Las cifras sobre desempleo publicadas el lunes por el Buró Nacional de Estadísticas no muestran ningún cambio entre junio de 2006 y junio de 2007. La proporción sigue siendo de 8,8 por ciento. Mientras, la población, que crece 1,3 por ciento al año, está por alcanzar los 73 millones.
Éste es el panorama oficial, basado sobre un método no siempre consistente con los modelos internacionales. Por ejemplo, muchos de los reportados como empleados hacen trabajos casuales, marginales u honorarios.
Eso sucede particularmente con mujeres y niños, que constituían en 2003 alrededor de 20 por ciento de la población económicamente activa.
Además, entre cinco y seis por ciento de los empleados, según las estadísticas oficiales, son, en realidad, subempleados. Eso en conduce a una economía paralela y al pluriempleo generalizado.
La otra cara de la moneda no es más brillante. Entre junio de 2006 y junio de 2007, el empleo de tiempo completo permaneció incambiado en 49,3 por ciento, según el Buró. Pero el Banco Mundial lo calcula en cerca de 43 por ciento.
Las proporciones de empleo y desempleo en general no suman 100, a causa del método de cálculo y del hecho de que, por ejemplo, después de un tiempo los desempleados quedan fuera de las estadísticas por varias razones.
Algunos trabajos, como los militares, no necesariamente se cuentan en las estadísticas.
En la zona del euro, por ejemplo, el empleo es de 65 por ciento, mientras que el desempleo es de 6,7 por ciento. En Canadá, 61,2 y seis por ciento.
El punto de referencia para Turquía en materia de empleo es el promedio de 65 por ciento de la Unión Europea. Pese a un crecimiento económico anual de 7,4 por ciento, este objetivo parece remoto en el marco de las tendencias actuales.
Pero resulta más preocupante que la mitad de la fuerza laboral carezca de beneficios sociales. La situación es peor en el sector agrícola, donde 88,1 por ciento de los trabajadores no están asegurados. En la industria y los servicios, son 32,8 por ciento.
La pobreza afecta a 18,7 por ciento de la población, según el gobierno, o de 27 por ciento, según el Banco Mundial. El ingreso nacional bruto por habitante es de 4.750 dólares. El de Bulgaria, con una pobreza de 6,1 por ciento, es de 3.510 dólares.
Otros países de los Balcanes superan en mucho a Turquía en ingreso por habitante, como Grecia (16.610 dólares) y Croacia (8.350).
Es que las brechas sociales en Turquía son profundas. El ingreso por hogar varía mucho entre las principales áreas urbanas de Estambul, Ankara e Izmir, por un lado, y los pueblos y áreas rurales provinciales, por el otro.
Y esas diferencias son notorias también de un vecindario a otro en las grandes ciudades.
El gobernante Partido Justicia y Desarrollo (AKP), de Erdogan, se benefició de estas desigualdades sociales e hizo de las regiones más pobres del país sus baluartes.
El desempleo y el costo de vida ocuparon los principales lugares en las listas de preocupaciones de los consultados en las encuestas anteriores a las elecciones de este año, con 31 y 22 por ciento respectivamente.
Para convencer al electorado, los caballitos de batalla del AKP fueron el empleo, la educación, la salud, la justicia y la seguridad.
El gobierno podría resolver el problema de la seguridad con una estrategia conciliatoria hacia la insurgencia kurda, pero las soluciones en materia de justicia, salud y educación están en una especie de limbo.
Hay posibilidades de que el funcionamiento de la justicia mejore a través de las reformas constitucionales en ciernes, pero la salud y la educación requieren una inversión masiva y un plan tangible, y el gobierno parece no tenerlos.
Al iniciarse el nuevo año escolar el lunes, Erdogan prometió que la enseñanza será una prioridad en el presupuesto. Los sindicatos de educadores expresaron sus dudas al respecto.
El presidente del Sindicato Turco de Personal de la Educación (TES), Suayip Ozcan, se lamentó ante la prensa de los magros salarios del sector.
También destacó que para cumplir con los criterios establecidos por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), entre cuyos 30 miembros figuran todas las economías del Norte industrializado, Turquía debe reclutar unos 300.000 maestros, muchos más de los 25.000 prometidos por el Ministerio de Educación.
Turquía tiene 15 millones de estudiantes no universitarios distribuidos en unas 362.000 aulas. Por lo tanto, en cada clase se aglomeran un promedio 53 alumnos en primaria y 60 alumnos en secundaria, según los sindicatos.
Además, advierten, hay un cuarto de baño por cada 145 estudiantes y un gimnasio por cada 5.412.
Esta escasez redunda en una mala preparación de los estudiantes para la siguiente etapa de su educación. La escolaridad ya es la más baja entre los países vecinos, con apenas 90 por ciento de los niños yendo a la escuela primaria y 16 por ciento a la secundaria.
Por lo tanto, y pese a que la población es predominantemente joven, el alfabetismo asciende a 87 por ciento, en comparación con el 97 por ciento de Ruamnia y el 99 por ciento de Rusia.
Por lo tanto, la educación se ha convertido en un punto central de la estrategia del gobierno, pero no solamente por estas razones.
En la legislatura anterior, el AKP promovió reformas en beneficio de las escuelas secundarias islámicas, cuyos estudiantes bajo el actual sistema son discriminados a la hora de acceder a universidades.
Esos intentos fueron bloqueados reiteradamente por el ex presidente Ahmet Necdet Sezer (2000-2007), un secularista a ultranza. Pero el asunto sigue es clave para el primer ministro, cuya educación superior se vio obstaculizada por su asistencia a un colegio religioso.
Lo más probable es que la nueva Constitución ponga fin a las restricciones impuestas a los estudiantes musulmanes practicantes, incluida la prohibición del uso del velo islámico en la escuela.
Pero no es tan seguro que su mayoría en el parlamento habilite al AKP a ganar esta batalla. Para la mayoría de los turcos, el secularismo todavía está fuertemente asociado con la identidad nacional. Por lo tanto, el resultado de un referéndum constitucional no está garantizado.
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