Del total de la participación en el mercado, el 14 o 15 por ciento de las trabajadoras son empleadas domésticas, actividad que creció en los '90 especialmente en Argentina, Chile, Brasil y Uruguay, mientras que en promedio la mujer tiene un año más de estudio que el hombre.
En diálogo con ANSA, Valenzuela, de la agencia regional de la Organización Internacional del Trabajo, con sede en Chile, explicó que "la situación de la mujer en el mundo del trabajo es extremadamente heterogénea, con enormes diferencias entre los países y dentro de los países mismos".
Si bien hubo progresos en materia de género, persisten las desigualdades de oportunidades y salariales, a las que se añaden la discriminación étnica y racial, de la cual las indígenas y afroamericanas son las más perjudicadas.
La experta destacó que avanzó el aumento de la mujer en el mundo del mercado laboral, "un promedio que supera el 50 por ciento, de entre 16 y 64 años, una mayor inserción laboral, con autonomía o proyecto propio".
Según datos de la OIT, en 2006 la inserción llegó al 52,4, contra el 39 por ciento de 1990.
Paraguay es el país con mayor fuerza laboral femenina en la región, con el 58 por ciento, seguido con porcentajes más o menos cercanos por Bolivia y Brasil.
Sin embargo, el desempleo femenino es mayor que el masculino, más mujeres buscan trabajo y no hay oportunidades para todas.
Además de que la tendencia a largo plazo es estable en esa inserción, "la mujer en general no se retira con el nacimiento de los hijos, por el contrario el grupo con mayor incremento es el de la mujer con pareja e hijos", añadió.
Pero persiste una discriminación en función de la maternidad, el cuidado de los hijos, y son las más jóvenes, en plena etapa reproductiva, "las más discriminadas".
Para Valenzuela, pese a la protección de las leyes, ese problema "no se resolverá hasta que no se asuma como sociedad y no sólo la mujer".
Todavía el machismo "juega un rol bien importante" en la suposición de que la mujer tiene habilidades distintas y ese prejuicio determinista reduce las áreas laborales a las tradicionales que atribuyen al género: educación, servicios, o salud.
"Existe una muralla de vidrio que impide el paso a otra ocupación y un techo de cristal que no permite a la mujer ocupar cargos ejecutivos o posiciones de poder en empresas, aunque aumentaron los casos de cargos femeninos", graficó Valenzuela.
Sin embargo, en la realidad, en varios países crece la categoría de mujeres empleadoras, con una capacidad laboral generadora en rubros de comercio, exportación y computación.
También destacó el "enorme esfuerzo" de las vendedoras ambulantes en los países andinos, por ejemplo en los mercados, que tienen un peso laboral e intentan obtener un ganancia para su familia en condiciones limitadas por la pobreza.
En la región disminuyó en la actualidad, respecto de hace seis u ocho años, el trabajo "informal no decente" que para la OIT es aquel que carece de derechos laborales, protección social, organización y negociación entre empleada y empleador.
Hay un mayor interés por la sindicalización y la asociación de mujeres empresarias pero el desafío reside en "combinar el crecimiento económico con empleos de calidad, eliminar las barreras sutiles contra la mujer, acordar reglas para terminar con la desigualdad del salario".
Valenzuela dijo que la desigualdad en el pago de salarios -un 80 por ciento del salario del hombre- trae aparejado un costo económico para la sociedad misma, ya que cada vez más las mujeres son jefas de familia y participan del sostén de su hogar.
Finalmente, rescató la labor de las comisiones tripartitas de igualdad de oportunidades en algunos países donde participan gobierno, sindicato y empresa. En Uruguay, por ejemplo, se impulsó y aprobó una ley para el trabajo doméstico.
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