Perder el empleo nunca es bueno, pero en Estados Unidos un despido a menudo viene acompañado de otra pérdida angustiosa, la de la cobertura médica, que la mayoría de las veces está asociada a las empresas.
Hasta antes del inicio de la crisis, 45 millones de estadounidenses no tenían cobertura de salud, en un país dónde médicos y medicinas son los más caros del mundo de lejos. Su número podría subir hasta 54 millones de aquí a 2019 si nada cambia, advirtió la Oficina de Presupuesto del Congreso.
En Fort Wayne (Indiana), Amy Newlin sobrevive gracias a sus ahorros y al magro seguro de desempleo desde que ella y su marido perdieron su trabajo en el otoño pasado.
Si bien redujo sin demasiado dolor las cenas en restaurantes y las compras de ropa, le es imposible economizar sus tratamientos contra la diabetes, la hipertensión y los problemas de tiroides. ‘Necesito insulina y medicinas contra la tensión’, explica. ‘La insulina cuesta 80 dólares por frasco sin el seguro. No es fácil seguir’. En el sótano de una escuela primaria, Newlin participa en una reunión organizada por el estado de Indiana para permitirles a los desempleados inscribirse en el sistema de seguro por enfermedad estatal. Decenas de personas recientemente despedidas a causa de la crisis económica hacen fila junto a ella.
Newlin presentó en un expediente los documentos solicitados: Sus antiguos recibos de sueldo y una partida de nacimiento. Los asegurados deben ser personas que no gozaron de cobertura médica en los últimos seis meses. Lo que significa que aunque pueda inscribirse, Newlin no recibirá por el momento un reembolso por sus gastos en medicinas. En tanto, una enfermedad grave o un accidente podría poner a toda su familia en la calle.
En el presupuesto que presentó el jueves, el presidente Barack Obama previó pedir al Congreso 634.000 millones de dólares en diez años para financiar la cobertura de salud de los que no la tienen. Durante la campaña electoral, el candidato demócrata denunció los problemas del sistema privado de salud que lo hacen cada vez más caro y lejano para cada vez más gente: Burocracia, costes prohibitivos, rechazo a las personas que sufren enfermedades crónicas.
Jerome y Brenda Lewis, una pareja de unos cincuenta años que perdió su trabajo en octubre pasado, espera que el nuevo presidente logre poner en marcha un sistema más justo. ‘Hasta ahora, por la gracia de Dios, todo está bien para nosotros. Pero rezamos sin interrupción para no enfermar’, dijo Jerome Lewis.
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