Muchos están contando los días para coger la maleta y salir despavoridos hacia el merecido descanso. Y lo que menos se esperan es que tras esa imagen idílica de una persona recostada en una tumbona tomando un cóctel bajo un cocotero se esconde el estrés por dejar de trabajar. Un estado de ánimo que parece incompatible con el descanso, pero que puede aparecer al producirse un cambio brusco entre un periodo de actividad y el inicio de unas vacaciones en las que se han depositado unas expectativas demasiado elevadas.
Organizar el viaje acorde a todos los miembros de la familia, conflictos del hogar latentes, empezar el periodo estival estresado, querer hacer muchas cosas en poco tiempo, los atascos y el retraso del avión suelen ser circunstancias que pueden hacer que se desencadene esta patología.
No hay nada más grave que plantearse unos objetivos irreales y no programar bien. Así, es normal comenzar las vacaciones echando de menos el ordenador, los emails y las cientos de llamadas de teléfono. Acostumbrados a la filosofía del "tengo que hacer", a los veraneantes les sobreviene en ocasiones la sensación de vacío y, al final, lo que echan de menos, por triste que parezca, es la rutina diaria del trabajo.
Lo más recomendable es permanecer los primeros días de vacaciones en casa, adaptándonos al nuevo horario y ritmo de vida e ir preparando los últimos detalles de la deseada partida. Es muy difícil liberarse del estrés de todo un año en sólo unas horas. Por eso, es mejor planificar un viaje agradable que intentar ser originales y al final no pasarlo bien.
La obsesión por tener unas vacaciones excepcionales puede causar conflictos con el resto de la familia. Puede ser mejor dividirlas en semanas o quincenas, en vez de hacerlas todas en un mismo mes. Pero no se preocupen si tienen estos síntomas, no es grave.
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