastle vienen (representantes gubernamentales) de todas partes de África: de Zimbabue, de Mozambique, de Madagascar, de Lesoto… Ofrecen (a los chinos) terreno gratis, un solar para que construyas la fábrica con cesión a cien años; pero ellos no se van a otros países africanos, porque en Sudáfrica hay una cosa que no hay allí: trabajadores cualificados«, explica el encargado.
Vundla es consciente de que numerosos países buscan copiar el modelo sudafricano. «Nosotros no queremos cerrar las fábricas, pero creemos que nuestros trabajadores tienen derecho a ser tratados justamente».
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