«La vida es buena en Asheville, Carolina del Norte». La invitación no aparece en un folleto turístico para promocionar la pequeña ciudad de 70.000 habitantes, sino en una oferta de trabajo para fichar profesores. Hay que ser creativos, no sobran, y al paso al que se está jubilando la generación del ‘baby-boom’, «en cinco años podemos estar ante la mayor crisis de profesores de la historia de Estados Unidos», advierte con severidad Tom Carroll, presidente de la Comisión Nacional sobre Enseñanza y Futuro de América (NCTAF por sus siglas en inglés).
La crisis se veía venir ya en 1994, cuando el secretario de Educación Richard Riley dio la voz de alarma de que a lo largo de la siguiente década el país necesitaría contratar dos millones de profesores para responder a las jubilaciones masivas y la universalización de la enseñanza. El objetivo se cumplió holgadamente con 2.25 millones de nuevos profesores, muchos de los cuáles habían tomado cursos puente para llegar a la enseñanza. Pero ni con eso se pudo atajar el déficit, porque en ese mismo periodo 2,7 millones de profesores dejaron el puesto, la inmensa mayoría, 2.1 millones, antes de la jubilación, según la NCTAF.
«No estoy convencido de que tengamos escasez de profesores», contradice Carroll. «Lo que tenemos es un cubo con un enorme agujero en el fondo: los profesores se nos van tan rápido como vienen, no logramos mantenerlos».Su organización estima que casi la mitad de los nuevos contratados, el 46%, dejará el puesto en cinco años.
¿Cuestión de sueldo? Sólo en parte. El salario medio de un profesor que empieza oscila entre 29.000 y 49.000 dólares al año –entre 20.000 y 35.000 euros–. El significado de un sueldo es relativo. En España millones de jóvenes sueñan con ser mileuristas, pero en Alemania 938 euros al mes es la barrera oficial de la pobreza. Así, el ingreso medio de un hogar estadounidense es de 48.201 dólares anuales (34.205 euros), lo que no deja muy bien a los jóvenes profesores, pero tampoco les condena a la pobreza. De hecho, los que acumulan experiencia y logran acomodarse en las zonas más selectas del país pueden llegar a ganar hasta 150.000 dólares (106.000 euros), casi el sueldo de un congresista.
Las encuestas también demuestran que el dinero no es la primera de sus quejas. El 81% dice haber elegido esta profesión por amor a los niños, y el 74% asegura que las condiciones económicas no han influido en su decisión, según el sondeo ‘Teacher Voices’. Cuando se les pregunta qué ayudaría a que se quedasen en el puesto, el 63% habla de que se reduzca el número de alumnos por clase (30 en las escuelas públicas, frente a 15 en las privadas), el 60% pide una evaluación sistemática de su trabajo, y el 58% más apoyo de los padres.
Como dice Carroll, «cuando eligieron esta profesión ya sabían que no se iban a hacer ricos, pero para lo que no estaban preparados es para que los lancen sin flotador a los colegios más difíciles sin apoyo ni tiempo para buscar estrategias con sus colegas».
Alumnos sin padres
Angelo Guillermino, un profesor de 36 años que lleva diez en la profesión, es el encargado de disciplinar a los niños de un colegio de Brooklyn. El año pasado expulsó temporalmente a treinta por faltas que van desde hacer novillos a llevar armas. Los pequeños monstruos que hacen la vida imposible a algunos profesores son, en opinión generalizada, el resultado de padres que no se ocupan de ellos y les consienten todos los caprichos. Guillermino, un italoamericano, recuerda con nostalgia el hogar donde creció, con una madre dedicada que se levantaba temprano para prepararle el desayuno y le esperaba con el almuerzo en la mesa. «Hoy muy pocos de mis alumnos viven con sus dos padres».
Además de los hijos de divorciados están los hijos de emigrantes, los que tienen padres a los que no ven porque trabajan 12 ó 15 horas diarias, los que viven en barrios tan marginales que sus padres no les dejan salir a la calle, y un largo etcétera de problemas que acaban en las aulas de los colegios públicos. «Éste es un trabajo muy estresante, y la paga es una mierda», concluye. «Cuando empecé vomitaba antes de entrar en clase. Llegas con una idea de cómo eran los colegios que ya no se corresponde con la realidad».
Su área, Historia, no es la más necesitada. El problema está en las materias de ciencias y matemáticas, donde los profesores pueden encontrar fácilmente otros trabajos menos desgastantes y mejor pagados en la industria privada. Ser profesor de matemáticas, química, álgebra o biología es estar en el grupo de los más deseados. Los directores de los colegios salen a la caza en ferias de empleo, ponen anuncios en los periódicos y les pagan visitas de recreo a la ciudad para ver si los engatusan. En las zonas rurales más desabastecidas los bonos de reclutamiento llegan a los 30.000 dólares (21.000 euros).
Dudosos incentivos
Una política de incentivos que Carroll no ve con buenos ojos. «Al poco tiempo el dinero se ha ido y el profesor también. Harían mejor en cambiar las condiciones en las que trabajan», opina. Sugiere disuadir la idea de la jubilación en los más veteranos con nuevos trabajos fuera del aula como entrenadores, consejeros, tutores mientras apoyan a los más jóvenes hasta que cogen tablas. Para todos, se trata de cambiar la forma de trabajo, hacer que se sientan valorados y respetados, con un buen director.
Eso es lo que hace que Nick Sullivan prefiera dar clases en un colegio privado de Manhattan donde los salarios acostumbran a ser más bajos que en los públicos, pese a que la matrícula de un niño de tercero cuesta la friolera de 25.000 dólares al año (18.000 euros). «Es calidad de vida», explica. «Tengo menos clases, menos alumnos y más libertad. Ningún funcionario viene a decirme lo que tengo que enseñar, y los padres están mucho más implicados. Para mí, eso vale más que el dinero».
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