Imagina que vas a visitar una empresa y, para tu sorpresa, te dicen con una sonrisa: «No te preocupes, tenemos parking para nuestras visitas». Ilusionado, empiezas a buscar la entrada… pero tras varias vueltas y un par de intentos fallidos de meterte en un hueco imposible, descubres la trampa: el parking existe, pero esta empresa no tiene acceso.
Es como que te inviten a una fiesta y, cuando llegas, te digan que puedes escuchar la música desde fuera. O que te ofrezcan un refresco bien frío… pero sin abrir la botella. ¡Una experiencia premium, pero en modo espectador!
Y así te ves, dando vueltas por la zona, debatiéndote entre pagar un parking privado o convertirte en el campeón del aparcamiento en doble fila con intermitentes de emergencia. Todo mientras la empresa sigue presumiendo de su «magnífica infraestructura para visitantes».
En fin, un clásico del «prometemos más de lo que damos».