Empleados de AIG, antes considerados pilares de la sociedad, son ahora vistos como villanos, en un contexto de crisis, y muchos temen por su seguridad en una elegante zona de Connecticut, donde reside un buen número de ejecutivos de la aseguradora.
AIG está en el ojo de un huracán de indignación provocado por el pago de bonificaciones a sus altos ejecutivos en un momento en el que la empresa sobrevive gracias al dinero de un rescate proporcionado por el gobierno federal.
Los pagos a ejecutivos han provocado una ira pública que muchos empleados de AIG han podido sentir en sus carnes. Algunos han recibido amenazas de muerte desde que estalló el escándalo, informó la compañía, y sus trabajadores no quieren correr riesgos.
«Tenemos miedo», dijo un ejecutivo, quien solicitó permanecer en el anonimato por temor a represalias. «La gente está muy nerviosa por su seguridad».
La división de productos financieros está en Wilton, en el condado de Fairfield, y muchos directivos de la compañía viven en grandes residencias en la llamada «Costa Dorada», una zona conocida más por los campos de golf y los paisajes espectaculares del Estuario de Long Island que por los coches de policía que patrullan ahora periódicamente las calles.
En un memorándum, publicado en Gawker.com, los directivos de la compañía recomendaron a los empleados que evitaran usar prendas con el logotipo de la aseguradora, a fin de pasar desapercibidos. También se instó a los trabajadores a viajar acompañados por la noche y a aparcar sus vehículos en áreas bien iluminadas.
AIG informó el viernes de que al menos tres ejecutivos que recibieron bonificaciones tenían previsto devolver el dinero, incluidos James Haas y Doug Poling, ambos residentes en el condado de Fairfield.
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