Un artículo escrito por Carol Morrison, del Insitute for Corporate Productivity recogido por la Amercian Management Association, estudia el papel que juega el optimismo en una mejora de la productividad.
Estrictamente, cuando hablamos de productividad, hablamos de comparar entradas y salidas. No importa lo que midan esas entradas o salidas (ordenadores, coches, informes…); la productividad necesita una catalizador para, creativamente, unir todos los recursos que se necesitan para producir algo, ya sean productos o servicios. El recurso más valioso de todos son, por descontado, los trabajadores y, con frecuencia, el catalizador es el liderazgo que ejerce un directivo.
Según una encuesta sobre productividad elaborada por el Institute for Corporate Productivity, el 76% de las empresas afirman que un buen liderazgo hace que la productividad de la compañía suba. Quienes respondieron también constataron que es necesario que los líderes se centren en el compromiso de su mano de obra si se quiere conseguir una productividad óptima. Pero, ¿cómo un directivo puede conseguir ese compromiso y, al mismo tiempo, una buena productividad?
Según Morrison, los directivos pueden echar mano a un modelo al que llama “optimismo en acción”. Los líderes que toman como pauta este optimismo se centran en factores positivos y reconocen el esfuerzo que hacen los trabajadores, animándoles para capitalizar ese esfuerzo. En definitiva, los directivos positivos hacen lo necesario para crear unas circunstancias en las que los trabajadores pueden prosperar. Peter Drucker ya habló de este concepto hace cuarenta años en su famoso libro “El Ejecutivo Efectivo”.
Más compromiso
En este sentido, otro famoso estudio llevado a cabo por Margaret Greenberg y Dana Arawaka examinaba la premisa de que ese compromiso del trabajador se da cuando el directivo aplica técnicas de liderazgo positivo. Estas investigadoras condujeron el estudio entre empleados y directivos en una empresa tecnológica y descubrieron que “el liderazgo positivo está ligado al optimismo, el compromiso y el rendimiento del empleado”. Asimismo, documentan que los equipos de trabajo son más productivos cuando son dirigidos por un jefe optimista, “lo que habla de la importancia del optimismo en el lugar de trabajo”.
El trabajo de estas dos investigadores no es el único que ha constatado este hecho. Otro estudio, de este mismo año, elaborado por el National Research Centre for the Working Environment en Dinamarca, llega a conclusiones parecidas. El informe, titulado “Healthy at Work-Positive Factors Working” muestra los resultados de un extenso repaso de estudios sobre los factores asociados a “mejorar la salud e incrementar la productividad”. La principal conclusión es que el estilo de liderazgo influye de manera determinante en el bienestar y la productividad del trabajador.
Para Morrison, los programas de desarrollo del liderazgo se centran mucho en ayudar a los directivos a afinar ciertas competencias que las organizaciones han identificado como claves para gestionar un reto en particular. Otras veces se focalizan en esas destrezas que se supone son buenas para desarrollar visión para los negocios.
Sin embargo, muchos expertos ya han manifestado que sería muy importante incluir en la formación de directivos una dosis sobre cómo un actitud positiva repercute en la buena marcha de la organización.
En su estudio, Greenberg y Arawaka, listan aquellas características específicas que identifican a un líder optimista y positivo. Estos directivos gestionan desarrollando las fortalezas que los empleados tienen. En esencia, siempre ponen el acento en lo positivo. Asimismo, en momentos adversos, se centran en resolver problemas. Finalmente, los líderes positivos animan y reconocen el buen trabajo con habitualmente.
Comunicación abierta
En este sentido, John Gordon sostiene en su libro “El bus de la energía: 10 reglas para estimular tu trabajo, tu vida y a tu equipo con energía positiva” que “gente positiva, interacciones positivas y culturas de trabajo positivas proporcionan resultados positivos”. Gordon sugiere que los líderes positivos deben aprender a enfatizar una comunicación abierta en la organización. Además, la interacción interpersonal de los directivos es, a la fuerza, positiva.
Morrison habla en su artículo de la importancia de frenar comportamiento y acciones negativas cuando se trata de crear líderes positivos y organizaciones que encarnen ese valor.
El concepto de liderazgo positivo ha influido ya en organizaciones de todos los ámbitos. El mismísimo FBI estadounidense ha llevado a cabo un plan de acción para mejorar la productividad de los empleados y la efectividad en el liderazgo. Este plan incluye elementos de liderazgo positivo, como la gestión basada en los puntos fuertes o relaciones interpersonales positivas.
Está claro que el liderazgo positivo no es una receta mágica para incrementar la productividad y conseguir el compromiso de los trabajadores. Sin embargo, cada vez más investigadores se refieren a su importancia. En contraste con esta tendencia, Morrison admite que muy pocas organizaciones han hablado a sus directivos de cómo transmitir en su lugar de trabajo esta energía positiva.
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