Este director de cuentas está experimentando lo que algunos llaman un caso único de síndrome de Estocolmo corporativo. Conocido por su liderazgo férreo y enfoque implacable, ha desarrollado un inesperado apego emocional a su propia empresa.
Ha empezado a organizar eventos de team building sorpresa, ha introducido una política de «hora feliz» los viernes y hasta se le ha visto participando activamente en bromas de oficina. Los rumores han llegado a tal punto que algunos empleados sostienen que el directivo, en un momento de revelación, confesó que se siente «secuestrado por la lealtad a la empresa».