Los que aparentan ser, frente a los que son.
“Quien fue cocinero antes que fraile, lo que pasa en la cocina bien sabe”, nos habla de oficio y de experiencia. De esfuerzo y de constancia. De humildad y de honestidad. Nos habla de una actitud innata en aquellos que por pura vocación se han dedicado y dedican a la gestión de personas.
El oficio; pero el bueno, ese cocinado en puchero a fuego lento; ayuda a hacer las cosas con acierto y a predecir lo que puede ocurrir. Resulta difícil engañar a quien ya ha vivido bastante. En Recursos Humanos hay mucho fraile de impostura, que no ha pasado antes por cocina a pelar patatas y a servir a los demás. Recursos Humanos es una profesión plagada de grandes pensadores, que nunca han estado en la trinchera.
Y llegó una crisis global en forma de pandemia que ha sido un rodillo para las muchas modernidades, que han colonizado las organizaciones en tiempos de bonanza ¿Dónde quedan sus fuegos de artificio, sus flores de un día y sus becerros de oro, tras el primer envite de la más cruda realidad? Se les ha caído la careta.
Las empresas exigen a los integrantes de Recursos Humanos, ser socios estratégicamente realistas con una actitud marcada por altos componentes de eficiencia y proactividad; que vivan en primera persona la realidad y las necesidades actuales de empresas y empleados. Se buscan líderes y especialistas auténticos, que hagan gala de amplios conocimientos asociados al negocio y al sector en el que la empresa opera.
La oscilación del péndulo, provocada por este nuevo escenario, ha puesto en la senda de los elefantes a aquellos “pesados” perfiles más preocupados por potenciar su marca personal que por obsesionarse con su cliente interno. “Instagramers de postureo” en horas bajas.
La actitud no se finge y mucho menos se usurpa. Puedes engañar a unos cuantos un tiempo, pero no a todos siempre.
Debería estar prohibido decir que Recursos Humanos es aquel que te ayuda a encontrar empleo y su único trabajo ha sido para una administración pública y ahora está de excedencia; aquel que te va a ayudar a gestionar personas, pero no ha tenido a nadie a cargo en toda su trayectoria profesional; aquel solo vende «felicidad embotellada» pero ante la primera dificultad pliega velas; aquel que se ofrece ayudarte a enderezar tú viday se guía por los fascículos de un curso a distancia; o aquel que busca el “dedito arriba” hablando de (gestionar) personas, porque todos somos personas.
La ejecución de toda estrategia exige disponer de las personas adecuadas con la actitud adecuada, lo que implica dar importancia a aspectos como la contratación, la retribución, la fidelización, la gestión y la formación continuada del talento. Son personas con actitud para focalizar a los equipos y sus integrantes hacia el propósito de la organización, para romper los silos y exigir relaciones cada vez más trasversales entre todos sus integrantes, democratizando la información y el conocimiento.
Frente a ellos, el usurpador (lobo con piel de cordero) se le reconoce por su carácter reactivo. Permanece agazapado para que no se le vea; es incapaz de imaginar un futuro, mucho menos predecirlo; nunca sale de su zona de confort; prefiere ver el negocio desde la barrera; y cuando saca la cabeza, confirma que sus soluciones y visión están totalmente desalineadas con las necesidades de la organización; busca culpables a su incompetencia, condenando al ostracismo a los integrantes de su equipo.
Quien usurpa una actitud, está restando eficacia al motor de la organización a la hora de cumplir con las metas marcadas en su desarrollo orgánico; a la hora de afrontar cambios culturales profundos en las personas que permitan la implementación de nuevas tecnologías o metodologías de trabajo; o a la hora de poner en marcha estrategias de crecimiento inorgánico.
El usurpador de la actitud vive por y para el “postureo corporativo”, siendo su único mérito haber superado el centenar de conferencias, y pensar que con ello se le va a presuponer el valor que aporta a la organización. En un desmedido “narcisismo egocentrista” busca su propio titular sin pararse a analizar, si de verdad la realidad de su empresa, coincide con su distorsionada construcción mental.
Nos encontramos ante profesionales especialmente beligerantes, que no sólo no admiten la opinión discordante, sino que imponen su propia ley del silencio cuando de hablar de ellos se trata.
Lo decíamos y lo decimos, son muchas las organizaciones en las que es preciso recuperar la credibilidad del área de Recursos Humanos tras el paso de uno de estos “ciclones de postureo”, y para ello el primer paso es abrir de par en par las ventanas y ventilar el humo y el tufo que han dejado.
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