Los directivos están muy expuestos a las miradas y a los juicios de los demás, ya sean clientes o empleados. Según un estudio llevado a cabo por la Columbia Business School, dejar una impresión negativa, en un momento dado, puede hacer que las impresiones positivas desaparezcan de un plumazo. El estudio asegura que borrar esa mala impresión después es costoso. Es más, cualquier primera impresión (sea buena o mala) requiere mucha constancia. Los autores del estudio recomiendan que los directivos tengan en cuenta que, por su actividad, siempre están expuestos, y que cualquier desliz en su comportamiento puede ser fatal.
Las primeras impresiones no siempre duran en el tiempo. Resultan, sin embargo, mucho peores las pequeñas malas impresiones que, rápidamente, determinan las buenas que hemos causado con anterioridad. Una nueva investigación de la Columbia Business School ha puesto de manifiesto que una buena primera impresión puede ser también precaria, poco duradera.
La vieja máxima de que no hay una segunda oportunidad para una primera impresión se fundamenta en la idea de que es necesario emplearse a fondo y cambiar comportamientos para cambiar, a su vez, una mala impresión.
Según los responsables de este estudio, los profesores Daniel Ames, Lara Kammrath y Abigail Sholer, se sabe realmente muy poco respecto a cómo la impresión que causamos en los demás cambia y evoluciona, tanto en la “vida real”, como en el mundo empresarial y de los negocios. Son muchos los estudios que se han llevado cabo sobre las primeras impresiones, pero muy pocos sobre lo que viene después de esa primera impresión.
El estudio asegura que, después de que se “apaga” la primera impresión, sostenerla en el tiempo (cuando es buena) requiere mucho esfuerzo y actividad.
Los investigadores han examinado cuánto duran diferentes tipos de impresiones y cuáles son más probables que puedan cambiar a mejor. Asimismo, han examinado qué elementos influyen en dichos cambios.
Los cinco rasgos
Para llevar a cabo el estudio, los investigadores pidieron a estudiantes de la Escuela de Negocios que calificaran a sus compañeros de habitación según los cinco grandes rasgos de la personalidad usados por los estudiosos del comportamiento: extrovertido, sincero, agradable, diligente y estable emocionalmente. Los estudiantes fueron preguntados durante el curso escolar y una vez terminado éste.
Impresiones como “extrovertido” o “abierto” declinaron muy poco a lo largo del curso. La calificación de “agradable” resultó, por el contrario, la más volátil. Ésta última, en la mayor de parte de los casos, si cambiaba, siempre era a peor. Lo mismo ocurre con calificativos como “diligente” o “estable emocionalmente”.
En un segundo experimento, los investigadores quisieron conocer cuántas veces y con qué frecuencia debemos exhibir ciertos rasgos para que los demás consideren que realmente forman parte de nuestra personalidad. Usando una lista de cien rasgos diferentes, los investigadores pidieron a los participantes en la investigación que les dijeran con qué frecuencia alguien tiene que, por ejemplo, mostrarse extrovertido para ser visto como tal.
Para mantener en el tiempo la impresión de extroversión, una persona tiene que mostrar un alto nivel de locuacidad. Sin embargo, también se consigue el mismo resultado mostrando reticencias ocasionales y poca locuacidad. No ocurre lo mismo con ser agradable, diligente o emocionalmente estable, ya que son rasgos que requieren mucha constancia y pocas excepciones.
Tres experimentos
Un tercer experimentó reforzó la idea de que todas las impresiones que generamos en los demás requieren mantenerse, aunque unas requieren más esfuerzo que otras. En este tercer caso, en primer lugar dieron a los participantes información positiva sobre el comportamiento de otros y les pidieron que calificaran su personalidad. Posteriormente, pudieron leer diez comportamientos adicionales, seis positivos y cuatro negativos, relacionados con los cinco rasgos principales de la personalidad. Con toda esa información extra volvieron a calificar.
Las impresiones relacionadas con “apertura” se desvanecieron las últimas en este tercer experimento. Percepciones iniciales como “agradable, “consciente” o “emocionalmente estable” no fueron, por el contrario, tan duraderas, a pesar de haberse vinculado, igual que la de “apertura”, a seis comportamientos positivos y a cuatro negativos.
¿Qué quiere esto decir?. Pues que las impresiones son frágiles y poco duraderas. Asimismo, dice el estudio que es mucho más fácil causar una mala impresión que una buena. Un mal comportamiento determina, inevitablemente, uno bueno.
Los directivos están siempre expuestos a los demás, y cualquier desliz puede ser juzgado duramente. Por ello, los autores de esta investigación insisten en la necesidad de tener presente que están siempre “sobre el escenario”.
No quiere decir esto que se tenga que ser en todo momento agradable a ojos de los demás. De hecho, en ciertas ocasiones, hay que clarificar que hay razones por las que, nuestro comportamiento es atípico. Digamos que hay que señalar que un comportamiento en concreto “no cuenta” porque se sale de lo habitual.
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