Este director de RRHH de una importante empresa sufre de antojos impredecibles, aunque su equipo ya está acostumbrado a sus caprichos culinarios. Al parecer, cada día tiene una obsesión distinta. Un lunes, es imposible encontrarle sin una bolsita de churros en la mano; el martes se antoja de sushi y parece que ha hecho un trato con el restaurante japonés de la esquina. Pero el miércoles es el turno de los tacos, que devora como si estuviera en México. El jueves, solo quiere helado, y no cualquier helado: tiene que ser de pistacho, con doble topping de caramelo. Y así va la semana, mientras sus compañeros esperan el «antojo del día» como un ritual.
Lo bueno de esta historia es que, al menos, siempre le da a probar a sus compañeros.