RRHH Digital. El debate al que estamos asistiendo en torno al retraso de la jubilación parece la historia de un recién llegado que, aún sabiendo que iba a llegar, pocos lo reciben. Merece la pena señalar una cuestión de fondo en relación con las pensiones. Uno de los principios en los que está basado nuestro sistema de previsión social es el de la solidaridad intergeneracional por la cual una generación contribuye a las arcas del estado para garantizar el bienestar de sus “mayores” sufragando las pensiones, la asistencia social y la asistencia médica. Cuando llegue su retiro, la generación que contribuyó se convertirá en la perceptora de servicios sufragados por las contribuciones de la generación posterior. Una generación es solidaria con la anterior con la esperanza de que con ella lo sea la posterior.
Lo que se concluye de ello es que los que en la actualidad contribuimos, no estamos ahorrando para la vejez, estamos sufragando las pensiones y los servicios que demandan nuestros mayores. Entender esto significa que, lejos de reclamar lo aportado, lo que debe preocupar es que vengan otros que contribuyan, y precisamente, lo que ocurre es que vienen pocos y nosotros, los que seremos mayores en los próximos 15-20 años, seremos muchos.
Los datos son demoledores. Debido al doble efecto de la reducción de la natalidad, por un lado, y del incremento de la esperanza de vida, por otro en el periodo 2010-2030, el número de jóvenes disminuirá en cerca de un 16% y el número de mayores de 55 años crecerá casi en otro 16%. No es de extrañar, por tanto, que se maneje el retraso de la jubilación como una solución. La idea es que no se incremente la tasa de dependencia, es decir, la que relaciona el número de personas que no trabaja con el número de personas que sí lo hace. A mediados de 2008 esta tasa era de 1/3, es decir, cada persona que trabajaba mantenía a 3 jubilados. Un año más tarde, a mediados de 2009, la tasa era de 1/5.
Los países con las economías más avanzadas y competitivas son las que más tardan en jubilar a su fuerza laboral. Alemania, hace 3 años ya aprobó el retraso de la jubilación de forma progresiva. Dinamarca la ha subido de 65 a 67 y lo mismo tiene pensado hacer Japón, Inglaterra y Grecia, por supuesto. Los más tardíos son Noruega y EEUU, aunque en este último caso el retiro es una decisión de la propia persona.
El límite en España, excepto para colectivos concretos, la edad obligatoria está en los 65 y es así desde 1919 con ocasión del Retiro Obrero Obligatorio, cuando la esperanza de vida en España era, para los hombres, de 53 años y para las mujeres de 54. Ha pasado mucho tiempo y las condiciones de salud han mejorado, hoy vivimos más. En la actualidad, ocupamos el puesto 7, de una lista de 192 países, con mayor esperanza de vida, superados por Andorra, Macao, San Marino, Singapur, Hong Kong y Japón, en ese orden.
La esperanza de vida (EV) al nacer en España se ha incrementado una barbaridad. Una persona nacida en 1900, en el momento del nacimiento podía esperar vivir hasta los 34,76 años (a primeros del siglo pasado, la mortalidad infantil era una auténtica lacra: uno de cada 5 niños moría antes de los 5 años). En 1950 la esperanza de vida al nacer era de 62,10 años y en 2007 lo era de 80,94 años (las mujeres, 84,10, los hombres, 77,76). Se trata de una ganancia enorme de vida gracias al progreso de la medicina, la educación y los servicios sanitarios.
Hay una vida extra. Mucha de esa vida es saludable. Se trata de vivir libre de incapacidad en la vejez, es decir, cuando las enfermedades crónicas y las discapacidades prevalecen. El dato que interesa, por tanto, es el de Esperanza de vida libre de incapacidad (EVLI) y lo que importa es que la EVLI crezca más que la EV de manera que se gane vida con salud. Los cálculos que se disponen indican que lo que una mujer puede esperar vivir con buena salud a partir de los 65 años es de 12 y un hombre de 9.
Por tanto, vivimos más, vivimos mejor y podemos dedicar más tiempo a trabajar. Pero trabajar en las mejores condiciones y teniendo en cuenta la actividad profesional a la que nos hemos dedicado. Quienes han trabajado en actividades de mucha exigencia física no estarían en las mismas condiciones que quienes han tenido una profesión en los servicios. El deterioro físico en actividades extractivas, de la construcción, de la agricultura, etc., no es comparable con el producido en profesiones de atención al público o donde las relaciones con los demás son la base de la actividad. Una reflexión justa debería tenerlo en cuenta.
En este sentido debemos recordar que la mayor parte de los puestos de trabajo de nuestro país se localizan en el sector servicios, y esto viene siendo así desde hace varias décadas. Nuestro país ha vivido una transformación en este sentido y cabe pensar que el número de personas que debieran jubilarse del sector servicios deberían ser menos que la suma de los otros dos sectores. ¿Por qué no retrasar la edad de jubilación en esas actividades que pueden ser desempeñadas sin deterioro?, ¿no es el caso de jueces y profesores? No obstante, no sería justo aumentar la edad laboral de quienes se han desempeñado en actividades educativas, comerciales, de atención al público, etc.
Pero sí se podría pensar que estos colectivos pueden ocuparse y aportar su experiencia de forma distinta. Trabajos de cercanía, flexibilidad horaria, contratos a tiempo parcial, actividades de formación, dirección de proyectos, planificación, y todas aquellas en las que las relaciones sean un componente clave, suponen escenarios de realización en la última etapa laboral para el individuo.
No nos parece descabellado pensar que el tiempo del retiro puede ser tiempo de satisfacción. Hemos oído contar cómo muchas personas en el momento de la jubilación han encontrado dificultades para ocupar su tiempo. La inactividad supone otra forma de deterioro, mas relacionado con la emotividad, la capacidad de relacionarse, la capacidad de resolver problemas y seguir el curso de las cosas, es decir, como se ha publicado recientemente, el empeoramiento de la capacidad cognitiva que se produce a partir de los 60 años sin trabajo (Susan Rohwedder de la RAND y Robert Willis de la Universidad de Michigan en el Journal Of Economic Literature, citado por Moisés Naim en El País).
El trabajo no es tóxico, lo que es tóxico es la inactividad y si estar ocupado retrasa todavía más el deterioro de las facultades cognitivas y, a la vez, es parte de la solución de las pensiones, bien para todos.
Los comentarios están cerrados.