Y no es por razones de estilismo ni de vestimenta, sino por su afición a encararse con las empleadas en los pasillos de la oficina, profiriendo, al mismo tiempo, desagradables exabruptos; Eso sí, la gallarda directiva aprovecha los momentos en que sus potenciales víctimas se encuentran solas para lanzar sus ataques descarnados, no sea que deje algún testigo incómodo.
Este comportamiento no se arregla ni matriculándose en Harvard, ya que se lleva en los genes.
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